Notables
como el alemán Alejandro de Humboltd, el maracayero, Michelena y Rojas, el germano Carl Gerldner, el francés Lucien Morisse y el caraqueño Rufino Blanco Bombona,
la barqisimetana Iginia Bartolomé de Álamo, que viajaron por Guayana tuvieron
de la Ciudad Bolívar de los siglos diecinueve y veinte la siguIente impresión:
Después de 75 días recorriendo 2.250
kilómetros por el Apure, Orinoco, Atabapo, Río Negro y Casiquiare, Alejandro de Humboldt y Bonpland llegaron
a la Angostura del Orinoco en tiempo del gobernador don Felipe Inciarte. Tenía
la ciudad 6.000 habitantes y he aquí lo que el científico escribió: “La que es
hoy capital de la provincia de Guayana fue fundada en 1764, en tiempos del
gobernador don Joaquín Moreno de Mendoza y su verdadero nombre es Santo Tomé de
la Nueva Guayana. Pero en gracia a la brevedad, lo corriente es llamarla
Angostura (paso estrecho). La ciudad esta adosada a una colina pelada, de
hornablenda pizarrosa; las calles son rectas, y en su mayoría discurren en
dirección paralela al río. Muchas casas están construidas sobre la roca desnuda,
y aquí se cree que el aire es insano a causa de las superficies negras
intensamente caldeadas por el sol. Yo considero más peligrosas las lagunas de
aguas estancadas que se extienden detrás de la ciudad, hacia el sudeste. Las
casas de Angostura son altas, agradables y, en su mayoría, de piedra. Este tipo
de construcción demuestra que aquí nadie teme los terremotos; por desgracia,
esta seguridad no se basa en el resultado de observaciones fidedignas. En la
región costera de Nueva Andalucía se notan a veces violentas sacudidas, que no
se propagan más allá de los llanos. En Angostura no se observó nada cuando la
terrible catástrofe de Cumaná del 4 de febrero de 1797; pero cuando el gran
terremoto de 1766, que asoló también aquella ciudad, se movió el suelo
granítico de ambas orillas de Orinoco, hasta las cataratas de Atures y
Maypures.
Los alrededores de la ciudad Angostura
presentan escasa variación; no obstante, es grandioso el panorama del río, que
forma un enorme canal de dirección Sudoeste-Nordeste. En las crecidas queda
inundado el muelle, y, con frecuencia, personas imprudentes son devoradas por
los caimanes dentro de la misma ciudad. Muchos más seres humanos de lo que se
cree en Europa sucumbe anualmente víctimas de su imprevisión y de la avidez de
los reptiles. Esto ocurre, sobre todo, en los pueblos, cuyos alrededores están
inundados con frecuencia. Incluso los cocodrilos establecen su morada en un
mismo lugar durante largo tiempo, y cada año se vuelven más audaces,
especialmente, según los indios, cuando han probado carne humana. Son tan
astutos, que se hace muy difícil acabar con ellos. Una bala no atraviesa su
piel, y sólo es mortal si se le da en las fauces o en la fosa axilar. Los
indios, que raramente se sirven de armas de fuego, atacan al caimán con lanzas
tan pronto como ha mordido un fuerte anzuelo de hierro puntiagudo, cebado con
carne y atado con una cadena a un árbol. Lo acometen cuando la fiera esta
cansada de sus esfuerzo por librarse del hierro que le ha clavado en la
mandíbula superior.
Cada vez que, en años calurosos y
húmedos, se declaran en Angostura fiebres malignas, vuelve a plantearse la
cuestión de si el gobierno obró bien trasladar aquí la ciudad Vieja Guayana. Se
afirma que la antigua capital, más cercana al mar, es favorecida por los
vientos frescos procedentes del océano, y que la elevada mortalidad que en ella
se registra, no debe atribuirse tanto a las condiciones locales como al modo de
vida de los habitantes.
