lunes, 29 de febrero de 2016

LA CAPITAL DE LA PROVINCIA


Al principio, la ciudad no era más que una simple villa con el resonante título de Capital de la Provincia de Guayana que los siglos y las circunstancias se encargaron de dignificar en una dimensión socialmente dinámica e histórica en todas sus facetas existenciales

.        Al principio fue la ciudad colonial iniciada el 21 de diciembre de 1595 cuando el segoviano don Antonio de Berrío echó las bases en tierra de los guayanos en el Bajo Orinoco para que la provincia que él había  tomado en nombre del Rey de España, Felipe II, conforme a los procedimientos rituales, el 23 de abril de 1593, tuviese una capital o centro político-administrativo.
         Pero esta ciudad capital edificada desde la orilla del río hasta la cumbre de un cerro coronada por un convento de franciscanos, transformado luego en fortaleza, no tuvo suerte.  Acosada por corsarios y piratas de las naciones rivales de España, se le planteó una vida errante o de transferencia de su población y autoridades de un lugar a otro, ya a orillas del Caño Usupamo en el vértice del Delta, como más al occidente de las bocas del Caroní y final y definitivamente  en la Angostura del Orinoco.
         Esta vida errática duró más de una y media centurias, vale decir, hasta el 22 de mayo de 1764 que la Capital terminó de ser mudada con el nombre de Santo Tomás de la Guayana  en la angostura del Orinoco o simplemente, Angostura. Antes había sido connotada con el nombre del Usupamo y del Santísimo Sacramento.  Pero desde 1846 el nombre de Angostura fue sustituido por el de Ciudad Bolívar en homenaje al Libertador que vivió en ella todo el tiempo requerido para emprender definitivamente la Independencia de Venezuela, Nueva Granada y Quito.
         En la angostura del río, casi en los términos del Orinoco Medio, aunque mucho más alejada de la puerta hacia el Atlántico, la capital de la provincia halló para siempre su estabilidad.  Nunca más la molestaron corsarios  y piratas y bajo ese clima imperturbable pudieron los gobernantes realizar su obra de colonización dirigida a toda la provincia de acuerdo con las previsiones y estrategias concebidas como resultado de la Comisión de Límites.
         Luego vendría otro conflicto en la evolución dialéctica de la capital: la revolución independentista iniciada el 19 de abril de 1810 en la hermana provincia de Caracas y la cual se materializó en Guayana en julio de 1817 cuando tras la Batalla de San Félix ganada por el general Manuel Piar, las tropas patriotas entraron triunfantes en Angostura luego de un cerco militar que implacablemente fueron estrechando.
         Los patriotas con la provincia de Guayana en sus manos, declararon a la Angostura centro de los Poderes Supremos de la República. La ciudad orinoquense llegó a ser triple capital a un mismo tiempo: Capital de la provincia, capital de Venezuela y capital de la Gran Colombia. Esta condición de triple capital imprimió una inusitada actividad social, militar, política y económica a la ciudad, pero sólo duró hasta poco después de la Batalla de Carabobo cuando la capital de Venezuela se reubicó en Caracas y en Bogotá la de Colombia.
         A partir de la Constitución del 30 de agosto de 1821 sancionada en la villa de Nuestra Señora del Rosario de Cúcuta, la ciudad quedó integrada al Departamento Orinoco dependiente directamente de Colombia. Empezó para la ciudad, dentro de esta nueva jurisdicción, una vida de reajuste y reacomodo, adaptada a una realidad menos circunstancial, vale decir, a su propia realidad. Fue como un recomenzar, costoso y demorado, pero dentro de otros parámetros signados por una libertad de comercio a todas luces inexistente en el curso de la etapa colonial, pero muy pechada por los impuestos de la guerra que se había extendido hasta el Sur. Los altos impuestos y el nombramiento de ciertos gobernantes autoritarios provocaron sublevaciones internas que afectaron el crecimiento de la ciudad.
         Podríamos decir que fue a partir de la superación de los conflictos que dieron lugar a la separación de Venezuela de la Gran Colombia y de la introducción de la navegación de vapor, que la ciudad comenzó a experimentar otro modo de vida más democrático y con mayores perspectivas de avance.
         La ciudad comenzó a reafirmarse en sus propios  valores estratégicos en función de los potenciales recursos económicos de la provincia y en un interregno de reflexión patriótica, los citadinos realizaron una convención para inaugurarse con otro nombre que dejará atrás el de Santo Tomás de la Angostura, de reminiscencia colonial. Así adoptaron el de quien había significado para América un cambio de destino más profundo y emancipado.
         Con la iniciación de la mitad del siglo diecinueve, la ciudad perfila su destino de centro de recepción, distribución y exportación de todo cuanto se produce bajo el arco sur orinoquense. Su puerto fluvial fue adquiriendo importancia semejante a la de otros puertos del país como La Guaira y Puerto Cabello.
         Por este puerto fluvial de la Angostura que iba desde La Carioca hasta La Cerámica, se exportaba oro, sarrapia, balatá, caucho, plantas medicinales, curtiembres, plumas de garza, dividive, ganado en pie y se importaba de Inglaterra, Países Bajos, y Alemania, mercancía seca, enlatados, licores, delicateses y hasta ciertas costumbres que se afincaban a través de los hijos de la gente con posibilidades, los cuales iban a educarse en la propia Europa o sus colonias en América.
         Desde la Guerra de Independencia hasta la primera década del presente siglo veinte, se registraron importantes corrientes migratorias muy selectas que imprimieron una dinámica mercantil trascendente a la capital.  Aquí en la ciudad hubo colonias muy definidas, de ingleses, alemanes, italianos y corsos. Hombres de empresas que nunca se quedaron egoístamente en la esfera de sus negocios, sino que fueron siempre activos agentes del progreso urbano, social y económico de la ciudad.
         La ciudad capital prácticamente se reducía a un gran cerro o colina de suaves declives y ondulaciones, sin desdeñar, a pesar de lo difícil, el clásico trazado ortogonal de las grandes ciudades. Sobre este cerro donde estamos ahora, de 67 hectáreas de la Formación Mesa, se levantaron casas de gruesos muros que parecían fortalezas, casas altas y de azoteas, grandes ventanales, balcones y celosías, casi siempre buscando al río y la dirección del viento.
         La ciudad hasta muy avanzado el siglo XX, no se atrevía a edificar en las mesas o zonas planas, por temor a las periódicas crecidas del Orinoco, que no pocas veces convirtieron a la ciudad en una muy singular isla.
         Las afueras de la ciudad eran francos arenales, morichales, espacios rurales con casas de campo que luego se transformaron a partir de la inauguración de la avenida Táchira en 1941, en zonas de ensanche que adquirieron un intenso y continuo desarrollo urbano apenas se asomaron por el norte del Orinoco los yacimientos petroleros y por el Sur los grandes depósitos de hierro del Pao, San Isidro y La Paría que terminarán cambiando el destino de la ciudad.
         Ciudad Bolívar fue tomada como plataforma de lanzamiento de las operaciones de exploración y prospección de esos yacimientos que contribuyeron a incrementar su ritmo de vida en muchos aspectos. Pero esto fue circunstancial, por lo menos hasta que se consolidaran pueblos más próximos a los yacimientos como El Tigre, El Tigrito, Anaco y Cantaura, al Norte; y por el Sur, Ciudad Piar, Puerto Ordaz y finalmente la gran Ciudad Guayana que en la actualidad sobre dobla la población de la ciudad capital.
         Hasta 1961, Ciudad Bolívar mantuvo supremacía poblacional en el Estado y toda la Región Guayana. El Censo de ese año marcó para todo el Estado, territorialmente el más grande de Venezuela, 213.543 habitantes y 63.266 Ciudad Bolívar. El Distrito Caroní todavía estaba en pañales pues acusó apenas 29.497 habitantes.
         En el Censo de 1971 cambió notablemente la demografía al poner en evidencia lo que empezaba a ocurrir con Ciudad Bolívar. Toda la población activa que se desplazaba hacia la Zona del Hierro, más la proveniente de fuera, duplicó la población general del Estado, quintuplicó la de Caroní mientras la de Ciudad Bolívar quedó rezagada con un crecimiento muy por debajo del municipio Caroní.
         Esta situación se agravó cuando Ciudad Guayana se perfiló como gran centro industrial y energético. Entonces hubo que repensar a la capital como ciudad complementaria de la ciudad industrial. La salida propuesta consistió en reforzarla como centro de los poderes públicos regionales y dependencias del Poder Nacional, sede del comando general de la fuerza militar, ciudad universitaria y cultural, ciudad histórica y residencial y en razón de su de arzobispado, capital espiritual metropolitana de Oriente.
         Siguiendo ese lineamiento,  se construyó la autopista Ciudad Bolívar – Ciudad Guayana que ha acortado la distancia del tránsito vehicular y logrado una mayor cohesión urbana; se construyó el Puente Angostura sobre el Orinoco, enlace carretero de Guayana con el resto del país; se amplió y mejoró el aeropuerto local de importancia militar y comercial, se construyó el Núcleo Universitario del la UDO, se empezó aunque sin un programa de continuidad la red principal de drenaje de aguas de lluvias, se consolidó la Zona Hospitalaria, se trató de revitalizar el centro político y administrativo de la región, se jerarquizó su red vial haciéndola más coherente y articulada sobre un eje mayor formado por la vía del Puente, avenida República, avenida Jesús Soto, avenida Upata, avenida Libertador y la perimetral que lamentablemente ha sido rebasada por las invasiones incontrolables, causa permanente de la dispersión, la baja densidad poblacional y la escasez de los servicios. Y finalmente se emprendió una política de conservación y revitalización del centro o casco urbano como atractivo cultural y turístico dada sus singulares características morfológicas y tipológicas además de su gran frente de agua y su significación determinante dentro del proceso emancipador de Venezuela.
En esa hermosa tarea nos acompañó desde 1976   el doctor Rafael Armando Rojas, Comisionado de la Presidencia y Presidente de la Junta Nacional del Patrimonio Histórico y Artístico de la Nación, quien viajó a Paris para solicitar ayuda de la UNESCO, tanto técnica  como económica, lo cual  no fue posible en razón de que quienes dirigían este organismo consideraban que “Venezuela, por su condición de gran productor petrolero, es un país rico”.
No obstante, los citadinos siguieron luchando y aprovecharon luego dos grandes coyunturas históricas: el Bicentenario del Natalicio del Libertador y el Quinto Centenario de América que hicieron posible logar importantes aportes técnicos y económicos para la gran empresa de rescatar y revitalizar el Casco Histórico, como homenaje a la ciudad que lleva el nombre del Libertador y como premio a una de las pocas ciudades iberoamericanas cuyo centro histórico  había podido sobrevivir a los embates del desarrollismo iniciado en los años 60 con un proceso de destrucción, sustitución y ruptura que condujeron en muchos casos a la desaparición total de los Centros Históricos de  ciudades como Caracas, Lima y Bogotá..
No obstante el diagnóstico que se hizo, el Casco Histórico de Ciudad Bolívar sólo presentaba intacto en sus 1.208 inmuebles censados, un 16 por ciento de las edificaciones tradicionales.  El 51 por ciento sustituido y el 33 por ciento de los inmuebles restantes con alteraciones importantes, pero corregibles.
El trabajo socio-económico reveló una población de casi 5 mil habitantes, los menores de 30 años predominantemente mujeres y nativos de la ciudad, mientras que los habitantes más viejos eran inmigrantes árabes. Más mujeres que hombres como cabezas de familias y el 40 por ciento de la población económicamente activa trabajando por cuenta  propia.
Aparte de las alteraciones y sustituciones contribuían a configurar el proceso acelerado de deterioro del casco urbano, las casas en ruinas y abandonadas, la escasez de áreas verdes y la falta de sitio para estacionar vehículos. De manera que la propuesta de revitalizar el centro, debía tomar en cuenta todo ese cuadro con sus respectivas variantes y así se inició en 1987 un trabajo que anual y progresivamente recibía importantes aportes del Gobierno Regional, del Instituto de Cooperación Iberoamericana y del Fides últimamente.
El proceso de revitalización integral comenzó con la continuación puntual de recuperación y restauración de inmuebles de valor histórico y arquitectónico que se había iniciado en 1964 con la Casa de San Isidro, la casa del Correo del Orinoco, la Casa donde se reunió el Congreso de Angostura, la Catedral, la Cárcel Vieja y el Fortín del Zamuro y prosiguió dentro de un concepto más global de conjunto con la ejecución de varios proyectos de intervención, hasta ahora la mayoría realizados y otros todavía inconclusos o no iniciados.
 Entre tales proyectos concebidos en función de la revitalización del Centro Histórico están concluidos el Parque Mirador Angostura, la reestructuración de La Escalinata, la reestructuración de la Plaza Miranda, la Plaza Arismendi en Santa Ana y Casa de los Tribunales en la calle Dalla Costa.  No iniciados o inconclusos están los proyectos de restauración de la Casa de Tejas y conversión de El Zanjón en un parque de aventuras, la recuperación de la calle Venezuela, recuperación de las Galerías del Paseo Orinoco, la reestructuración de ese adefesio llamado Bulevar Bolívar, la recuperación de La Plaza Farrera, la recuperación de los techos de las manzanas, peatonización del Cuadrilátero Histórico o calles de la Plaza Bolívar y  reestructuración de El Capitolio que es uno de los edificios emblemáticos del siglo diecinueve construido por el ingeniero polaco Alberto Lutowski, malogrado hoy por la aventura de adosarle un edificio moderno de alto contraste que contradice las normas de urbanismo que la Municipalidad sancionó en 1987 La falta de continuidad administrativa  ha hecho posible en algunos casos introducir un nuevo lenguaje arquitectónico al igual que en los terrenos vacuos por demolición o desplome de inmuebles, levantar edificios de arquitectura diametralmente opuesta a la tradicional, no solamente en estilo sino en volumetría y escapándose de escala y contexto ambiental.
Esto de los proyectos en función de la revitalización del casco histórico que se hallan inconclusos o no iniciados y los edificios mal intervenidos en un 33 por ciento, conforman una realidad preocupante que los gobiernos, cualquiera sea su sino,  deben revisar y enderezar conjuntamente con la alcaldía si se aspira que la UNESCO declare el Casco Histórico Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Asimismo, deben preocuparse por reactivar el programa que en consonancia con la estructura económica de Ciudad Bolívar se propuso la CVG a través de la extinta Produrgca, a fin de explotar racionalmente sus recursos humanos y materiales con miras a incrementar el nivel de empleo, y por consiguiente, elevar el ingreso total per capita de la ciudad, haciéndola más independiente del situado constitucional.
         La parcelación Los Farallones, con todos los servicios, destinada a pequeñas y medianas industrias, virtualmente sepultada bajo la maleza debido a la falta de promoción o porque en definitiva Ciudad Bolívar no ofrece atractivo para los inversionistas industriales, debe ser de alguna manera reactivada, aunque ya hemos visto  con la Fábrica de Tractores un interés gubernamental en ese sentido.
         Pero bien, en medio de todo, debemos convenir que esta  ciudad nació y dio sus primeros pasos entre el Usupamo y esta parte donde se angosta el Río.  Aquí, jugando al escondite de corsarios y piratas, se refugió y creció hasta ser hoy estas casas y esta gente que mucho, poco o nada saben del ayer, pero que, en todo caso, lo presienten en la exacta medida de su ancestro.
         Ayer fueron días sin prognosis, pero de muchas expectativas  porque la muerte asomaba con el bucanero en cada recodo de la inmensa corriente que más que un bienhadado río del Paraíso, como creía en sus especulaciones míticas el misterioso Almirante, parecía el Leteo en incomprensibles circunstancias.
         Hoy, sin embargo, podemos afirmar que la Ciudad cambió su suerte, gracias a Solano, a Carlos III, a don Joaquín Moreno de Mendoza y don Manuel Centurión Guerrero de Torres, porque José de Iturriaga por déspota no cuenta.  Gracias a ellos se pudo armar el trípode de la voluntad que hizo posible la permanencia.

