sábado, 30 de enero de 2016

EL CAFÉ ESPAÑA


En Ciudad Bolívar existió un establecimiento muy animado, humorísticamente visto como una “segunda instancia” donde casos judiciales que se trancaban y enredaban en los tribunales podían encontrar  allí su más conveniente solución.

         Ese establecimiento tan vivo y animado era el Café España de don Pedro Gascón Mir, a donde acudía desde temprano la abogacía angostureña. Entonces, entre los años que van de los cuarenta a los sesenta, el gremio de abogados carecía de sede propia, ni soñaba con una como la que se gasta ahora y encontraba en aquella casa con techumbre de tejas y puertas de bastidores, cercana a los tribunales de justicia, el lugar más apropiado para la interrelación profesional.
         El Café España, porque Gascón Mir era peninsular, empezó como una simple cafetería en donde el hombre madrugador podía, además de infusionarse, degustar un buen sándwich de jamón y queso importado. Luego, por exigencia de la misma clientela, se fue transformando en una botillería.
         Dicen que había jueces que interrumpían su trabajo para llegar hasta allí a tomarse un cafecito traducido en “dos guamazos”. Luego volvían reconfortados a decidir juicios, justos o ingratos según el derecho de cada quien. Pero, también, los había que ni pasaban cerca, magistrados severos como José Gabriel Machado y Francisco D’Enjoy.
         El hombre clave del negocio no era precisamente su dueño sino un joven de El Manteco llamado Don Hilario Díaz que allí entregó los mejores años de su existencia lidiando con aquellos especimenes de la abogacía que por lo menos le dejaron de oídas, un buen caudal de conocimiento en materia de derecho. Don Hilario regentó el Café hasta el día en que los urbanizadores resolvieron ir cambiando la ciudad vieja por otra mejor adaptada al hombre de hoy. De suerte que allí entre las calles Dalla Costa y Venezuela, en vez de aquel Café de abogados, litigantes, escribientes, comerciantes, empresarios, periodistas, locutores, se levanta hoy una moderna zapatería de las más variadas marcas industriales.
         El “Flaco” Hernán Rojas, secretario jubilado de los tribunales, recuerda, entre los asiduos visitantes del Café España, al doctor Barrios, César Bello Dalla Costa, Pastor Ollarves, César Bello D’Escriván, José Miguel (Pope)Gómez, Calazán Sifontes, José Ignacio Von Buren, Benito Alegría, Arape Garmendia, Pedro Battistini, Eduardo Villegas, Joaquín Echeverría, Carlos Evaristo Rendón, Gallo Guindao, Arístides Castro, el Coronel Piñero, Julio Paván, Jorge Inatti, Eduardo Villegas, Roberto Aveledo, Pedro Montes, Gabriel Rosa, Ernesto Bilancieri, el periodista Pedro Lira, Ismael Morales Pérez, Eurípedes Meza, Héctor Rebolledo, Juan Ramón Rodríguez, Lucio (Perico) Celli Contasti, Yacoi Berti, Fermín Bello, Domingo Evencio Pietratoni, Luis Alberto Pinto, Noel Valery, Luis Goubat, Sinar Guerra Madrid, Tomás Antonio León, Santiago Maestracci, Alfredo Hernández Pinto, Antonio López Escalona.
         Cuando el Café España cerraba sus puertas, los clientes insomnes o madrugadores se iban al negocio de Inocente Silva, o al Bar Bella Luna, del hispano Tomasito Calvari, donde las puestas de Luna, como los amaneceres, eran realmente resplandecientes y espectaculares. Luego, estos lugares de remate fueron desplazados por el célebre “Caballo Negro” de Roberto Bryant, sitio predilecto de los guayaneses descendientes de corsos como Roberto Liccioni, Kiko Battistini, Andrés Palazzi, Camilo Perfetti, Pedro Battistini Castro, Oscar Figarella, León Guevara Enet, Edgar Vallée Vallée y otros que nada tenían que ver con los  corsos como Mario Jiménez Gambús, Frank Arreaza, José Díaz, Manuel Alfredo Rodríguez y el poeta Alejandro Natera, quien sentía ojeriza por el símbolo escultórico de un whisky y le disparaba con su revólver cañón largo al igual que Benito Alegría en el Café España.
         En el Café España, cuando las partidas de dominó eran recias y había palos demás, se presentaban los intercambios de palabras fuertes que terminaban en pleitos y donde escasamente intervenía la policía. Había orden del gobernador José Barceló Vidal, de no intervenir. Un día le dijo al comandante Antonio Celli Ruiz: “cuando por riña entre abogados llamen del Café España, hágase el desentendido. ¿Qué se están matando? ¡Pues que se maten! Si hay muertos, entonces procedes”. El más belicoso, al parecer, era Benito Alegría, quien disparaba contra la botillería y luego al día siguiente se presentaba a pedir excusas y a ver cuánto tenía que pagar.