Las bocas del Orinoco tienen algo que
las favorece más que a todos los puertos de Tierra Firme: desde ellas, son más
rápidas las comunicaciones con la Península Hispánica. A veces se efectúa la
travesía desde Cádiz a Punta Barima en 18 a 20 días, y la de regreso, en 30 a
35. Como estas bocas se hallan a sotavento de todas las islas, los barcos de
Angostura pueden realizar un ventajoso tráfico con las colonias de las
Antillas, más que Guaira y Puerto Cabello. Por eso los comerciantes de Caracas
miran siempre con envidia los progresos de la industria de la Guayana española,
y como Caracas fue hasta ahora la sede suprema de las autoridades
gubernamentales, el puerto de Angostura fue menos favorecido que los de Cumaná
y Nueva Barcelona. La actividad máxima del tráfico interior es con la provincia
de Barinas, de la cual se envían a Angostura mulos. cacao, añil, algodón y
azúcar, a cambio de <<géneros>>, es decir, productos europeos
manufacturados. La pequeña ciudad de San Fernando de Apure sirve de puerto de
depósito en este intercambio fluvial, que puede cobrar mayor importancia con la
navegación a vapor”.
El diplomático, viajero y periodista Francisco Michelena y Rojas, en el
relato de su expedición oficial hecha en 1856 por el Orinoco, el Meta, Río Negro, Amazonas y el Atlántico, la
describió así al detenerse en ella: “La ciudad se halla situada á un regular
declivio, bastante para hacerla parecer en anfiteatro y aprovechar los vientos
que la refrescan periódicamente; tiene además la colina sobre que está
construida bastante base para extenderse a las márgenes del río, como se está
haciendo al E. de la ciudad, no sólo frente á la hermosa Alameda, compuesta de
los más frondosos árboles tropicales, que se
prolonga a gran distancia en toda la orilla, sino también continuando, como
hasta ahora, á cegar una pequeña laguna que existe frente al paseo mismo;
terreno conquistado para extenderse la ciudad en aquella dirección, á la vez
que se removería el único origen inmediato de las fiebres que atacan de tiempo
en tiempo al pueblo menesteroso. Cuando esto suceda, que será muy pronto, pues
los trabajos se hallaban muy adelantados cuando visitamos la ciudad, Ciudad
Bolívar será uno de los mejores climas de la República y una de las más
agradables residencias. En esa colina las principales calles descienden al río
de S. á N.; en su vértice se encuentra la plaza principal rodeada de regulares
edificios, entre ellos la Iglesia catedral, aseada y de buen gusto, y el
colegio nacional, que además de llenar satisfactoriamente las necesidades de la
escasa población, tiene el mérito de haber servido para la instalación del
segundo Congreso de Venezuela, en circunstancias que casi todo el país de
hallaba ocupado por los Españoles, la que tuvo lugar el 15 de Febrero de 1819,
9 años después de hecha la declaración de la independencia. Allí fue también en
donde los representantes de Venezuela y N. Granada, crearon y oficialmente
anunciaron al mundo la existencia política de Colombia. ¡Con cuanto entusiasmo
como orgullo escribiríamos estas líneas, como lo hacen nuestros amigos
políticos del N. América, si á los esfuerzos de nuestros padres, como sucedió
con los de aquellos, hubieran correspondido los resultados obtenidos hasta
ahora ¡Quisiera la Providencia dar á los nuevos hombres, hoy en el poder, la
cordura que faltó a los anteriores, y al pueblo, el patriotismo necesario para
que ambos levanten al país de las postración en que se encuentra por nuestras
disensiones domésticas!
Dijimos que las calles principales
corrían al río de S. á N., pero también están interceptados en ángulos rectos
por otras E. O., de no menos mérito, y entre estas, la gran calle paralela al
río, en donde se hacen todos los negocios de comercio. Pocas ciudades hay en el mundo, muy pocas, tan bien
situadas, á orillas de un majestuoso río, en su misma orilla, sin que sobresalten
temores de una inundación, y que pueda embarcarse á bordo de un navío de línea
sin más que atravesar los 20 pasos de calle que lo separan del buque; tampoco
habrán muy pocas calles, en un clima cálido como Angostura, en donde sus
habitantes se paseen ó hagan á cubierto sus transacciones comerciales debajo de
galerías espaciosas, cómodas y elegantes; y si quisiese más fresco, los dos
rangos de copados árboles de La Alameda satisfarían ampliamente sus deseos. En
lo general, la ciudad es bonita, aseada, bien empedrada, y las aceras
enladrilladas. Hay muy buenas casas, y algunas mejores que las mejores de la
capital de la República.