         Actualmente somos otra cosa sin perder la huella que el alarife cuida y repara con orgullo.  La Ciudad, ciertamente, ha crecido sin perder su rastro ni el horizonte del río.  Permanece y mira desde lo alto de El Vigía cómo hormiguean los interminables caminos de su existencia y cómo en cada pausa han nacido otros pueblos incluso más grandes y robustos que la propia madre que si bien tuvo una placenta aborigen, paño de parto no dejó de ser el manto misionero.

sábado, 27 de febrero de 2016

LA PRIMERA MUNICIPLIDAD


Juan Vicente Cardozo

         La primera Municipalidad que tuvo la ciudad de Angostura, hoy Ciudad Bolívar,  tras establecer en ella el Libertador los Poderes Supremos de la República, fue electa el 8 de diciembre de 1817 por electores escogidos en asambleas parroquiales (un elector por cada 500 habitantes), aptos para elegir y ser elegidos, vale decir, electores mayores de 21 años, poseedores de propiedad raíz del valor de mil pesos o que según la ley electoral gozaran de empleo o renta de 500 pesos anual, o bien que ejerzan alguna ciencia.

         Se trataba de una Municipalidad distinta, pues así se llamaría en adelante y no Cabildo y en vez de Regidores, Vocales, y en cuanto al poder local ejecutivo, no habría primer y segundo Alcaldes, sino que sus funciones las asumiría el Gobernador de la Provincia, no obstante que existiría un Alcalde Provincial. 
         De suerte que cuando se instaló la primera Municipalidad de Angostura el primero de Enero de 1818, se hizo bajo la Presidencia del gobernador de la Provincia de Guayana, que al momento era Juan Vicente Cardozo.
         A los Vocales electos, según el orden electoral se les asignaban responsabilidades administrativas dentro de la comunidad municipal.  Angostura tenía para 1817 unos 3 mil habitantes con derecho a  6 representantes en la Municipalidad que fueron los siguientes: Lorenzo Lezama, primer Vocal, Alguacil Mayor; José Luis Cornieles, segundo Vocal, Alcalde Provincial; José Tomás Machado, tercer Vocal, Fiel Ejecutor; Felipe Delepiani, cuarto Vocal, Padre de Menores;  Guillermo Grillet, quinto Vocal, Síndico Procurador; Tomás Urbina, sexto Vocal, Administrador de Rentas y Casiano Bezares, Secretario.
         El Alguacil Mayor, era el encargado de hacer cumplir las disposiciones emanadas de las autoridades municipales; el Alcalde Provincial, tenía funciones políticas y sociales; el Fiel Ejecutor, encargado de velar por los precios, pesos y medidas;  el Padre de Menores, encargado de la educación municipal y velar por la protección del niño; Síndico Procurador, representante de la comunidad ante La Municipalidad y viceversa, procuraba resolver los problemas de la comunidad; Administrador de Rentas, vigilar y administrar los ingresos del Municipio por concepto de impuesto y licencias para el comercio.
         Juan Vicente Cardozo, nacido en Angostura el 29 de agosto de 1783, uno de los primeros guayaneses en secundar el 19 de abril de 1810 y la Junta Suprema de Caracas, por lo cual fue perseguido, pasó a ser Gobernador Político de la Provincia y Presidente de de la primera Municipalidad de la ciudad capital.
         Su primera Ordenanza, dictada el 8 de enero de 1818 está dirigida a ponerle freno a los problemas de los cadáveres arrojados al río, limosneros, prostitutas, libre tránsito por villas y ciudades, radicación de los amnistiados e irreverencias contra la Iglesia.
         Como que había quejas por parte del gobernador eclesiástico, Domingo Pérez Hurtado, puesto que el primer artículo de la Ordenanza establecía castigo severo contra “el que blasfemare contra ella (Religión Cristiana) y faltare a la reverencia debida al Santísimo Sacramento, a la Madre de Dios, a los Santos y a los Templos”.
         Angostura no tenía Cementerio. Los blancos criollos y españoles tenían su lugar seguro en la Catedral y quienes no, eran al morir sepultados en cualquier matorral o lanzados al Orinoco. Los patriotas, preocupados por la sitación, dispusieron el establecimiento del Cementerio “y en este concepto se prohíbe que ninguna persona arroje al Río los cadáveres, ni los sepulten, sin orden de Párroco por exisgirlo así el orden y la facilitación del que debe observarse por aquel en el asiento de las partidas en su respectivo libro”.
         Tanto ayer como hoy –parece ser esto una constante inevitable o producto de los momentos de crisis económica- se llegaba hasta el extremo del abuso, incomodar a la gente con la solicitud de limosnas y colaboraciones invocando necesidades cristianas o humanitarias. Es por eso que Juan Vicente Cardozo prohíbe absolutamente pedir limosnas para cofradías o hermandades. Asimismo no debían hacerlo los mendigantes sin licencia del Gobierno.
         Estando el país en guerra a favor de la Independencia, amenazada y asediada constantemente la provincia por espías y conspiradores, necesario era ponerle control al derecho de transitar libremente. De suerte que fue disposición expresa del Gobernador y presidente edilicio impedir que ninguna persona eclesiástica, ni secular de cualquier sexo, saliese fuera de la Capital a dos leguas de distancia, para el interior, ni embarcados para los pueblos, villas y lugares de la provincia o las vecinas, sin llevar expresa licencia por escrito de las autoridades competentes. Para los aprehendidos sin este documento se establecía sanción de 25 pesos de multa y 50 para los responsables de embarcaciones con pasajeros sin el pase correspondiente y “según las circunstancias que concurran en la persona que contravenga, se le juzgará como sospechosa al Gobierno de la República”
         Ese año la viruela comenzó a causar estragos en la provincia y el gobierno se vio obligado a dictar un Bando ordenando que luego de enfermarse algún habitante de viruela o de otro mal contagioso, fuese denunciado ipsofacto al Alcalde de barrio para la ejecución de las providencias correspondientes. Lo mismo debían hacer los médicos y cirujanos latinos y romancistas a los cuales les tocara recetar pacientes, so pena los primeros de 6 pesos de multa y 4 los segundos. La mitad del producto de las sanciones se comprometía para el vestuario de la tropa y la otra para los gastos de justicia.
         Afortunadamente existía, desde 1798 que fue descubierta por el médico inglés Eduardo Jenner, una vacuna contra la viruela y no obstante que España había sido una de las propagadoras de esta vacuna en sus colonias, en la Provincia de Guayana no se conocía. De suerte que ante la emergencia hubo el Gobernador Cardozo que comisionar al Almirante Luis Brión para que la hiciese traer de las colonias extranjeras y el doctor Samuel Forsyth para que se abocara a obtener “el mismo Fluido en las Vacas, a cuyo intento practicará con el interés y actividad que ha manifestado al Gobierno todos los reconocimientos que crea necesarios, y para lo que se le facilitará cuantos auxilios pida”.
         La forma de vacunar entonces la viruela era inoculando el pus de animales enfermos de la llamada peste vacuna (coxpox), pues el científico ingles Jenner había descubierto que los enfermos que padecían la tal peste eran refractarios a la viruela.
         Y así como había que prevenir y atacar la viruela, había que hacerlo con otros males en constante acecho. La pérdida de la Provincia de Guayana fue un golpe noble para los realistas que la habían hecho inexpugnable. Angostura como lo previeron sus planificadores y fundadores era la puerta de entrada desde el mar hacia el interior de las minas y la ganadería. De allí que desde su toma por los patriotas hubieran intentado de algún modo recuperarla hasta con una especie de “Caballo de Troya” si era necesario. Al parecer así se proyectó, pero fue accidentalmente descubierto desde la Capitanía de Puerto que detectó la sospechosa frecuencia con que viajaba una Negra cuyo nombre y paradero jamás se supo, al igual que el destino de once tripulantes de la flota de Brión que junto con ella fueron aprehendidos tras decomisarle documentos que arrojaban luz sobre una proyectada rebelión. 
         La proyectada rebelión se habría estado gestando entre tripulantes de las embarcaciones pertenecientes a la armada en combinación con hispanos residenciados en las Antillas, pero con intereses en la Angostura del Orinoco. A tales tripulantes se les habría prometido en recompensa bienes de los habitantes afiliados activamente a la causa patriota.
         Esto dio lugar a que en el Bando del 8 de febrero de 1818, el gobernador Cardozo tocara el asunto en los siguientes términos:
         “El enemigo se vale de cuantos medios le dicta su ambición desmedida, y el odio e interés característico que anima y dirige todos sus pasos y movimientos, vela sin cesar en la destrucción del sistema liberal que felizmente se ha establecido y se disfruta en todo el territorio que domina la República de Venezuela. A los dignos defensores y habitantes de ella, les es privativo ser infatigable y superiores en la misma vela, para oponerse a los tiros de la injusticia, del desorden, y de la arbitrariedad, burlando las criminales ideas de los que cifran su felicidad en la ruina de nuestras personas, y en la inicua posesión de nuestras propiedades. De estos principios se deduce cuan interesante es aquella continua y no interrumpida atalaya; y en este concepto se ordena a todos, sin excepciones, que deben dar cuenta al Gobierno Político en esta capital, y a sus representantes fuera de ella, de cuantas noticias adquieran, y se les comuniquen por escrito o de palabra sobre sucesos favorables a las armas enemigas, que se propagan regularmente tan falsas como estudiosas; y del mismo modo de las cartas y papeles de autores conocidos o anónimos, y espías que por cualquier punto se introduzcan en esta Provincia; entendidos los contraventores de que serán, además de tratados como enemigos o sospechosos al gobierno Republicano, según las circunstancias del caso, destinados al servicio de obras públicas, y después al de las armas”.
         Bajo tales previsiones comenzaron a llegar las noticias, y una de ellas tenía que ver con la circulación de monedas dudosas o sospechosas, pues como era sabido, en la Provincia de Guayana como en las demás bajo el dominio de los patriotas solo se permitiría la circulación de la moneda cordón de oro y plata, vale decir, la Macuquina del antiguo régimen español y la Macuquina acuñada en Caracas en al segunda época de la República; sin embargo, el gobierno detectó la circulación de una moneda contrahecha, por lo que el bando de la misma fecha editado en la Prensa donde más tarde se editaría el Correo del Orinoco, amenaza con castigos severos tanto para los falsificadores de monedas como para los encubridores.
         Las averiguaciones conducirán más tarde ha encontrar en Barinas la fuente del dolo. El General Páez era el responsable. Privado de recursos en la Provincia de Barinas, aislado y sin un signo de convención para el comercio, se vio obligado a acuñar moneda por el molde de la Macuquina que hizo romper el gobierno de Venezuela en la segunda época de la Independencia.
         Le 18 de junio del mismo 1818, Bolívar dictará un Decreto de tres artículos sobre la materia: “Artículo 1º -La Moneda acuñada en al Provincia de Barinas no circulará en ninguna de las otras Provincia de Venezuela, en atención a que le falta la Ley, el peso y la perfección del signo-.   Art. 2do. –Tanto en aquella provincia, como en las demás de la República se prohíbe la circulación de otra Moneda que la de cordón de oro y plata: la Macuquina del antiguo régimen Español, y la macuquina acuñada en Caracas en al segunda época de la República-.    Art. 3ro. –Sin embargo de lo dispuesto en el Artículo precedente, en beneficio del crédito de la Provincia de Barinas, y para evitar los perjuicios que sufrirán los individuos que posean la Moneda expresada en el Artículo 1º correrá esta dentro de aquella Provincia en clase de provincial, mientras se amortiza por el Gobierno-”.
         Las casas de Angostura, hechas con piedras, barro, madera y tejas, encaramadas sobre un cerro rocoso, tenían poca posibilidad de perdurar en el tiempo sin un mantenimiento cabal y constante, de suerte que cuando quedaban solas o abandonadas mucho más se agravaba el riesgo.
         Como consecuencia del Sitio y Toma de Angostura, numerosos inmuebles quedaron abandonados y otros impactados por la artillería, situación que posteriormente fue aprovechada para el saqueo y desmantelamiento que hubo de frenarse con el siguiente Bando: “Es muy rápida la marcha con que están arruinando los edificios de esta Capital, ya concluidos y ya en fábrica por los que se han dedicado a destruirlos, reduciendo a leña sus maderas con perjuicio de los propietarios, y del ornato de la población, se prohíbe la continuación de este abuso y el contraventor además de pagar el valor de lo destruido, será destinado a los trabajos públicos por el término de tres meses”.
         Con multa y trabajo forzado se castigaba entonces a los delincuentes y los delincuentes no solo eran los marginados de Angostura sino tripulantes de embarcaciones que pasaban o llegaban por este puerto. El robo estaba en la orden del día, siempre lo ha estado en tiempos de guerra, de crisis, y Guayana pasaba por esos males para lo cual hubo que implementar prohibiciones y castigos. En esos días fueron robados pistolas y sables en el almacén de Mr. William Handerson, efectos de la Catedral así como prendas, alhajas, armas y géneros de otros almacenes y casas particulares.
         La gestión de Juan Vicente Cardozo como Presidente Municipal y Gobernador Civil duró hasta el 16 de julio de 1818, cuando hubo que poner al frente de esos cargos a un militar atendiendo a la situación de inseguridad y amenaza como consecuencia del estado de guerra que se vivía. Los sustituyó el General de Brigada Tomás Montilla. Cardozo más tarde sería diputado al congreso de Angostura.


viernes, 26 de febrero de 2016

LA OCTAVA ESTRELLA


Bandera de Venezuela

Desde noviembre de 1817, el Tricolor Nacional comenzó a flamear con ocho estrellas en los buques de la Marina de Guerra venezolana, batallones militares y en los edificios públicos de las provincias libres, hasta la creación de la Gran Colombia.  Pero he aquí que después de 189 años de un decreto que parecía sepultado por las sinuosas eventualidades de la historia, vuelve a materializarse por una soberana ratificación de su vigencia.