         Desaparecido el Café España y el Caballo Negro, parte de la clientela buscó refugio en el “My-Ha-My”, bar-restaurant del chinito Gond Fung, entre las calles Bolívar y Libertad, donde antes despachaban Mambrini cuando el negocio era de B. Tomassi; Erasmo Pildorín después y antes del chino, el viejo Casanova, lidiando gente como el Pope Gómez, don Félix Tomassi y Raúl Villegas.
         Hilario Díaz, muchas veces recalaba por el “My-Ha-My” como añorando sus viejos tiempos. El, a quien por poco le da un síncope cuando el Concejo Municipal autorizó la demolición del antiguo inmueble de Pedro Gascón Mir para dar paso al moderno local comercial donde ahora venden toda suerte de calzados, por supuesto, de calidad inferior a los que ofrecía don Antonio Pulido por la misma calle Venezuela, subiendo hasta la casa de los Llovera Páez que ahora la Fundación Angostura quiere convertir en sus oficinas.
         Aquí en el “My-Ha-My”, ahora de capa caída por efectos de la inflación, convergían los más fervorosos chismes, cuentos, comentarios, anécdotas, chascarrillos y verdades de la ciudad, al calor de la cerveza bien helada, el arroz chino, el rice-cooling y el filet de pargo a 22 bolívares, única parte del mundo donde en los años ochenta lo vendían a ese precio, pese a los reclamos de Víctor Bayola diciendo que era lau-lau. Y él, obviamente, sabía de eso, porque cuando prestaba servicio militar con su camarada Tito Bekles en Paraguaná, ambos manejaban la cocina del batallón. Bayola después se hizo reportero gráfico y sus colegas lo molestaban con el mote de “El hombre del lente-lento”.
         Bayola visitaba al “My-Ha-My” tres veces a la semana porque Rafaela, su esposa,  no le permitía más; en cambio, el doctor Pacífico Rodríguez, era el cliente más asiduo, seguido de Hernán (Flaco) Rojas y su hijo Héctor, de quien el sastre Víctor Ortiz decía que era “sonámbulo” porque lo veía de madrugada tocándole la puerta al chino a sabiendas de que éste cerraba y se iba temprano.
         Efectivamente, a las seis de la noche, por más lleno que estuviese el negocio, el chinito Fung decía “no hay ma’lepacho”, colocaba las cadenas, prendía su carro azul modelo 70, y se marchaba con la mujer y sus hijos. El bar-restaurant quedaba solo con los cuatro ventiladores de techo disipando los vapores del lúpulo hasta las once de la mañana del día siguiente en que desplegaba las puertas para recibir a su primer cliente.
         Su primer cliente solía ser el doctor Pacífico Rodríguez, quien vivía íngrimo  en la antigua residencia del popular Carlito Hernández en la calle Boyacá o antigua calle La Pica. Ya había tomado café en el abasto del musiú en Perro Seco, leído la prensa en el puesto de revistas de José en el Paseo Orinoco, hecho diligencias ante el juez de la causa, saludado a La Portuguesa y cobrándole los honorarios a don Edmundo Mattei, contador público y corredor de bienes inmuebles. Pacífico nunca pasaba de los 16 tercios. A las cinco de la tarde ya estaba de retirada. Volvía a ponerse en pie de guerra a las seis de la mañana cuando lo despertaba un gallo de raza que su colega Ramón Sambrano Ochoa tenía en el bufete de la misma calle Boyacá.
         El morocho Hernán Rojas, el Capitán Vasquecito, Ramón Zamora y el doctor Roberto Holnquist eran una fija en la mesa de Pacífico. Pascuzzi, lo mismo que Alcalá Mérida y el poeta Héctor Gil Linares, preferían la barra. Amílcar Fajardo gustaba estar de pie lanzándole latiguillos a Pacífico, quien se desquitaba llamándolo “pijotero”. El negro Alejandro Vargas, homólogo de su padre el autor de Casta Paloma, llegaba después de vendido el último billete de lotería y se sentaba en la barra al lado del maestro Silva (padre de Abel y del periodista José Laurencio Silva), quien parecía resolver un conflicto existencial con la bebida más antigua (la cerveza la inventaron los egipcios hace seis mil años). El maestro Silva rendía tributo a su ensimismamiento, aparentemente ajeno como niño autista a todo cuanto sucedía a su alrededor.
         Green, a quien le mataron un hermano en tiempos de las guerrillas en la masacre de Yaracuy, se arrinconaba meditabundo cerca de la fortaleza pintada al óleo sobre el muro extremo del restaurant. Perichamo, mensajero de la Gobernación, entraba y salía a cada rato anunciándose con el ruido de su motocicleta. Era entonces cuando el doctor Pacífico Rodríguez le decía que se parecía a un general de brigada.
         El periodista Ramón Aray, quien constantemente pedía la cuenta de las birras que compartía con Tomás Arreaza, ex alcalde de Borbón, preguntó en cierta ocasión a Perichamo el por qué de ese apodo de “Coquito” que tan bien le calzaba y éste explicó que doña Inés, la madre de Leopoldo Sucre Figarella, su padrino, era la responsable.