O la policía en muy bien hecha, ó la
población es muy bien inclinada, porque no se ven robos ni desmanes de otra
naturaleza: muchos de los presos vienen de otras provincias á purgar sus
sentencias en las cárceles.
En estos últimos años, la educación
pública ha mejorado bastante: existe un colegio que contiene á la vez los tres
grados de instrucción: elemental, secundaria y científica; y habiendo vivido en
el en las veces que visité aquella ciudad, me complazco en asegurar que tal
establecimiento como su rector (el Sr. Mantilla), hacen honor a la provincia.
La alta instrucción estaba reducida solamente á la lectura de la medicina y
cirugía, cuyo profesor, el Dr. Plazar,
generosamente, no sólo renunciaba entonces á su estipendio, sino que dotó a la
clase que regentaba de un gabinete anatómico. El estudio de las ciencias
matemáticas, en todas sus partes, era también de nueva creación, bajo la
dirección del mismo rector Mantilla y el Sr. Olegario Meneces.
Tan importante establecimiento
literario, tiene elementos para llegar al grado de perfeccionamiento deseado;
pues tiene rentas deficientes, y más que suficientes, con las fincas que posee,
ó más bien con el usufructo de los terrenos baldíos de Upata, sobre que están
fundados todos los hatos de ganado existentes en todos los que antes se
denominaban “de las misiones”; rentas asignadas por el general Bolívar, con ese
solo objeto, el de promover la instrucción pública. Pero desgraciadamente, las
rentas del colegio han estado siempre muy mal administradas, llegando al grado
de no entrar en sus arcas sino 3.000 pesos anuales; y aún en cierta ocasión,
siendo acreedor el colegio por la suma de 3.000 pesos á una testamentaria, por
razón de arrendamiento en las tierras de un hato, se sacó á remate el hato; el
gobernador representaba los intereses del colegio, todo se arregló de modo que
no hubiese mayor postor; y habiéndole sido adjudicado al colegio, el gobernador
le dio los 3.000 pesos á este, y se quedó con el hato, que dicen valía 40.000
pesos. A poco de esta sucia transacción llegué á Upata, en donde me fue
referido como un escándalo poco común; y que ha quedado impune.
Volvamos a la Alameda para hacer ver en
ella un lugar muy interesante en todo país civilizado, el de abasto para la
ciudad. Este edificio, el cuarto en su género en toda la República, armoniza
bien con el grado de civilización y progreso de esta ciudad. Entre la Alameda y
el río, sobre un terreno rocalloso que se avanza á aquel en forma de cabo, y
por supuesto abordable por todas partes por las embarcaciones menores cargadas
de provisiones, se encuentra situado el mercado formando un semicírculo, cuya
base frente paseo está adornada con una gran baranda ó verja de hierro. A este
mercado, pues, llegan víveres de toda naturaleza y en abundancia, no solo de
Cumaná y Barcelona, que están á la otra banda del río, sino del Meta viniendo
de Casanare, del Apure y aún de provincias más distantes. Tal es la admirable
hidrografía de Venezuela, por la cual aquella ciudad está en contacto con casi
todas sus provincias.
Carl
Gerldner, joven germano llegado a estas tierras, dice en su libro bilingüe
(alemán-español) “Anotaciones de un viaje por Venezuela”, editado por la
Asociación de Cultura Humboldt, que Ciudad Bolívar para 1868, carecía de
hoteles. Tan sólo una casa por alojamiento regentada por un alemán de nombre
August, pero estaba completamente ocupada, por lo que tuvo que valerse de una
carta de recomendación para los señores Blohm, Krohn & Cía, en cuya casa
hermana Blohm, Nölting & Cía había trabajado en La Guaira. El gerente del
negocio los recibió amablemente y le brindó alojamiento confortable.