El Tricolor Nacional concebido y enarbolado por primera vez en el “Leander” buque insignia de la expedición mirandina, no exhibía, ni podía exhibir obviamente,  las siete estrellas representativas de las  provincias que junta declararon la Independencia de Venezuela.  Estas surgieron o fueron acordadas  por primera vez en Pampatar por las autoridads emanadas del Congreso de Cariaco en mayo de 1817.  Fue uno de las pocos acuerdos acertados  que en Angostura aceptó el entonces Jefe Supremo de la República, pero agregándole la estrella representativa de la Provincia de Guayana que sumaba a la emancipación venezolana.
De manera que de Angostura y por decreto del Libertador del 20 de noviembre de 1817, salieron esas ocho estrellas de nuestro Pabellón Nacional.  Eran azules, colocadas en línea recta a lo largo de la franja amarilla y duró hasta que la unión de Venezuela, Cundinamarca y Quito en una sola República, requirió de bandera propia. 
         El Congreso Constituyente de la nueva República, conforme a lo dispuesto en la Ley Fundamental dada el 17  de diciembre de 1819 por el Congreso de Angostura, se reunió en la Villa de Nuestra Señora del Rosario de Cúcuta y el 4 de octubre de 1821, acordó acoger la Bandera Madre, amarillo, azul y rojo, pero sin las estrellas.  En vez de éstas, llevaría un escudo, el escudo de la nueva gran República de Colombia, consistente en un haz  de lanzas con la segur atravesada, arcos y flechas cruzados, atados con cinta tricolor por la parte inferior, con una cornucopia vertical a cada lado, llenas de frutos y flores de los países fríos, templados y cálidos.
         La separación de Venezuela de la gran República de Colombia en 1830, impuso la necesidad de que el Estado venezolano ya restaurado tuviese su Bandera, pero había que reflexionarlo sin premura.  Así que el Congreso Constituyente reunido en Valencia, dispuso el 14 de octubre de ese mismo año continuar con la Bandera de la República disuelta, pero con las cornucopias del escudo invertidas.
         Ya en 1836, bajo la Presidencia del doctor José María Vargas, el Congreso decidió acentuar la diferencia de la Bandera venezolana con relación a las de Nueva Granada y Ecuador, muy similares. Al  efecto, dictó un Decreto, refrendado por el Presidente Ejecutivo (encargado), Andrés Narvarte, adoptando los colores de la Bandera Madre, vale decir, la mirandina de 1806, pero en franjas iguales y con un escudo, similar al actual, colocado en el tercio del color amarillo inmediato al asta.
         La Guerra Federal que ensangrentó a Venezuela durante cinco años, no sólo tenía un programa de Gobierno sino un proyecto de Bandera Nacional en sintonía con el concepto federalista.  Esta, mantiene el arcoiris tricolor de franjas iguales, pero en la franja amarilla se ubican veinte estrellas azules, simbolizando a las veinte provincias que se unen a la Federación Venezolana en 1963.
         Pero después del triunfo de la Federación y bajo tierra Ezequiel Zamora, su gran caudillo, el general Juan Crisóstomo Falcón, dispuso el 29 de julio de 1863, que en vez de veinte fueran siete las estrellas, es decir, el mismo número decretado por las autoridades del Congreso de Cariaco en 1817. Sólo que en vez de azules en franja amarilla, serían blancas en franja azul:  seis en forma de circunferencia y la séptima en el centro circular.
         El General Cipriano Castro, caudillo de la Revolución Restauradora del Liberalismo, nunca vio con buenos ojos aquella estrella solitaria en el círculo y prometió que tan pronto llegara a la Presidencia la sacaría de allí, pero no lo hizo inmediatamente, sino el 28 de marzo de 1905, mediante decreto que estuvo vigente durante veinticinco años.
         Al cabo de ese tiempo, el Presidente Juan Vicente Gómez, reaccionó contra las estrellas en circunferencia y propuso al Congreso dictara una ley modificatoria, la cual fue sancionada el 15 de julio de 1930.  La misma disponía que las siete estrellas blancas siguieran en el centro, pero no en la forma de círculo sino formando un arca de círculo con la convexidad hacia arriba.
         Así quedó y de esa manera fue recogida en la Ley de  los Símbolos Patrios (Bandera, Escudo e Himno Nacionales), promulgada el 17 de febrero de 1954, pero con el escudo de armas en el ángulo superior izquierdo.
         La Ley establece que:  “La Bandera Nacional es la que adoptó el Congreso de la República en 1811, formada por los colores amarillo, azul y rojo, en franjas unidas, iguales y horizontales” y que “llevará el Escudo de Armas de Venezuela en el extremo de la franja amarilla cercano al asta y, en medio del azul, siete estrellas blancas de cinco puntas, colocadas en arco de circulo con la convexidad hacia arriba...”
         El 3 de julio de 1963, el Presidente de la República, Rómulo Betancourt, dispuso celebrar el 12 de marzo, Día Nacional de la Bandera, para eternizar en la memoria de la nación, la fecha en que el Generalísimo la izó por primera vez.
         Guayana, desde la época de Juan Crisóstomo Falcón, ha venido reclamando el derecho, reconocido por el Libertador, de estar representada en el tricolor nacional con una octava estrella.  La campaña de mayor resonancia tuvo lugar durante el primer período constitucional de Rafael Caldera y se continuó durante el siguiente de Carlos Andrés Pérez hasta el punto de que el 8  de septiembre de 1977, en el acto conmemorativo de la Real Cédula que creó la Capitanía General de Venezuela y en presencia de sus majestades los Reyes de España, el Presidente Pérez anunció que solicitaría al Congreso la reforma legal que permitiría el cumplimiento del Decreto del Libertador.  Efectivamente, la reforma legal fue introducida al Congreso de la República y admitida favorablemente con el consiguiente beneplácito de los guayaneses que salieron a las calles para celebrar el acontecimiento, pero de allí no pasó.  Resultó materialmente imposible poner en vigencia la modificación de una Bandera que aparte de los onerosos costos, implicaría la alteración de una realidad evolucionada a través de trece banderas, aparte de que el resto de los Estados Federales de Venezuela, como lo concibió Ezequiel Zamora en 1859, reclamarían también su presencia en el Pabellón Nacional.

El domingo 20 de noviembre de 2005, aniversario justamente del decreto del Libertador en Angostura, el Presidente de la República, Hugo Chávez Frías, en su acostumbrado “Aló Presidente”, entonces desde Ciudad Guayana,  anunció que solicitaría a la Asamblea Nacional una modificación en la Ley  para la inclusión en el pabellón nacional de la octava estrella de Guayana y efectivamente, al año siguiente, introdujo el proyecto de modificación de la ley que hizo posible se materializara después de 189 años el siguiente decreto dictado por el Libertador:  “Habiéndose aumentado el número de provincia que componen la República de Venezuela por la incorporación de la de Guayana decretada el 15 de octubre último, he decretado y decreto: Artículo único.-  A las siete estrellas que lleva la Bandera nacional de Venezuela se añadirá una, como emblema de la Provincia de Guayana, de modo que el número de las estrellas será en adelante ocho”.
Es bueno añadir que antes de la bandera mirandina hubo una primera bandera, concebida por Manuel Gual y José María España dentro de su tentativo proyecto de emanciparse del absolutismo de la real corona española.  Esa primera bandera concebida en 1797 era blanca con un gran Sol en el centro, símbolo de la patria; cuatro estrellas sobre franja azul a lo largo de la parte inferior de la bandera representativas de las cuatro provincias de la época: Cumaná, Guayana, Maracaibo y Caracas y cuatro franjas verticales a la izquierda amarilla, rojo, blanco y azul representativas  de los estratos sociales blanco, pardos, negros e indios.