-         Pero ¿por qué?
-         ¡No me ves el tamañote!

Salía a relucir entonces la anécdota cuando la prima-dama doña Tatiana de Palazzi le preguntó al periodista Enrique Aristeguieta “quién era el tal Perichamo ése” y Enriquito le contestó: “Un señor que mide como un metro noventa”. Londoño remataba diciendo que conservaba una fotografía donde coincidencialmente bajaban en fila india por la escalera del Palacio de Gobierno: Perichamo, Zuleida Valladares, los enanitos Mayo y Mario, de último Roldán (Doble Feo), quien sostiene que es hijo de Pancho Lusinchi, tío del ex presidente de la República Jaime Lusinchi. Francisco (Pancho) Lusinchi vivió en Ciudad Bolívar y fue secretario de la Jefatura Civil (1925), siendo titular de la misma Francisco Méndez.
El Café España evidentemente que ya no existe, tampoco el negocio de Inocente Silva ni la Bella Luna. El Caballo Negro lo incendiaron el 9 de marzo de 1990 y Roberto, decepcionado compró un trailer y pasó sus últimos días al pie de un cerro en Soledad, vecino a la Quista de su paisano Alberto Minet, sembrando piña y lechosa y tertuliando con Óscar Castro, Corocoro, el pescador más viejo del Orinoco. Quedaba a duras penas el “My-Ha-My” con el chinito Fong que parecía no envejecer, sin embargo murió y nadie supo cuando ni donde porque en eso los chinos son extremadamente reservados.  Se fue un poco decepcionado porque parte de su clientela se había ausentado buscando precios más al alcance de la crisis en el Club  Gallístico, de Mariano Medina (Marianito) al lado del Cuerpo de Bomberos, de donde desapareció la gallera que vino a sustituir a la otrora del ex gobernador Toribio Muñoz en la calle Bolívar. Ahora sólo queda el remate de caballos y la venta de cerveza a precios populares, donde nunca faltaban a la hora del mediodía el “Flaco” Rojas, el capitán Juan Piña, el periodista Ramón Aray, el pintor José Martínez Barrios y el veterano locutor Agustín Blanco, hermano de la actriz de televisión Eva Blanco.