En Angostura imperaba la costumbre de
que los empleados de un comercio vivían en la casa de su superior y también
eran alimentados por él, estableciéndose de esta manera una relación más
estrecha con el negocio y la familia.
El mismo día, Carl pudo observar el
colorido movimiento en la orilla del Orinoco. Las lavanderas hablando y riendo,
paradas en el agua hasta las pantorrillas y paleando la ropa contra la roca
para sacarle el sucio. Balandras, lanchas y grandes botes de 40 a 50 toneladas
cubriendo la ruta Apure y Barinas, transportando algodón, café, cacao, ron,
papelón, pieles de ciervos y tabaco así como la ruta del Alto Orinoco con
productos como bálsamo de Copaiba, aceite de carapa, habas de Tonga,
chinchorros, totumas, cestas y casabe.
El alemán queda impresionado de los
indios que llegan a la orilla del río a canjear sus productos por herramientas
agrícolas, fusiles, pólvora y plomo. Los llama camaradas silenciosos, dotados
de un gran impulso nómada, gente que nunca abandona su severidad estoica y
jamás brindan una sonrisa y mucho menos una risa. Observa también su nivel de
inteligencia que considera superior al hombre de raza negra y con una gran
capacidad de adaptación al mundo civilizado.
Los deslumbran las galerías porticadas
del Paseo Orinoco, sus columnas, balcones y celosías, donde transcurre la gran
actividad comercial y una comunidad muy abigarrada de damas de mucho colorido
vendiendo frutas, arepas, tortillas de coco y otras especialidades muy
apetecidas por los trabajadores del río.
Viaja con su hermano Max a las minas de
El Callao y embarca en un vapor, con cuatro burros comprados en Soledad,
cargados de herramientas y alimentos. Navegan sobre cubierta junto con otros
representantes del reino animal, entre cajas, barriles, sillas de carga y en
medio de ese abigarramiento de seres y de cosas fondean en Puerto de Tablas ya
avanzada la noche. El desembarque fue sumamente angustioso. Los marineros
tenían que echarse los pasajeros al hombro en una noche oscura con iluminación,
sin nada parecido a una lámpara y bajo amenaza de lluvia, con el equipaje
arrojado en la orilla en un desorden indescriptible. A bordo venían otros once
burros de un grupo de franceses, españoles y generales para un total de quince
y todos fueron empujados al agua desde la borda para que instintivamente
llegaran a la orilla al encuentro de sus amos. Carl y Max no podían
identificar, para asegurarlos aquellos rucios llegados en tropel. Les era
sumamente difícil en una noche tan oscura como aquella. Al fin, por descarte,
lograron a duras penas frenar el descarrío de los orejas largas, pero
cincharlos, asegurarles las sillas y cargarlos fue toda una empresa
desesperante, más porque los asnos no estaban domesticados y luego porque sus
dueños carecían de experiencia. Al final tuvieron que pagar a dos sonrientes y
pícaros observadores para que los sacaran del apuro y poder vencer las 50
leguas que distancia a Puerto de Tablas de Nueva Providencia por una vía que
más que camino era como una trocha, pues para entonces en Guayana no había
caminos y nada se hacía para construirlos, menos se conocían puentes y las
quebradas, ríos y riachuelos se vadeaban con el agua a la cintura o embarcados
en curiaras.
Carl en su libro de gran formato, 364
páginas (50 mil bolívares), dice que después de haber caminado un largo rato
desde que partieron, esperaban ver en cualquier momento al pueblo de San Félix,
el cual figuraba en sus mapas de viajeros, pero éste no se veía por ninguna
parte. Más tarde supieron que esa población “había sido destruida por completo
durante la guerra de independencia y jamás fue reconstruida”.