EL CORREO DEL ORINOCO



         Después de la Batalla de San Félix ganada por el General Manuel Piar y que puso la provincia de Guayana en poder de los patriotas y la convirtió después del Sitio de Angostura en el centro del Gobierno Supremo, Bolívar reitera su preocupación por la falta de un periódico para divulgar las ideas de la revolución y también para combatir las campañas calumniosas e insidiosas que a través de la Gazeta de Caracas llevaban a cabo los enemigos de la causa, especialmente su redactor José Domingo Díaz, quien la dirigió desde la caída de la Segunda República hasta la entrada de Bolívar a Caracas inmediatamente después de la Batalla de Carabobo.
         El primero de septiembre de 1817 escribió Bolívar desde Angostura a Fernando Peñalver planteándole la urgencia de una imprenta que éste en octubre de ese año logró negociar y enviar a bordo de la goleta “María”. Según las relaciones de la época, esta imprenta fue comprada en Trinidad al comerciante José María Istúriz por 2.200 pesos, parte de los cuales cancelada con mulas de las Misiones del Caroní. En ella se editó el Correo del Orinoco desde el 27 de junio de 1818, bajo la dirección del Licenciado Francisco Antonio Zea, quien mientras estuvo en Angostura se desempeñó primero como miembro del Consejo de Estado del Gobierno Supremo, Presidente del Congreso de Angostura, Vicepresidente de Venezuela y Vicepresidente de la Gran Colombia. Cada vez que debió ausentarse para cumplir misión interna del Gobierno o diplomática en el exterior, lo suplantaron en la dirección y redacción del periódico de acuerdo con las circunstancias política-administrativas del Gobierno, Juan Germán Roscio, Manuel Palacio Fajardo, José Rafael Revenga y José Luis Ramos.
         El periódico contaba con Corresponsales en Puerto España (Cristóbal Mendoza), San Thomas (Vicente Tejera) y en Maracaibo la asumió Andrés Roderick después de abandonar Angostura al iniciarse el año 1821.
          Aparte de quienes escribían espontáneamente firmando sus artículos con seudónimos, destacaron como colaboradores el propio Libertador, Fernando Peñalver, quien agenció la compra de la imprenta en Trinidad; Ramón Ignacio Méndez, Antonio Nariño, José María Salazar, Luis López Méndez, Francisco de Paula Santander, Francisco Javier Yánez y J. Trimiño. Su circulación semanal (sábado) se extendió desde Angostura al resto de Venezuela, Nueva Granada y las Antillas.
         El periódico, primero que se publicaba en esta ciudad de Angostura, cabecera de la provincia de Guayana, erigida desde 1817 en Capital provisional del país, se imprimió en el Taller del propio Gobierno Supremo, puesto en manos del tipógrafo inglés Andrés Roderick y el cual venía operando desde octubre de ese mismo año en la casa del canario José Luis Cornieles, calle La Muralla, inmediata al Parque de Artillería.
          Dice el semanario en su nota editorial insertada en la segunda columna de la última página, que saldrá los sábados y publicará todo cuando por su importancia ataña a la nación, a la lucha por la independencia y los derechos del mundo.
         “Somos libres, escribimos en un país libre y no pretendemos engañar al público” –expresa, y agrega que quedará a juicio del lector discernir la mayor o menor fe que merezcan sus notas.    
         Al final critica a la Gazeta de Caracas, también hebdomadario, que se edita desde 1808 y divulga ideas opuestas a la causa de los patriotas. En tal sentido opina que “el público ilustrado aprende muy pronto a leer cualquier Gazeta, como ha aprendido a leer la de Caracas, que a fuerza de empeñarse en engañar a todos ha logrado no engañar a nadie”.
         La primera plana la abre con los sucesos de la guerra en los llenos de Cojedes y Calabozo  contra el ejército del General Miguel de La Torre y donde los patriotas al mando de los generales José Antonio Páez, Manuel Cedeño y José Antonio Anzoátegui salen victoriosos destrozando con su caballería a la infantería realista, según los boletines enviados a las autoridades de esta ciudad desde el cuartel de San Fernando de Apure por Francisco de Paula Santander. También reseña aparte la embestida de los soldados de los generales Santiago Mariño y José Francisco Bermúdez en un intento por ocupar la plaza de Cumaná. 
         Publica el Correo del Orinoco en esta su primera edición recibida jubilosamente por los angostureños, una carta enviada por el Gobierno de las Provincias Unidas de Río de la Plata cuyas expresiones fervorosas a favor de la lucha de los patriotas venezolanos ha suscitado emoción. Igualmente da a conocer la respuesta del Jefe Supremo Simón Bolívar, quien despacha en esta ciudad de Angostura desde agosto de 1817.
         Informa esta primera edición del Correo, los apuros económicos en que se ha visto el General Páez para acuñar monedas con el molde de una máquina vieja desechada por el Gobierno en la segunda época de la República y del temor que tiene el Jefe Supremo de que le país vaya a inundarse con una moneda que por su imperfección puede ser contrahecha con facilidad.
         En este sentido, el Jefe Supremo en decreto que aparece en el Correo dispone la circulación de esta moneda sólo en la jurisdicción de Barinas. En el resto del país y hasta tanto se produzca una ley al respecto, se continúa con la Macuquina del antiguo régimen español y la macuquina acuñada en Caracas  en la segunda etapa de la Independencia.
         El semanario publica de la misma manera noticias de Río Negro en la que se afirma que están expeditas las comunicaciones con esa importante región fronteriza desde que el comandante Hipólito Cuevas fue por disposición del General Páez a liberar aquellos pueblos y los de Alto Orinoco.
         Los portugueses del otro lado de la frontera prometieron a Cuevas que no tomarán partido en nuestros problemas internos y que observarán una inmutable neutralidad, lo cual ha contentado mucho al Jefe Supremo ocupado ahora en la redacción de una ley para impedir el contrabando desmedido que nos viene de todas partes.
         La aparición del Correo fue recibida por los angostureños con semblante matizado de curiosidad y entusiasmo. Los primeros ejemplares se vendieron en la propia casa donde se editaba y en la Capitanía de Puerto donde también se hacían suscripciones al precio de un peso por mes.
         La goleta “La Libertad” así como la inglesa “Halifax Packet”y el bergantín francés “Ana” embarcaron paquetes del “Correo del Orinoco” con destino a las colonias y por esa vía a otros países como Londres y Estados Unidos de donde era esperado un Agente diplomático enviado por el Gobierno de James Monroe.
         La prensa de tipos sueltos trabajaba con fuentes long primer y small pica, con sus respectivas itálicas y letras blancas para títulos y epígrafes. El impresor, Andrés Roderick, devengaba 50 pesos mensuales desde el 15 de octubre de 1817 que se instaló la prensa en la casa propiedad de José Luis Cornieles,  un canario que se había refugiado con su familia en Trinidad tras el sitio y toma de Angostura por los patriotas y que luego regresó para ponerse a la orden de la República a cuyo Gobierno le puso a la orden todos sus inmueble.
         La suscripción del Correo del Orinoco costaba mensualmente un peso para los habitantes de Angostura. La gente del interior debía suscribirse por el lapso mínimo de tres meses y pagar treinta reales. Se contaba con posta para la circulación del periódico en lugares distantes.
         Las suscripciones fueron abiertas en la casa sede a  la Capitanía de Puerto y los comerciantes y personas interesadas en publicar Avisos en el Correo, debían remitirlo a más tardar la víspera de la edición, es decir, el viernes puesto que la Gazeta salía periódicamente el día sábado. La oficina de recepción de Avisos funcionaban en el propio taller del periódico.
         El premier comerciante en publicar un aviso por el Correo del Orinoco fue el señor Falconer, un sillero que tenía su taller en el sótano de la casa del Almirantazgo. El aviso decía textualmente: “El Ciudadano Falconer, Sillero, que vive baxo el Almirantazgo, desea encontrar para comprar una cantidad de SERDA. Se pagará a buen precio la de buena calidad. Angostura Junio 27 de 1818”.
