Desde
el movimiento emancipador de Gual y España en 1789 hasta la Toma de Angostura
en 1817, el invicto del General en Jefe Manuel Piar no había sido malogrado
sino por dos derrotas, ambas un 16 de Octubre: La derrota sufrida en El Salado
de Cumaná frente a las huestes del urogallo José Tomás Boves y la de la Plaza Mayor de Angostura
cuando fue pasado por las armas decidido por un Consejo de Guerra que lo halló
culpable de los delitos de desobediencia, deserción y conspiración
La sentencia la recibió de rodillas 18
días después de haber sido aprehendido en su campamento de Aragua de Maturín
por una tropa de carabineros y trasladado a lomo de mula a la Angostura del
Orinoco, donde quedó cautivo mientras durara el proceso militar a que fue
sometido por instrucciones del Libertador.
Aquellos días en cautiverio los
experimentó como los más largos de su vida de guerrero y trataba de acortarlos
con el filo oscuro de la sangría que solícitamente le preparaba su guardián
Juan José Conde pero jamás pudo la bebida sino la misma sentencia que
arrodillado escuchó de los labios del oficial
José Ignacio Pulido.
Al terminar la lectura de la sentencia, se levantó
apoyado de la mano del Capitán Conde, y preso de frenesí comenzó a gritar por
toda la sala ¡Inocente! ¡Inocente! ¡Inocente!
Se rasgó la camisa y arrojó la lente que usaba de costumbre colgada al
cuello. Al arrojarse en seguida a la
hamaca, trastabilló y cayó en tierra. El
Capitán lo levantó y le dijo:
-Qué es eso, General! ¿Olvida usted
quién es? El hombre nació para morir,
sea cual fuere el modo que la suerte le depare.
Conformémonos pues.
Piar cerró los ojos y quedó inmóvil
como en una especie de sopor. Después de
media hora se levantó y dijo:
-Capitán Conde, no crea usted ni lo
comente, que lo ocurrido sea expresión de debilidad. No es cobardía, es solo efecto de lo que ha
debido sufrir mi corazón al oír esa bárbara sentencia, jamás creí que mis
compañeros de armas me sentenciaran a muerte, y lo más doloroso, ejecutarme en
esta plaza liberada por mi espada…Pero en fin...ya todo se acabó...Estoy
resuelto a tragar la cicuta Mándeme a
llamar a mi edecán Jorge Melean.
El Capitán quiso antes entregarle la
lente que había recogido del suelo, pero se negó a aceptarlo diciendo:
-Quédese con ella, Capitán, pues siendo
usted medio ciego, podrá serle útil.
Después de un corto paseo que dio por
la sala, le dijo al Capitán:
-Yo no estoy degradado y supuesto que
es usted el oficial que ha de conducirme, ¿me permitirá mande yo la escolta que
ha de ejecutarme?
-No se si eso puede serme permitido.
-Y ¿por qué no? Solicítelo usted del Jefe Supremo.
Así lo hizo el Capitán Juan José Conde,
pero el General Anzoátegui y el Comandante Francisco Conde le hicieron saber
que no debía permitírselo.
Al ponerlo en conocimiento de esto e
informarle que Jorge Melean no se hallaba en la ciudad, Piar le fijó la vista
como espantado, desde la silla donde se hallaba sentado con la cabeza sobre el
brazo derecho apoyado en la mesa donde
momentos antes habían colocado un Crucifijo de la Catedral.
Creyendo que ya era el momento
oportuno, el Capitán le preguntó si quería que le llamase algún sacerdote?
-Déjese usted de eso ahora.
Luego se levantó y fijos los ojos en el
Crucifijo, exclamó:
-Hombre salvador, esta tarde estaré
contigo en tu mansión. Ella es la de los
justos. Allá no hay intriga, no hay
falsos amigos, no hay alevosos... A ti los judíos te crucificaron , tú mismo
sabes por qué, y yo...y yo...por simplón voy a ser fusilado esta tarde. Tú redimiste al hombre, y yo liberté a este
pueblo ¡Qué coincidencia!