Lucien
Morisse, botánico y geólogo francés,
comisionado por el gobierno de su país, realizó tres excursiones científicas a
territorio venezolano y en la última -1894- practicó un estudio geológico de
Guayana, en especial de la región aurífera del Yuruari y mientras se aproximaba a Ciudad Bolívar la
describió así: “Hacia las seis Ciudad
Bolívar se perfiló con donaire en el horizonte de púrpura y oro, blanca sobre
su colina negra y lustrosa de rocas plutónicas, enteramente escalonada y
estructurada alrededor de la Catedral construida en la ladera de un peñasco en
el centro. La alta torre encalada de esta iglesia metropolitana domina y parece
proteger las casas, cubos escalonados al estilo moro, que se explayan a su
alrededor en cascadas de ladrillos blanqueados con cal. Ya había caído la noche
cuando llegamos, hacía las siete. El barco acababa de recibir de Fort de France
calderas nuevas, de modo que llegamos muy a tiempo, pese a la fuerza de la
corriente que tenía que remontar.
Ciudad Bolívar fue construida por los
españoles en la margen derecha del Orinoco; enfrente, en la margen izquierda
está el pequeño pueblo de Soledad, cabeza de un Camino real de unos cientos de
Kilómetros que llega a Barcelona, puerto del mar Caribe. Precisamente en
Soledad, Julio Verne, anticipándose en un siglo, hace que sus héroes de El Soberbio Orinoco, tomen el
ferrocarril para Caracas.
La alta colina, en cuya vertiente
occidental se extiende la ciudad, domina el gran río en el punto más estrecho
de su recorrido, es decir, ochocientos metros de ancho entre Bolívar y Soledad;
por eso los españoles llamaron a ésta ciudad Angostura.
Tal configuración había impuesto este
emplazamiento por encima de cualquier otro por la disposición de la montaña de
cara el río, prolongándose del otro lado una amplía meseta sobre la cual la
ciudad termina de esparcirse, y también por la estrechez del río en este punto.
Estos dos factores hacen de la ciudad una plaza muy fácil de defender.
Actualmente Ciudad Bolívar, situada como está, no tiene razón de existir. A
cuatrocientos cincuenta Kilómetros de Las Tablas, esta demasiado lejos del
centro minero y de las ricas selvas de caucho del Delta, de Piacoa, del
Imataca; de La Paragua y del Caroní; es decir, demasiado lejos de la parte baja
del río.
En lo referente al río medio y alto,
está a trescientos Kilómetros del Caura, a cuatrocientos cincuenta kilómetros
de los vastos y fértiles valles del Apure y del Arauca, es decir, la inmensa
región de los llanos, hacía La Urbana.
Está a quinientos kilómetros del río Meta, que conduce hasta el corazón de
Colombia. A setecientos kilómetros del Atures, primer
gran salto del Orinoco.
Ciudad Bolívar, mal situada, alejada de
todo y no en un centro donde el comercio, la industria y la agricultura
explican y justifican la presencia de una capital, está llamada a desaparecer,
o más bien a desplazarse, quizá a desdoblarse en dos otras ciudades:
Las Tablas hacia el mar y La Urbana a la entrada del
Alto Orinoco, cuando la vida moderna, industrial y comercial cree en el Orinoco
una serie de intercambios con el Nuevo y el Viejo Continente.
Por el momento, la vida, la fisonomía
de la Ciudad, han seguido siendo lo que fueron hace cien años. La industria no
existe y los procedimientos comerciales no han variado para nada.
Debido a su situación tierra adentro,
que exige un trasbordo en Trinidad, Ciudad Bolívar, dotada de un flotilla
bastante insuficiente aun para las necesidades actuales e incapaz de asegurar
más de una vez por quincena las comunicaciones y las transacciones con el resto
del mundo, ha escapado completamente al gran movimiento que arrastra a los
pueblos contemporáneos al éxodo hacía las regiones ricas y nuevas.
