Oriundo de las mesetas del África donde también abunda la
ornamental Acacia, fue cultivado en Ciudad Bolívar en 1909 para ablandar los
efectos perniciosos de la malaria, gracias al doctor Félix R. Pez y a su amigo
el extinto comerciante Carlos Palazzi von Büren.
Las simientes expresamente encargadas a una Casa de París,
Carlos Palazzi von Büren las sembró en los cuencos de un bambú. Germinaron tres, asombrosamente bien, y luego
que las plantas progresaron lo suficiente fueron trasplantadas: una en el Paseo
San Antonio; otra en el sector de Santa Lucía y la tercera en zona de la Cruz
Verde. Ya no existen, sólo un hijo de estaca en la avenida Táchira y varios
nietos.
Carlos Palazzi, nacido en Ciudad Bolivar en 1879 y fallecido el
20 de febrero de 1926, era uno de los socios de la Casa Palazzi & Hermanos,
casado con Matilde von Büren Barquero, padres de Merizo, Carlito, Leonel y el
ingeniero Mario Palazzi von Büren, profesor de la UDO y ex director del INOS.
Carlos Palazzi era aficionado a la floricultura, cultivaba en su
jardín variedad de flores, entre ellas, rosas, dalias y gladiolas que solía
regalar a sus amistades. Un buen día de 1909, por insinuación del médico
especialista en enfermedades tropicales, Félix Rafael Páez, se le ocurrió traer
de París, donde había estudiado bachillerato, varias semillas del Baobab,
árbol al que se le atribuyen
ciertas propiedades medicinales contra la malaria. Las simientes fueron procuradas por la Casa
Villemorin Andreux con la cual mantenía relaciones comerciales. Las sembró en cuencos de bambúes y a los
pocos días despuntaron los tres primeros
Baobabs conocidos en Venezuela.
Una planta tan gigantesca que en África llega alcanzar hasta 20
metros de altura y 9 metros de diámetro, no podía sembrarlo Palazzi en el
estrecho patio de su casa, de manera que optó por entregar las tres plantitas a
su amigo Félix R. Páez, médico que junto con el nombre de José Ángel Ruiz
calza el Hospital Universitario de
Ciudad Bolívar.
Félix R. Páez, graduado de doctor en medicina en el Colegio
Universitario de Guayana en 1890, fue director del Hospital Ruiz y Mercedes
durante 30 años, vivía y tenía su consultorio en la calle Venezuela y se
especializó en Londres y París en el tratamiento de las enfermedades propias de
los países tropicales como paludismo, disentería, beriberi y enfermedades venéreas. Fue miembro correspondiente de la Academia
Nacional de Medicina y en 1944, a raíz de su muerte, el Consejo Municipal
acordó sustituir el nombre del Hospital las Mercedes por el suyo.
Celoso de las exóticas plantitas que lo ayudarían en el
tratamiento del paludismo y otras enfermedades,
Félix R. Páez las puso al cuidado de su amiga Mercedes Grau y ya cuando
estaban suficientemente formadas como para ser trasplantadas en ambiente apropiado,
el médico se las encomendó a su tío Remigio Páez, quien formaba parte, en
calidad de presidente, de la Junta
Administradora del Hospital Ruiz y Mercedes junto con Luis Machado Pedrique,
Fretz Kühn, José Afanador, R. Henderson y el bachiller Ernesto Sifontes.
Don Remigio y su sobrino el doctor Félix R. Páez, con la ayuda
de Pedro Lucas Luna y Andrés Maestracci, trasplantaron la primera en una zona
de Los Morichales (Cruz Verde) y se ocuparon de regarla y cuidarla durante los
primeros años. La segunda en el Paseo
San Antonio (Moreno de Mendoza), justo en el sitio frente al inmueble donde
funcionó el Cine Plaza y la tercera en el sector de Santa Lucía en una parte
alta entre la hoy calle Caracas y avenida 19 de Abril.