         Andrés Roderick, impresor del gobierno Supremo, redobló su trabajo con el Correo del Orinoco, pues anteriormente se limitaba a imprimir Boletines, Bandos, Membretes, Decretos, Ordenanzas, Leyes, Resoluciones  y otros impresos, para lo que debió tomar previsiones entrenando ayudantes como Tomás Taverner, Juan José Pérez y José Santos e interesando en el oficio a jóvenes que supieran leer y escribir.
         El “Correo del Orinoco” que inauguró una nueva etapa del periodismo libre de Venezuela, vino a ser el segundo periódico propio del Gobierno Republicano. El primero fue El Publicista, fundado el 25 de junio de 1811 bajo la redacción de Francisco Javier Yanes y Francisco Iznardi, quien era Secretario del Congreso. En el número 2 de El Publicista se publico el Acta de la Independencia de Venezuela.
         La coordinación, redacción o dirección del periódico siempre estuvo a cargo de algún miembro de la Directiva del Congreso de Angostura o del Ejecutivo. En este caso, de Francisco Antonio Zea, Juan Germán Roscio y José Rafael Revenga, fundamentalmente.
         Constaba de cuatro páginas, texto 18x26 centímetros escritos a dos columnas hasta el Nº 11 y a 3 columnas en adelante. La suscripción costaba un peso por  tres meses para las provincias. Esto hasta la edición 91 en que el impresor Tomás Bradshaw, sustituto de Roderick, tratando de aumentar la circulación lo puso a real y medio al pregón y a seis pesos la suscripción anual.
         Roderick dirigió el Taller hasta enero de 1821 cuando recibió orden superior de trasladares a Cúcuta, capital del Gobierno de Colombia. Dejó la impresión del periódico en manos de Tomás Bradshaw, quien trasladó el Taller a la casa del Congreso de Angostura. Luego en abril del mismo año y desde el Nº 100 el taller e impresión del periódico quedó bajo la responsabilidad de William Burrel Stewart, quien lo cerró con la edición 128  del 23 de marzo de 1822, prácticamente al término de la gestión del coronel José Ucroz, gobernador de la provincia de Guayana.
         Desde el traslado del Gobierno a la Villa del Rosario de Cúcuta, se temió por la desaparición del Correo del Orinoco puesto que era una gazeta del Estado. En previsión, Andrés Roderick, animado por “algunos amigos de la patria que se han visto animados coadyuvar a su gloria”, pensó llenar el vacío dejándole a Guayana otro periódico par lo cual se elaboró un prospecto con el nombre Amor de la Patria, del cual dio cuenta el hebdomadario de los patriotas en su edición 67.
         Efectivamente, más tarde el Gobierno ordenó el traslado de la prensa a Cúcuta, pero los angostureños se movilizaron y evitaron que esto ocurriese. Fue entonces cuando se ordenó la compra de una segunda prensa en Filadelfia, la cual llegó a bordo de la goleta nacional “El Meta” capitaneada por Guillermo Wikie, en enero de 1812,  precisamente cuando el Gobierno ordenó a Roderick trasladarse con ella a Cúcuta. Sin embargo, esta prensa no llegó a su destino sino que se quedó de tránsito en Maracaibo, donde fue hábilmente aprovechada por Monseñor Mariano Talavera y Garcés, quien sería más tarde Administrador Apostólico de la Diócesis de Guayana, para editar El Correo Nacional.
         Andrés Roderick, con su recién llegada imprenta venida de Filadelfia, optó por quedarse en Maracaibo aprovechando que esta provincia de yodo y mar en poder de los realista había proclamado su independencia el 28 de enero de 1820 y por otra parte, porque eran serias las dificultades par seguir cargando hasta Cúcuta con la pesada máquina tipográfica como bien quedó evidenciado en la nota que después publicaría el Correo a manera de editorial:
         “Casi al momento mismo de proclamarse aquí la Independencia, y cuando la sabiduría del Gobierno se ocupaba en las muchas y graves atenciones que son consiguientes a la transformación política de algún pueblo, nos llegó cojo un don precioso emanado del Cielo, una de las mejores Imprentas de la República, con destino a Cúcuta para el servicio del Supremo Congreso; pero la dificultad de conducirla por caminos de tierra; la lisonjera esperanza de que venga a establecer aquí el augusto Tribunal y más que todo el ahínco del gobierno de proteger los Pueblos desde le momento mismo en que se acogen bajo el sagrado auspicio de las leyes sabias y liberales, han hecho superar obstáculos que se oponían a tan útil establecimiento”.
         Superado los obstáculos para que la imprenta se quedara en la capital zuliana, el impresor del Gobierno Supremo, de acuerdo con Monseñor Mariano Talavera y Garcés, instaló su máquina en la calle del Libertador (antes calle nueva) Nº 11) y en ella editó el Correo Nacional, prospecto que llegó a Angostura en agosto de 1821 y cuyo editorial reproduce el Correo del Orinoco en su edición 112 con esta nota al pie: “Insertamos este prospecto, no sólo con el fin de animar a las demás provincias del departamento de Venezuela a la imitación del bello ejemplo que ofrece la de Maracaibo, si no también para invitar a nuestro Compatriotas a suscribirse á un Periódico que promete á ser satisfactoriamente desempeñado”.
         El semanario estuvo circulando desde el 14 de mayo hasta el 10 de noviembre de 1821, el servicio de los intereses de la República y en una segunda etapa volvió a salir el 20 de enero de 1822. En la misma imprenta se editó Concordia del Zulia y después de la Toma de Maracaibo por el realista Francisco Tomás Morales, se editó el 23 de enero de 1822 El Posta Español que estuvo circulando durante un año.
         En 1824, Andrés Roderick abandonó la tipografía y se asoció al colombiano  José Padilla en un negocio panadero. En 1828 se marchó a Bogotá donde lo aguardaba con mejores perspectivas la tipografía de Zoilo Salazar. Permaneció en la capital colombiana hasta el día de su muerte ocurrida en abril de 1864.
         Al dejar de circular el Correo del Orinoco el 23 de marzo de 1822, la prensa donde se editaba (The Washington Press) no sirvió sino para hacer efectiva la promulgación de algunas leyes del Gobierno Regional, pues otro periódico no tuvo Guayana sino en 1838, El Telégrafo, editado en una segunda imprenta traída a Angostura por Lorenzo Ayala, a través de la firma mercantil Dalla Costa.
         Cuando el General Carlos Soublette ascendió a la Presidencia  de la República fue sugerido para trasladar la prensa a Caracas. Siendo Cumaná capital de Departamento Orinoco igualmente hubo esa intención, pero siempre los angostureños se opusieron y para que no corriese el riesgo de oxidarse por falta de actividad, el gobierno se la cedió al tipógrafo de origen veneziano, José Cristiano Vicentini, quien residía en Angostura desde 1839. Vicentini, la sumó al Taller donde se imprimió El Filántropo, periódico de los liberales que hacía oposición al gobierno del general Tomás de Heres, así como otro semanario de vida efímera.
         Para 1870 los talleres de impresión de Vicentini pasaron a propiedad de Juan Manuel Sucre, sobrino del Gran Mariscal de Ayacucho y, finalmente, la Prensa del Correo, ya superado por los adelantos tecnológicos que se operaban  en los sistema de impresión, quedó abandonada.
         A principios del siglo XX denunciaron en un periódico local que la histórica prensa se hallaba semienterrada en la casa Nº 17 de la calle Dalla Costa y el propio director de “El Luchador”, Agustín Suegart, la rescató y la acomodó en su Editorial La Empresa de la calle Venezuela. Finalmente sus descendientes, la donaron al historiador Bartolomé Tavera Acosta, quien la puso a la orden del Gobernador Arístides Tellería en 1911para que la ofreciera al Museo Nacional de la Historia en Caracas. Allá fue a tener y allá permaneció hasta el 15 de noviembre de 1973 cuando por iniciativo de la Sociedad Amigos de Guayana, fundadora del Museo de Ciudad Bolívar en la Casa del Correo del Orinoco, retornó a ese recinto donde se venera como prominente símbolo del periodismo de la patria libre


jueves, 25 de febrero de 2016

CONGRESO DE ANGOSTURA

El proceso que dio lugar a nuestra emancipación tardó diez años y durante ese lapso tuvo sólo dos Congreso legislativos, ambos de carácter Constituyente: el de Caracas, instalado el 2 de marzo de 1811 y el de Angostura el 15 de febrero de 1819.