El escritor Rufino
Blanco Bombona cuando en 1905 llegó por primea vez a bordo de un barco a
Ciudad Bolívar con destino a la
Gobernación de San Fernando de Atabapo, tuvo la siguiente impresión, luego de
cinco días de navegación, primero costeando el Oriente de Venezuela y luego el
Orinoco: “Amanecimos una mañana frente a
Ciudad Bolívar. La capital de nuestra Guayana, vista desde a bordo, en la bruma
del amanecer, con sus torres blancas, sus casas blancas, sus contornos áridos y
en el fondo una pirámide berroqueña, aparecía en el horizonte, acurrucada sobre
una roca, a orillas del famoso Río.
El buque se va acercando lentamente. La
Ciudad, coronada de azotes, se divisa mejor. Parece una ciudad árabe; y hasta
me recuerda vagamente, sin que sepa cómo el panorama de Jerusalén, visto no sé
cuándo, no se donde.
Aquella
ciudad, a la que veía por primera vez, evocada en mi espíritu recuerdos
patrióticos. Allí se combatió con rudeza por la nacionalidad. Allí se fusiló a
Piar en 1817. Allí se fundó la Gran Colombia, en 1819. A la belleza del paisaje se reunía la belleza
de la historia. Pisé tierra bajo los más gratos auspicios.
La estada fue prolongándose, sin
pensarlo ni quererlo, en los preparativos de una internación en las soledades
del Alto Orinoco. Tuvimos que lamentar una desgracia con que se iniciaba la expedición,
siendo la primera salpicadura roja de esta odisea que iba acabar en sangre.
Arvelo-Larriva, que debía juntarse con nosotros en Ciudad Bolívar para
acompañarnos al Territorio, de que ya era conocedor, tuvo un lance personal con
el propietario del Hotel dando gritos y amenazándonos a todos. A duras penas
pudimos salvar a nuestro compañero y salvarnos nosotros mismos de garras
enfurecidas del populacho”.
La escritora Iginia
Bartolomé, esposa del doctor Antonio Álamo, historiador, abogado y
político, presidente del Estado Bolívar en 1933-35, escribió esta bella estampa de la ciudad en
la revista local “Alondra” de Anita Ramírez:
“Ciudad Bolívar
esta fabricada en una pequeña colina, y vista de lejos me recuerda a
Quintamar de la Sierra. Esta condición
topográfica hace que las calles suban y bajen por todos lados, y la ondulación
se comunique a techos y azoteas, pues no hay dos al mismo nivel y tal
irregularidad resulta pintoresca. No hay
la monotonía de las modernas ciudades tiradas a cordel, siempre llenas, siempre
iguales, sino que lo imprevisto, sale cada momento al paso.
Casas de balcones sin tener dos pisos, grandes muros
y viviendas que parecen
fortalezas
circundadas como están de barrancos o peñones.
Puede decirse que ésta es la ciudad de las azoteas; casi todas las casas
rematan en esta forma y son mucho menos frecuentes los tejados. Azoteas españolas de ladrillos, fuertes,
sólidas y así son las paredes y la construcción. Las fachadas son imponentes, severas,
pesadas, con sus grandes ventanas, con sus balcones corridos, con esa
austeridad y firmeza que habla de los tiempos en que se fabricaba con calma, a
conciencia sin apuros, ni apremios, porque la vida era lenta, tranquila,
reposada, y con toda parsimonia podían fabricarse paredes de más de medio metro
de espesor, ventana, puertas y barandales, con talladuras minuciosas, fachadas
barrocas, con el amontonamiento de adornos y molduras y pisos sembrados de
huesos o de diminutos ladrillos en caprichosas combinaciones. Muchas de estas cosas hay en Ciudad Bolívar y
por ello tiene cierto aspecto grave y reposado de antigua ciudad colonial. No ha entrado aún la levedad moderna con sus
delgadas paredes de adoboncitos y bloques de cemento armado, con sus
platabandas de cemento, sus armaduras de hierro, sus luces y rejas lisas, sin
minuciosidades, escuetas de detalles y que hablan del apuro del siglo enfermo
de impaciencia y rapidez”
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