Sobrevivió
hasta 1955 que la sacó de raíz un vendaval, la del Paseo San Antonio. Las otras desaparecieron con anterioridad, no
pudieron sobrevivir a la inclemencia del desarrollo que a la hora de
urbanizar poco le importa los árboles
útiles, o monumentales como los
de la familia bombacaceae a la cual pertenecen, además del Baobab,
el
Castaño, la Morea y la Ceiba, todos de notable presencia en Ciudad
Bolívar, particularmente la Ceiba que es el
árbol que más acentúa su parentesco con el Boabac.
El vendaval de 1955 no acabó definitivamente con el Baobab
del Paseo San Antonio pues perito del
Ministerio de Agricultura y Cría lo seccionaron para sembrar tronco y ramas en varios puntos de la ciudad, pero
sólo clonó favorablemente el que hoy todo el mundo contempla al pasar por la
avenida Táchira, justo frente a la casa de los von Büren, quienes siempre se
han esmerado por cuidarlo.
Pero el Baobab de la avenida Táchira, no
obstante haberse desarrollado favorablemente, se quedaba en la floración, nunca
sus frutos cuajaban, hasta que un día los esposos Antonio Martínez y Ana von
Büren, hermana del doctor Paúl von Büren, resolvieron polenizar artificialmente
las flores del propio árbol,
fructificando de esta manera por primera vez.
De ésta fructificación resultaron las semillas germinadas en robustos
nietos y que el doctor Leandro Aristeguieta rescató para el Jardín Botánico del
Orinoco en el Fundo Mata Negra de Raúl Martínez von Büren. Por otro lado se le cortaron ramas para
varias clonaciones, dos de las cuales han progresado favorablemente. Tales nietos de estacas y semillas se
localizan, uno en el césped del edificio de la CVG en Ciudad Bolívar y cuatro
en el Jardín Botánico del Orinoco.
El Baobab es tan longevo como la Secoya, árbol milenario localizado en California,
pero de una altura impresionante. La del
Baobab
se estima entre 10 y 20 metros apenas pero su tronco suele acusar un diámetro
hasta de nueve metros. Sus ramas son
bastante largas. Los negros africanos
utilizan las hojas como emolientes y de
la pulpa del fruto preparan bebidas refrigerantes que utilizan para la curación
de la disentería y las fiebres palúdicas.
El fruto llamado comúnmente pan de mono, es comestible y de un
sabor agrio y agradable. La madera es
blanca, liviana y blanda. Algunas tribus
de la costa occidental del África cuelgan en el interior ahuecado de los
troncos a los muertos que durante su vida llevaron una vida deshonrosa.
Antonio de Saint Exupéry
era un piloto francés de novelas y aventuras.
Llevó a cabo los raides entre París - Saigón y Nueva York - Tierra del
Fuego. Tras la ocupación de su patria en
1940 por los alemanes, se sumó a las tropas de liberación del General Charles
De Gaulle, pero pereció al ser abatido su avión cuando hacía vuelos de reconocimiento
sobre la Francia meridional. Días antes
había escrito a su esposa Consuelo que vivía en Nueva York en un apartamento
comprado a la actriz Greta Garbo: "Haré siete salidas más y luego iré‚ a
reunirme contigo en América".
Ya había escrito Piloto de Guerra, Vuelo Nocturno, Ciudadela
Sombría y, El Principito, donde hay un capítulo inspirado en los
enormes Baobabs contemplados por él sobre mesetas en uno de sus vuelos
por el África ecuatorial francesa.
Aquellos árboles altos y
corpulentos que perforaban con sus raíces mesetas que parecían pequeños
planetas flotando sobre la selva del Continente Negro, eran buen tema para un
cuento posiblemente para grandes y chicos, conectado con algunas propias
vivencias de su infancia.