         El Congreso de Caracas, instalado el 2 de marzo de 1811 en la Casa del Conde de San Javier, bajo la presidencia del diputado Juan Antonio Rodríguez Domínguez y con asistencia de 30 de los 42 diputados electos, sesionó hasta el 23 de febrero del año siguiente cuando se trasladó a Valencia. Su función principal estuvo centrada en la Declaración de la Independencia el 5 de Julio de 1811 y en darle al país una constitución que resultó de corte federalista, semejante a la de los Estados Unidos de Norteamérica y que fijó la Capital de la naciente República en Valencia a donde fueron trasladados (marzo) los Poderes, disueltos inmediatamente después ante la aproximación de las fuerzas realistas comandadas por el Capitán de Fragata Domingo Monteverde, quien avanzando desde Coro rompió toda resistencia republicana hasta quedar de nuevo el país bajo dominio español con la firma del tratado de Capitulación del 25 de julio de 1812.
         Detrás de la Capitulación quedó sepultada también la primera Constitución que se dio el país. Una Constitución, como dijimos antes, de corte federalista y que abarcaba sólo a las provincias de Caracas, Barquisimeto, Cumaná, Margarita, Mérida, Trujillo y Barinas, con libertad, autonomía e independencia, en todo aquello que no estuviera delegado a al autoridad de la confederación. Maracaibo, Coro y Guayana habían quedado fuera debido al dominio allí de los realistas.
         Esta primera Constitución que tuvimos los venezolanos, establecía la división de Poderes: el Poder Ejecutivo formado por un triunvirato, renovable cada cuatro años; el Legislativo que formaban la Cámara de Senadores nombrados por las Legislaturas de provincia y la de Representantes electos directamente por el pueblo.
         Dicha Constitución abolía la esclavitud, los fueros personales y títulos de nobleza. Aseguraba la igualdad ante la ley así como las libertades de prensa, industria y religión, entre otras.
         De manera que este primer Congreso de la Venezuela que pugnaba por independizarse de la Monarquía española, funcionó durante un año y 20 días. Posteriormente no hubo oportunidad para otro Congreso sino el 15 de febrero de 1819, es decir, casi siete años después y ya no en Caracas o Valencia, sino en la Angostura del Orinoco que pasó a ser también la tercera Capital que tuvo Venezuela durante el proceso emancipador.
         El primero de octubre de 1818 el Jefe Supremo Simón Bolívar reunió al Consejo de Estado para la convocación de un Congreso Constituyente dada la conveniencia de darle al Gobierno recién instalado en Angostura “una forma y carácter de legalidad y permanencia”. En 19 días estuvo listo y aprobado el Reglamento Electoral y se fijó el primero de enero de 1819 para la instalación del Congreso. Luego hubo que diferirlo para le 15 de febrero debido a que para la fecha prevista no habían podido trasladarse a Angostura los representantes de las provincias bajo control de los patriotas.
         El Congreso General de Venezuela, como oficialmente se denominaba, fue anunciado desde la víspera  con salvas de artillería y se instaló el lunes 15 a las diez y media de la mañana con 27 diputados de los 35 electos por las provincias de Caracas, Barcelona, Cumaná, Barinas, Guayana, Margarita y Casanare, igualitariamente 5 representantes por entidad. Los representantes de Casanare para la fecha no habían llegado y faltaban tres de los nombrados en Cumaná, Guayana y Margarita.
         El Jefe Supremo instaló el Congreso con un discurso para deponer el mando y proponer una nueva Constitución. Una Constitución centralista, distinta a la del primer Congreso. Las motivaciones, previo a un análisis de los elementos que habían dificultado el proceso emancipador, las sustentó en las experiencias de los países más civilizados.
         Fue un discurso denso y amplio en el que Bolívar tocó aspectos relevantes de lo que debía ser un sistema de gobierno ideal para los pueblos colonizados de América. En él habla del peligro del continuismo en los Poderes Públicos y del régimen absoluto, de la forma de gobierno conveniente, del origen de la tiranía y del imperio de la Democracia, de los inconvenientes de la Federación no obstante lo atractivo del sistema, de la mezcla de razas que forma al tipo de venezolano, de la desigualdad inevitable, del más perfecto sistema de gobierno y de la imposibilidad de la Democracia absoluta, de las lecciones de la experiencia y ejemplos de Roma, Francia e Inglaterra, de la legislación inglesa, del senado vitalicio y hereditario, de la Inglaterra como modelo de pueblos libres, del imperio de las leyes y necesidad de fortalecer el principio de autoridad, de las utopías políticas y del justo equilibrio del Gobierno y de la sociedad, del amor a las leyes como el verdadero amor a la Patria y de las causas del desamor del pueblo a las leyes y a los Magistrados, de la importancia de la educación popular, de ciudadanos activos y ciudadanos pasivos, de la unión y concordia de los Poderes, de su preferencia por el centralismo a la Federación, de la abolición a la esclavitud, de las pretensiones de España y del génesis de la Gran Colombia. En síntesis, todo el lineamiento de un cuerpo político o Constitución para una nueva nación o sociedad.
         El proyecto de Constitución motivado en el discurso y que Bolívar en su carácter de Jefe Supremo presentó, fue acogido en líneas generales por el Congreso de Angostura, excepto el Senado hereditario que sufrió fuerte y elocuente oposición de los diputados Fernando Peñalver (Guayana), Francisco Antonio Zea (Caracas), José Ignacio Méndez (Barinas) y Antonio María Briceño (Barinas), pero admitían, en cambio, la figura del Senado vitalicio en contra del Senado electivo que proponían los diputados margariteños licenciados Gaspar Marcano y Domingo Alzurú.
         En definitiva quedó acordado y establecido en esta materia que los primeras senadores con carácter vitalicio serían escogidos por el Congreso Constituyente entre los ciudadanos más beneméritos de la República y en lo sucesivo, caso de muerte o destitución de un senador, cubierta la vacante con uno de la terna que la correspondería presentar a la Cámara de Representantes.
          De acuerdo con esa Constitución de 1819, el Congreso ejercía el Poder Legislativo dividido en Cámara de Senadores y Cámara de Representantes. El número de senadores igual al de Representantes y éstos últimos elegidos popularmente, lo mismo que el Presidente de la República, por las Asambleas Electorales.
         La novedosa Constitución dividía al país en diez provincias (Barcelona, Barinas, Caracas, Coro, Cumaná, Guayana, Maracaibo, Margarita, Mérida y Trujillo). Cada provincia subdividida en Departamentos y éstos en Parroquias. Los vecinas activos de la Parroquia debían reunirse el primero de noviembre cada cuatro años y nombrar a los miembros de la Asamblea de Electores departamentales (uno por cada 500), un Juez departamental, los miembros municipales y un juez de paz de la parroquia y los jurados.
         Los ciudadanos con derechos al sufragio tenían que ser venezolanos y domiciliados en cualquier parroquia, casado, mayor de 21 años y poseer una propiedad raíz de valor de quinientos pesos en cualquiera parte de Venezuela. Suplía la falta de esta propiedad, el tener algún grado, aprobación pública en alguna ciencia, arte liberal o mecánica, grado militar vivo y efectivo o algún empleo con renta de 300 pesos por año.
         A propuesta del presbítero Ramón Ignacio Méndez en la Constitución se estableció un artículo, el séptimo de la Sección Tercera del Título sexto, según el cual los obispos fuesen miembros honorarios del Senado.
         Rechazó el Congreso asimismo la Presidencia vitalicia a imitación británica y, en su defecto, se estableció que el Presidente durase sólo cuatro años y fuese elegido popularmente por las Asambleas Electorales formadas por los representantes de parroquias.
         Se determinó que le Presidente fuese responsable, en virtud de acusación de la Cámara de Representantes ante el Senado, por los delitos de traición, conspiración contra la Constitución y el Estado, venalidad, usurpación o malversación de las rentas públicas.
El Poder Moral propuesto en el proyecto de Constitución por le Libertador fue diferido aduciendo el Congreso que “convenía consultar la opinión de los sabios de los países” y hacer algunos ensayos parciales que permitieran comprobar las ventajas o perjuicios de esta nueva institución para en su vista proceder a ponerla en ejecución o rechazarla”.
         La materia sobre el Poder Moral la discutió el Congreso de Angostura el 23 de julio y mientras algunos diputados la consideraron como “la idea más feliz y la más propia de influir en la perfección de las instituciones sociales”, otros la criticaron de “inquisición moral, no menos funesta ni menos horrible que la religiosa”. Todos en principio estuvieron de acuerdo en que era “de muy difícil establecimiento, y en los tiempos presentes absolutamente impracticable”. No obstante, al final, acordaron diferirla, pero quedó como apéndice de la Ley con la consiguiente advertencia.
         El Poder Moral o Cuarta Potestad era una especie de Tribunal para velar efectivamente por la educación de los niños, la instrucción pública, y opinar de las penas y castigo dables contra los corruptos, en fin, velar por la salud moral de la República acusando a la ingratitud, al egoísmo, la frialdad del amor a la patria, el ocio, y la negligencia de los ciudadanos.
         La Constitución quedó aprobada el 15 de agosto para todo el territorio de Venezuela, pero no fue puesta en práctica debido a que el propio Congreso de Angostura, tras la victoria del Libertador en Boyacá que decidió la libertad de Cundinamarca, aprobó a proposición de Bolívar y con el asentamiento de una gran asamblea de notables reunida en Bogotá, lo que se conoce como Ley Fundamental de la República de Colombia, sancionada el 17 de diciembre de 1819, la cual reunía en una sola nación a lo que es hoy Venezuela, Nueva Granada y Quito.
         Al surgir de esta manera otra República, necesario era dotarla de una nueva Constitución, para lo cual se convocó a un Congreso General Constituyente que debía reunirse, como en efecto ocurrió en mayo de 1821, en la Villa de Nuestra Señora del Rosario de Cúcuta.
         Con esta nueva Constitución de 1821, sancionada en Cúcuta, Venezuela, Nueva Granada y Quito pasaron a ser Departamentos de la República de Colombia, a su vez, divididos en provincias y éstas en Cantones y Parroquias.