Y dirigiéndose al Capitán, le dijo:
-Capitán Conde, yo habré sido, no lo
dudo, fuerte en reprender a mis subalternos; pero ¿cuál es el que mande que no
tenga sus actos de arrebato? Mas, en mi
interior jamás he guardado ningún rencor, mi corazón nunca ha sido malo como
los que me han vendido y condenado. Yo
los perdono, y también pido perdón a usted por las impertinencias que de mi
haya sufrido.
Traído el almuerzo, nada le
apeteció. Sólo de cuando en cuando pedía
sangría. Como a las once y media,
tomando una esclavina que usaba, le dijo al Capitán:
-No tengo un grande uniforme que
ponerme para morir como Ney, pero me basta esta esclavina –y poniéndosela,
preguntó: ¿Qué le parece, Capitán?
-Déjese de eso por Dios, General. Piense sólo en su alma.
-Dice usted bien Conde, que venga el
Provisor porque ese viejo me parece ser hombre de los más racionales de su
oficio.
Vino pronto el Prelado, lo confesó y se
retiró meditando con la mano derecha en el pecho. Piar, entonces, le encargó al Capitán le
avisase cuando fuese la hora y éste a las cinco, le dijo:
-Es la hora, General!
Sin decir palabra, el General tomó el
Crucifijo, se hincó, rezó y lo besó. El
Provisor que no se había ido lo acompañó hasta la puerta de la calle donde
volvió a hincarse, oró de nuevo, entregó el Crucifijo y marchando sereno hacia
la muerte pronunció su última frase:
-¿Con que no me permiten mandar la
escolta?
Llegado al lugar indicado, al pie de la
bandera del Batallón de Honor, oyó de nuevo la sentencia, pero esta vez con
aire despreciativo, hundida de costumbre la mano en el bolsillo, moviendo el
pie derecho y girando su mirada sobre el paisaje humano.
El Capitán Conde trataba de colocarle
una venda que arrebataba y lanzaba al suelo.
A la tercera vez, el General Manuel Piar no insistió sino que abrió su
esclavina y el pelotón de fusileros pudo disparar directo al pecho descubierto.
En la plaza de Angostura, a 16 de octubre de
1917.-7º.-Yo el infrascrito Secretario, doy fe que en virtud de la sentencia de
ser pasado por las armas, dada por el Consejo de Guerra, S. E. el Gral. Manuel
Piar, y aprobada por S. E. el Jefe Supremo, se le condujo en buena custodia
dicho día a la plaza de esta ciudad, en donde se hallaba el señor general Carlos
Soublette, Juez Fiscal, de este proceso, y estaban formadas las tropas para la
ejecución de la sentencia, y habiéndose publicado el bando por el señor Juez
Fiscal, según previenen las ordenanzas, puesto el reo de rodillas delante de la
bandera y leídosele por mí la sentencia en alta voz, se pasó por las armas a
dicho señor General Manuel Piar, en cumplimiento de ella, a las 5 de la tarde
del referido día; delante de cuyo cadáver desfilaron en columna las tropas que
se hallaban presentes, y llevaron luego a enterrar al cementerio de esta ciudad
donde queda enterrado; y para que conste por diligencia lo firmó dicho señor
con el presente Secretario .--- Carlos Soublette.—Ante mí, J. Ignacio Pulido,
Secretario.
Allí en la Plaza Mayor de Angostura
sobre la tierra húmeda y musgosa de la tarde quedó tendido con todas sus
cualidades y defectos el Héroe de Chirica, tal como lo describió después su
oficial de guardia: de regular
estatura, ojos azules, barbilampiño, tez
rosada, imaginación e ingenio vivos.
Valiente y emprendedor, poco aplicado a la disciplina militar. Fuerte en sus opiniones, en las que siempre
quería prevalecer. Los trasportes de su
genio le hacían frecuentemente reprender con acrimonia, pero fácil luego en
apaciguarse, llegando a veces hasta pedir perdón al subalterno a quien creyó
ofender. Sincero, afable y cortés en sus modales. Solía entretenerse con algunas obras de
historia. Era afortunado a la par que valiente
y sólo una vez fue derrotado.
El
“cementerio de esta ciudad” a que se refiere el acta de ejecución, era
un sitio que más que cementerio propiamente concebido, parecía un corral
cercado con “cardones de España”, muy verdes y prolijamente enrevesados. Por eso el pueblo lo llamaba “Cementerio del
cardonal”.
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