         

viernes, 29 de enero de 2016

LA CÁRCEL VIEJA

Las fortalezas erigidas para defensa de la ciudad sirvieron posteriormente de cárcel o prisión como fue el caso de los Castillos San Francisco y el Padrastro.  Angostura, no obstante, tuvo desde el principio su Cárcel Pública o Cárcel Vieja como le dicen ahora para distinguirla de la de Vista Hermosa
.
Entre las edificaciones que se propuso el gobernador de la provincia, Manuel  Centurión para vigorizar isnstitucionalmente la ciudad, estuvo la Cárcel, pero al cabo de diez años que duró su mandato, interrumpido virtualmente por la presión religiosa fraileña con la cual tuvo roces, le fue materialmente imposible terminarla. Tampoco pudieron continuarla los gobernadores siguientes, excepto Miguel Marmión, quien por no tener ya donde meter los presos, optó por paralizar la construcción lenta de la Catedral para destinar los impuestos del guarapo y juegos a la prosecución de la obra. Pero no fue muy lejos el Gobernador Marmión, tampoco Inciarte. De allí que al instalarse en Angostura los Poderes de la República hubiese que habilitar una de las casas que por la parte Sur flanqueaban la Plaza Mayor, para que sirviera de prisión.
      De suerte que para la época de la Independencia, la Casa de Prisión estaba junto a las de la Guardia y Cuarteles Militares flanqueando en su lado más alto a la plaza empedrada.
      Por ello tal vez no se le menciona durante el sitio de Angostura, no obstante su ubicación estratégica de dominio sobre el río. Se habla de una gran zanja alrededor de la ciudad y de cañones emplazados en Polanco y la Alameda solamente.
      Para 1866 ya existía como cárcel puesto que Tavera Acosta la menciona en un capítulo titulado “La Revolución de los Azules”, cuando el coronel Ramón Contasti, con un grupo de bolivarenses partidarios de Dalla-Costa, trata de vencer inútilmente a la guardia de prevención para tomarla.
      Los días 20, 21 y 22 de agosto de 1902 los vapores de guerra Restaurador y Bolívar comandados por el General José Antonio Velutini y Román Delgado Chalbaud dispararon 1.300 proyectiles explosivos sobre la ciudad (Guerra Libertadora) y causaron daños a numerosos edificios, entre ellos la cárcel.
      Por su proximidad con el desaparecido Fuerte San Gabriel que Moreno de Mendoza levantó en El Arenal, hoy Mirador, se cree que vino en cierto modo a reemplazarlo, por lo menos durante la crecida del Orinoco
      Con motivo de los trabajos de restauración de este inmueble, la revista El Minero dice en su edición julio/ agosto 1980: “la edificación de la cárcel vieja está ubicada en frente del Paseo Orinoco y sirvió de prisión prolongados años. Se cree que pudo haber sido una dependencia del Fortín San Gabriel, en el Orinoco, pero hasta ahora esto no está totalmente dilucidado”. Por su parte el doctor José Sánchez Negrón, Cronista de Ciudad Bolívar, dice en un artículo sobre este edificio: “Lo que sí está definitivamente en claro es que  el edificio de la Cárcel Vieja no fue asiento del Almirantazgo, tampoco lo fue de la prisión pública durante el dominio realista”.
      Evidentemente, los republicanos, después de la Toma de Angostura tomaron uno de los inmuebles de la parte Sur de la Plaza mayor para que sirviera de Cárcel. En ella estuvo preso el general Juan Bautista Arismendi, quien fue trasladado desde Margarita al negarse a cumplir una orden del Gobierno Supremo relativa al reclutamiento para aumentar la capacidad numérica del Ejército que se preparaba para invadir a Colombia. Igualmente los Castillos de Guayana la Vieja sirvieron de prisión desde tiempos de la colonia hasta muy avanzado el siglo diecinueve.