         A partir del 28 de junio de 1821, lo que es hoy la conformación venezolana se entendía política y territorialmente así: Departamento Venezolano integrado por las provincias de Caracas, Carabobo, Barquisimeto, Barinas y Apure; Departamentos Orinoco, formado por las provincias de Guayana, Cumaná, Barcelona y Margarita y Departamento Zulia, configurado por las provincias de Maracaibo, Coro, Mérida  Trujillo.

martes, 23 de febrero de 2016

LA PLAZA MAYOR DE CIUDAD BOLÍVAR


         Plaza Mayor, Plaza Principal o de la Iglesia, Plaza de Angostura y finalmente Plaza Bolívar. Durante un tiempo fue llamada también Plaza del Martirio en alusión al fusilamiento del republicano General en Jefe Manuel Piar y otros revolucionarios.

         En mayo de 1764 cuando Joaquín Moreno de Mendoza cumplió el mandato del  Rey Carlos III de mudar la capital de la provincia de Guayana a la parte más angosta del  Orinoco, fue conforme al Título Real del 4 de junio de 1762 ampliado con las instrucciones del día siguiente, suscritos ambos en Aranjuez. No hubo un plano previo de fundación. El plano- proyecto de lo que debía ser la ciudad lo realizó en el propio sitio y por orden expresa del Gobernador Moreno de Mendoza, el cosmógrafo José Monroy que se hallaba en Guayana desde la Expedición de Límites.
         El plano de Monroy es el primero de la ciudad, pero en la práctica sufrió modificaciones  importantes como el de la ubicación del Fuerte San  Gabriel, Plaza Mayor y la Iglesia.
         La Iglesia había sido ubicada en el plano al Norte de la Plaza Mayor y sobre área completamente independiente aunque colindantes. Posteriormente el espacio de la Iglesia fue ocupado para inmuebles, entre ellos, el Palacio diocesano y pasó la Iglesia transformada luego en Catedral a compartir por la parte Este el espacio de la Plaza Mayor.
         El acta levantada por Soublette y José Ignacio Pulido sobre la ejecución de la sentencia de Piar, 16 de octubre de 1817, la identifíca como “Plaza Angostura”. Así se llamaba entonces y la descripción que hace el legionario inglés John Roberto, alistado como médico cirujano en el ejército Libertador, dice. “El piso de las calles está empedrado con pedazos de roca y piedra caliza, y caminar por él es molestoso y hasta doloroso. En la parte occidental, frente a la Casa del Congreso o Palacio, como también se le llama, la calle está cubierta de ladrillos rojos y se ha convertido en un atractivo paseo. El edificio mencionado del Congreso es de blancura perfecta, con excepción del techo, Con su arte central alto entre las dos alas, con sus ventanas cubiertas de celosías pintadas de verde, y su guardia permanente de soldados, se destaca por su limpieza y distinción. Una iglesia al Este (la Catedral), una capilla al Norte (Casa del Obispo), y una hilera de casas hacia el Sur, configuran una plaza de tamaño considerable en la cual este edificio (el del Congreso de Angostura) ocupa toda la parte occidental; desafortunadamente el centro (de la plaza) está lleno de escombros y piedras, que deslucen el conjunto descrito. La Iglesia es de pobre apariencia y parece más bien una prisión que un sitio de recogimiento religioso. Aquí se presta muy poca atención a los domingos. Existen dos o tres buenas tiendas en la ciudad, donde se venden alimentos secos, té, café, etc. Las casas de los pobres forman los suburbios. Las barracas están situadas en la extremidad oriental, constituyendo una larga extensión de tolerable apariencia. El hospital está en las afueras de la ciudad, a  tres cuartos de millas, en un sitio grande coronado de torrecillas (convento de San Francisco)”.
         Otra descripción de Angostura para 1818 la hace Eric Lambert en su libro “Voluntarios Británicos e Irlandeses en la Gesta Bolivariana” apegado a los relatos de los legionarios ingleses William Jakson Adam en “Journal of a Voyage to Margarita”. Gustavo Hippisley en “Narrative of an Expedition to the River Orinoco”, J. H. Robinson en “Journal of an Expedition 1.400 miles up the Orinoco” y Richard Longueville Vowell en “Campaigns and Cruises”.
         He aquí la descripción en la página 124: “El 13 de septiembre Bolívar entró en Angostura y declaró la ciudad capital civil y militar. Como capital de la nueva república no era gran cosa, pero habría de adquirir gran importancia en estos inicios de la lucha.
         “Tenía entonces una población de 5.000 almas, que había sido mayor antes del sitio. De forma triangular, Angostura se levantaba en la vertiente de una colina coronada por un fuerte (Almacén de Pólvora). La base del triángulo, que era la calle mayor, seguía la margen del río por encima de la marca de aguas altas. Cerca del vértice se hallaba la plaza, de una hectárea aproximadamente, de la cual partían siete calles colina abajo, cruzada por siete avenidas paralelas, que terminaban cerca de la ribera.
         “En la cumbre del cerro había un pequeño fuerte (Almacén de Pólvora), debajo del cual se veía un pintoresco convento (Convento de San Francisco en la Plaza Centurión) que se había convertido en hospital. La plaza empedrada estaba flaqueda en su lado más alto por la Casa de la Guardia, prisiones y cuarteles militares, mientras que la Casa de Gobierno dominaba el lado más bajo. Entre las otras edificaciones estaba el Palacio Episcopal, una capilla y la vicaría, la Magistratura, algunas oficinas y tres casas particulares.
          “Más allá del río estaban la Aduana y la Alameda, paseo que tomaba su nombre de algunos hermosos álamos viejos, y unas cuantas mansiones propiedad de acaudalados funcionarios y comerciantes, que pronto fueron ocupados por el Almirante y el Jefe de Estado Mayor. El Gobernador patriota se instaló en el Palacio Episcopal y Bolívar se mudó a la Casa de Gobierno.
         “Bordeando la calle mayor había algunas casas de piedra, unas tiendas y una taberna con billar y mesas de juego, donde la cerveza oscura tenía fama de excelente, pero donde el melindroso de Hippisley encontró el madera “pasadero”. En el extremo oeste de la ciudad estaban las casas de los pobres, hechas casi todas de bahareque”.
         En 1820, Juan Bautista Dalla Costa (padre) desde la Municipalidad y con las facultades amplias que tenía entonces el Procurador emprendió importantes obras de urbanismo que comenzaron  a darle fisonomía de gran ciudad a la capital de la provincia.
         Dalla Costa atendió preferentemente el empedrado de las calles, el aseo y ornato de la población, la arquitectura civil, el censo de la ciudad, la fundación de escuelas, el alumbrado público, las franquicias al comercio, la creación del mercado público, la limpieza y apertura de caminos, el problema de embarque de reses hembras para el extranjero y el de la navegación por el Orinoco. Sin embargo, muy poco o nada se hizo por la Plaza, tal vez porque el sitio socialmente neurálgico era la Alameda y la Plaza del Mercado.
         Para 1832, tiempos del Gobernador Pedro Volasteros, la Plaza principal de Angostura aún se veía llena de piedra y monte llegando y amaneciendo allí el ganado de los alrededores, según se desprende de una carta de Monseñor Mariano Talavera y Garcés, quien se había propuesto de una vez por todas concluir los trabajos de construcción de la Catedral.
         La dicha carta decía: “Esta capital sólo tiene un templo principiado de magnífica arquitectura y regular capacidad, faltándole únicamente el techo y alguna pequeña obra en su sacristía. Más de 40 años han transcurrido después de su fundación bajo el gobierno de Centurión, y ni los impulsos religiosos, ni los de un pueblo civilizado, han prestado hasta ahora movimiento al ánimo para perfeccionarle en obsequio del Altísimo. Bajo un caney de azotea se adora al Creador, y las oraciones dulces y fervorosas escasean, y se oprimen por su calurosa y estrecha capacidad. Una plaza mal situada existe al lado de estas fábricas, en su primitivo estado, llena de peñascos, basura y montes, pastando allí las bestias”. .
         Para 1867 cuando el explorador, Francisco Michelena y Rojas, se detuvo en ella le llamó la atención que de esa colina las calles descendieran al río de Sur a Norte y que en su vértice se  encontrara la Plaza. “La Plaza principal rodeada de regulares edificios, entre ellos la Iglesia catedral, aseada y de buen gusto, y el colegio nacional, que además de llenar satisfactoriamente las necesidades de la escasa población, tiene el mérito de haber servido para la instalación del segundo congreso de Venezuela, en circunstancias que casi todo el país se hallaba ocupado por los Españoles, el que tuvo lugar el 15 de febrero de 1819, 9 años después de hecha la declaración de la independencia. Allí fue también donde los representantes de Venezuela y N. Granada, crearon y oficialmente anunciaron al mundo la existencia política de Colombia”.
         “Plaza Bolívar” se denomina desde el 16 de junio de 1864 por decisión de la Asamblea Constituyente del  Estado Soberano de Guayana que decretó levantar en su centro una estatua ecuestre de bronce del Libertador Simón Bolívar, pero en vez de ecuestre se hizo pedestre y fue inaugurada en 1869.
         Al efecto, el Presidente del  Estado  Soberano de Guayana, Juan Bautista Dalla Costa  Soublette, nombró una comisión el 28 de octubre de 1867 integrada por el General en jefe Simón Briceño, doctor J.G.B. Siegert, José Lezama, Tomás Machado, Hilarión Gambús y Andrés Jesús Montes, con la idea de levantar una estatua al  Libertador en dicha plaza para lo cual debían arbitrar los medios necesarios. “Esta Comisión- decía el decreto- obrará sin ninguna limitación al intento de cuantos esfuerzos crea conducentes al cumplimiento de ese propósito, sin que ninguna autoridad o corporación tenga ingerencia en sus deliberaciones o acuerdos”.
         Dicha Comisión se instaló el 31 de octubre de ese año y designó presidente al general Simón Briceño; Tesorero, José Lezama y Secretario, Hilarión Gambús.