Se imaginó un pequeño planeta, que al final fue un asteroide,
que tenía como único habitante a ese Principito que él pintó y describió en su
libro descendiendo con una esgrima de preguntas que interrumpían su trabajo de
Piloto accidentado en medio del desierto de Sahara, apenas con una reserva de
agua para ocho días y a mil millas de todo lugar habitado.
Luego del cuento de la boa, el elefante y el sombrero que
siempre fue un enigma para los adultos, menos para aquel Principito que deseaba
y obtuvo un cordero para su pequeño planeta, el Piloto se enteró del drama de
los Baobabs. Sus semillas estaban infectando al pequeño
planeta de El Principito y el gran interés de éste por el cordero apuntaba
precisamente hacia la eliminación de esa mala hierba tan pronto comenzara a
despertar:
Al tercer día me enteré del drama de
los baobabs. Fue aún gracias al cordero, pues el
principito me interrogó bruscamente, como asaltado por una grave duda:
- ¿Es verdad, no es cierto, que a los corderos les gusta comer
arbustos?
- Sí. Es verdad.
- ¡Ah! ¡Qué contento estoy!
No comprendí porque era tan importante que los corderos comiesen
arbustos. Pero el principito agregó:
-¿De manera que comen también baobabs?
Hice notar al principito que los baobabs no son arbustos,
sino árboles grandes como iglesias y que
aún si llevara con él toda una tropa de elefantes, la tropa no acabaría con un
solo baobab.
La idea de la tropa de elefantes hizo
reír al principito:
- Habría que ponerlos unos sobre otros...
Y observó sabiamente:
- Los baobabs, antes de crecer, comienzan
por ser pequeños.
- ¡Es cierto! Pero ¿por qué quieres que tus corderos coman baobabs
pequeños?
Me
contestó: ¡Bueno! ¡Vamos! Como si ahí estuviera la prueba. Y necesité‚ un gran esfuerzo de inteligencia
para comprender por mí mismo el problema.
En efecto, en el planeta del principito,
como en todos los planetas, había hierbas buenas y hierbas malas. Como resultado de buenas semillas de buenas
hierbas y malas semillas de malas hierbas.
Pero las semillas son invisibles.
Duermen en el secreto de la tierra hasta que a una de ellas se le ocurre
despertarse. Entonces se estira y,
tímidamente al comienzo, crece hacia el sol una encantadora briznilla
inofensiva. Si se trata de una planta
mala, debe arrancarse la planta inmediatamente, en cuanto se ha podido
reconocerla. Había, pues, semillas
terribles en el planeta del principito.
Eran las semillas de los baobabs. El suelo del planeta estaba infestado. Y si un baobab no se arranca a tiempo, ya no
es posible desembarazarse de él. Invade
todo el planeta. Lo perfora con sus
raíces. Y si el planeta es demasiado
pequeño y si los baobabs son demasiado numerosos, lo hacen estallar.
Seguramente cuando Antonio de Saint Exupéry escribió su
precioso cuento, ignoraba la utilidad de
ese árbol y lo beneficioso que ha sido
para la salud de muchos enfermos de malaria.
Y es raro porque en Francia donde él nació en 1900 fue donde el médico
bolivarense Félix Rafael Páez, se enteró de las propiedades medicinales de sus
hojas y frutos. Por eso se puso de acuerdo con Carlos Palazzi
para que el árbol no fuese sólo
propiedad exclusiva de las mesetas africanas sino de estas tierras del Orinoco
donde la malaria no ha podido ceder ni con la vacuna del científico colombiano
Manuel Elkin Patarroyo. De todas formas,
el agrio fruto del baobab jamás ha sido utilizado por los médicos bolivarenses,
posiblemente por lo accidentado de la vida de la planta a la par que por el
avance incontenible de la ciencia.
Excelnte
ResponderEliminarHermoso ... Quedé fascinado al ver el baobab de la avenida Táchira, casi nadie sabe lo que es... Es una lastima que muchos no lo cuiden, he visto señales de daños con objetos filosos en su tronco.
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