         Andrés de Jesús Montes, miembro de la Comisión era el Cónsul de Chile en  Ciudad  Bolívar y a través de él se solicitó la información sobre una presunta estatua del Libertador en ese país  del cono sur a objeto de utilizar el mismo molde que al parecer se hallaba en la Capital del  Reino de Baviera. Esta información la había obtenido directamente el propio Dalla Costa del Jefe de la Real Fundición y quien le comunicó además que para fundir una nueva estatua por ese modelo se requería previamente una orden formal y escrita del Gobierno Supremo de la República de Chile.
         El 25 de noviembre, la Comisión autorizó al Presidente del Estado para solicitar datos sobre el costo relativo a un pedestal de mármol o de granito en el exterior. Se consultó a varios países, entre ellos, Italia, Nueva York y finalmente Francia. El Pedestal  terminó contratándose en Paris y fue ejecutado por Eugene Thirión.
         El 26 de febrero de 1868, el Ministro de Relaciones Exteriores de Chile respondió en nota oficial fechada en Santiago  el 2 de enero en la que aclara que “no tenemos en Munich ningún modelo de la Estatua de Bolívar. Acaso sea del  Perú, a cuyo Gobierno podrá dirigirse el Presidente de ese Estado para obtener autorización de fundir un nuevo ejemplar de la misma estatua”.
         Por decreto del 12 de febrero de 1825, efectivamente, el Congreso peruano acordó levantar una Estatua a Bolívar, pero ella era ecuestre. Realizada en bronce por el escultor Toledini, había sido inaugurada en Lima el 9 de diciembre de 1859. El  único país que había erigido una estatua pedestre al Libertador era la  República de Colombia. La estatua de bronce y pedestal de mármol con bajos relieves en la Plaza Bolívar de Bogotá, obra del escultor Pedro Tenerani, fue donada por José Ignacio Paris.
         También existía desde el 28 de octubre de 1851 un busto de mármol del mismo escultor italiano Tenerani en la Capilla de la Santísima Trinidad de la Catedral de Caracas, trasladado en 1876 al Panteón Nacional y el cual había acordado el  Congreso de Venezuela el 30 de abril de 1842.
         Asimismo existía desde 1867 una estatua pedestre de mármol en la Plaza principal de Maracaibo, decretada por el Presidente del Estado Zulia, general Jorge Sutherland. Esta estatua se desmontó en 1872 por presentar ciertos defectos irreparables.
         De manera, que  la Comisión terminó decidiéndose por la estatua de Bolívar en Bogotá. Se hicieron los trámites necesarios y se utilizó el mismo molde donde fue fundida la obra de Pedro Tenerani. El 28 de octubre de 1869, día se San  Simón y en ceremonia espléndida, se inauguró la estatua del Libertador sobre el pedestal de mármol realizado en París por Eugene Thirion. La estatua que representa al Libertador en su dual condición de estadista y guerrero, con una espada en la mano derecha y la Constitución en la otra, fue develada por el Presidente Juan Bautista Dalla Costa hijo y el discurso de orden estuvo a cargo del gramático Ramón Isidro Montes. También hablaron en el memorable acto los doctores Francisco Padrón y Simón Barceló; el Pbro. Carlos Machado, el general José Gabriel Ochoa y don Serapio Machado.   El plano de  la Plaza fue levantado por el educador guayanés Regulo Machado, hermano de Tomás Machado, quien junto con el General José Simón Briceño, doctor J.G.B. Siegert, José Lezama, Hilarión  Gambús y Andrés Jesús Montes, formó parte de la Junta designada por el Gobernador Juan Bautista Dalla Costa hijo para llevar a feliz término la obra, a través de una gran colecta pública que se tradujo en 11.495,43 pesos captados en el  Departamento Heres; Departamento Yuruary, 545,03; Upata, 434,25; Alto Orinoco, 71,50 para un gran total de 12.246,21 pesos.
         Detrás de la estatua del Libertador y al frente de un templete donde se situaba dominicalmente la Banda del  Estado para dar conciertos, se colocó posteriormente una escultura simbólica de la República de Venezuela; al noreste, otra representativa de Bolivia; al Noroeste, la de Nueva Granada;. Sureste, Perú y Suroeste, Ecuador. Estas esculturas alegóricas construidas en piedra de arco, fueron costeadas  por el general Raimundo Fonseca y Juan María Maninat.        En el Coloquio con miras al Bicentenario del Natalicio del Libertador, realizado el 28 de mayo de 1978, por iniciativa del Comité de Defensa de la ciudad, bajo los auspicios de la Asamblea Legislativa y en el cual participaron expertos representantes de países caribeños, se examinaron  experiencias de restauración en Santo Domingo, Puerto Rico y Sur de los Estados Unidos y se determinó que el Casco Urbano de Ciudad Bolívar en virtud de su valor histórico debía ser rescatado del estado de deterioro progresivo en que se hallaba, siendo esto el mejor homenaje que se le podía hacer al Libertador. A tal efecto, el Coloquio concluyó con seis Acuerdos: 1. Trabajar en el rescate de los valores culturales del casco urbano con miras al Bicentenario del Natalicio del Libertador; 2. Participación de la ciudadanía; 3. Recomendaciones con respecto al mejoramiento físico y ambiental, directrices, visuales, lineamientos, volumetría, iluminación, señalización, arborización, textura, tráfico, relaciones entre la vieja y la nueva ciudad, bienes culturales; 4. Determinada la similitud arquitectónica del casco de la ciudad con la del Caribe, se recomendó investigar la influencia de qué países europeos; 5. Plan de rescate; 6. Recomendar la erección de una estatua en la Plaza Bolívar en representación de Panamá.
         “La Plaza del Martirio” solían llamarla los angostureños tradicionales no sólo porque allí el  General Manuel  Piar fue pasado por las armas en la tarde del 16 de octubre de 1817, sino también por el fusilamiento en la misma de los militares Anizeto Maldonado y Félix Figuera, el 9 de agosto de 1824, por disposición del gobernador de la provincia de Guayana, coronel José Manuel Olivares (1823-1828), contra el cual urdieron una conspiración. Allí también fueron  fusilados antiguos hombres de la caballería de  Piar, coronel Remigio Femayor, teniente Nicolás Quiroga y los sargentos José Francisco Vargas y Justo Prieto, los días 5 y 6 de agosto de 1831 en plena festividad de Nuestra  Señora de las Nieves, patrona de la ciudad. Por orden del comandante de armas general Pedro Hernández, fueron presos y fusilados sin fórmula de juicio y no obstante la amnistía general otorgada por el Presidente de la República José Antonio Páez a todos los monaguistas sublevados contra la separación de Venezuela de la Gran Colombia.
         Para entonces la Plaza Angostura, llamada también Plaza de la Iglesia, era toda una cuadra empedrada, pocos árboles, limitada por las fachadas de los inmuebles construidos a su alrededor. Es a partir de su conversión en Plaza Bolívar (1869) cuando se le da la conformación de hoy, cercada con rejas y portones, pero un poco más grande, continua con el lado occidental de la Catedral y separada de la fachada de los inmuebles por tres estrechas calles a través de las cuales podían transitar los rudimentarios medios de transporte de la época: carros tirados por bestias.
         La Plaza, totalmente cercada con barandas de hierro forjado y tres anchas y pesadas puertas, tenía postes y faroles, 16 bancos de madera y hierro y tres piletas de cuyo centro emergían esculturas de hechura romana con hilos de agua. El piso fue embaldosado en 1900 por decreto del Presidente del Estado, general Lorenzo Guevara. Las baldosas  traídas de Las Antillas y las adyacentes a la peana de la estatua del  Libertador estaban  divididas en tres franjas y cada una de ellas correspondía a uno de los colores de la bandera nacional.
         En tiempos del General Eleazar López Contreras y siendo el  Dr. Ovidio Pérez Agreda, Presidente del  Estado, dispuso reducir el perímetro de la Plaza  Bolívar a objeto de facilitar el tránsito de automóviles por la calle Bolívar que resultaba estrecha. Se le asignó el trabajo a la Herrería de Giuseppe Abatti, ubicada en la avenida El Porvenir frente a La Laguna, y quien tomó las previsiones para mantener los portones, pero una violenta decisión del Presidente del Estado culmino con su eliminación definitiva por estimar que las plazas públicas debían permanecer abierta, sin horario, para el disfrute pleno de la ciudadanía. Los portones permanecían desde entonces bajo custodia en el fondo de la casa de José Abatti Bureli, hijo del herrero Giuseppe Abatti.
         Hasta entonces y desde mediados del siglo pasado se acostumbraba  abrir y cerrar la Plaza Bolívar de seis de la mañana a seis de la tarde por cuestión de seguridad y para evitar las deyecciones de las bestias del transporte de tracción así como la incursión de animales realengos en los jardines de la plaza.
Bajo la administración del Gobernador ingeniero Jesús Sanoja Valladares y con motivo del bicentenario del traslado de Santo Tomás de la Guayana a la angostura del Orinoco (1964), se sustituyó el pavimento embaldosado de 1900 por un piso total de granito pulido.

         Luego, durante las administraciones de los doctores Alberto Palazzi (1979-82) y Alcides Sánchez Negrón (1982-83) y con motivo del bicentenario del natalicio del  Libertador, la Plaza  Bolívar fue objeto de otra intervención, la tercera y la cual modificó bajo protesta de los vecinos, además del pavimento, los elementos del entorno a la estatua pedestre del Libertador, bajo la justificación de hacerla más funcional.     Los trabajos al costo de tres millones de bolívares estuvieron a cargo de la contratista “Gobesfra”, la misma que construyó ese adefesio o parche del Casco Histórico, llamado “Boulevard Bolívar”. El piso de granito pulido fue sustituido por bomanite liso y bomacrón tratando de sugerir la realidad del pasado y los alrededores cubiertos con laja verde extraída de las lejanas canteras del Miamo y piedras de cuarzo de la Gran Sabana. La nueva pavimentación afectó asimismo algunas zonas verdes, eliminó las tres Fuentes, reubicó y elevó la escultura de mármol que simboliza a Venezuela, reubicó los postes- faroles próximo a la peana  de la estatua, los bosquecillos sustituidos por yerba rala y los tradicionales bancos boulevarderos por otros más grandes y semicirculares, fuera de contexto.