      Otros establecimientos penales del Estado Bolívar a lo largo de su historia, son la Colonia de Trabajo de El Dorado creada en 1944 y la Cárcel de Vista Hermosa, en 1951.
El escritor Rufino Blanco Fombona, quién estuvo preso en la Cárcel Vieja de Ciudad Bolívar junto con el poeta Alfredo Arvelo Larriva, la describe así en carta del primero de agosto de 1905, dirigida al Secretario General de Gobierno Eliseo Vivas Pérez:
“Muy señor mío: ayer fui pasado a la cárcel pública, de orden del juez, según se dice. La cárcel de Ciudad Bolívar es inhabitable para ninguna persona, no digo ya decente, sino que haya  visto otra cosa que inmundicias y narices que hayan respirado otra cosa que miasmas.
La cárcel la constituyen dos patios, separados por un muro: el patio de entrada, más pequeño, y el del fondo, en donde estoy, un cuadrado perfecto, de una sola planta siete metros de largo por siete de ancho. Encuadran este patio donde pululan hasta 80 presos, la más abigarrada plebe de asesinos y ladrones. Los calabozos son seis y un excusado, es decir siete letrinas.
Es tal el hedor que se desprende de estos ochenta cuerpos sudados, de estas ochenta gorduras, que hacen lo menos ochenta evacuaciones diarias, sin contar los soldaditos de guardia. Es tal la pestilencia, que apenas llegué caí malo con neuralgia y con bascas: anoche me ha sido imposible conciliar el sueño.
Han vertido creolina sobre esta putrefacción, lo que no sirve sino para aumentar la hediondez, de cloacas con hedor a botica. Y el olfato engañado no sabe dónde respirar, si en el water closet o en una farmacia
Sepa usted, pues adonde ha enviado el Ejecutivo de Bolívar porque no creo que sean los jueces, a un hombre cuyas manos hubieran tenido mucho honor estrechar y cuyas sonrisas hubieran tenido a mucho honor merecer, ayer nomás, esos mismos que lo aprisionan.
A la insoportable hedentina, agréguese el horror de la comunidad forzosa de seres de educación, carácter, raza y costumbres semejantes de los míos, el calor de 37 grados Reaumur que reina hoy en Ciudad Bolívar, y una multitud de cucarachas, ratas, ratones, moscardones, moscas, mosquitos y otros nauseabundos huéspedes de la basura.
¿Y es éste, el lugar que han escogido para encerrarme? ¿No estaba, por ventura, bastante preso en el cuartel de policía? La gendarmería que basta para seguridad de una población ¿no era suficiente para custodiar a un prisionero? Y no se me arguya que el juez de ustedes dice que se me detenga en la cárcel. Al juez lo que le interesa, si algo le interesa  con respecto a mí, es que yo quede bajo seguro y pronto a comparecer a su presencia.
La policía apenas se halla separada de la cárcel por una mampostería ¿qué importa, pues, al personaje de la justicia, el que yo esté a la derecha o a la izquierda de un muro; en ese o en el otro cuartel?
Y me dirijo a usted porque sé ¡ay!, cuánto puede un Secretario de Gobierno.
Secretario de Gobierno era yo, años atrás cuando coterráneos y conmilitones de usted cayeron presos en el Zulia; y no me costó mucho dispensarles cien liberalidades.
Todo esto, señor odontólogo, no es pedir cacao, sino pedir justicia”
Rufino Blanco Fombona, novelista, historiador y ensayista, una de las personalidades más vigorosas y decididas de la época, fue perversamente internado por sus enemigos políticos en esa vetusta cárcel, tras haber sido Gobernador del Alto Orinoco y Río Negro que antes tenía su sede en San Fernando de Atabapo. Su testimonio a la luz de la situación carcelaria actual, evidencia que muy poco se ha cambiado. Entre la Cárcel Vieja y la Cárcel Nueva hay una diferencia de decenios, pero el infierno sigue siendo igual.
El edificio de la Cárcel Vieja de Ciudad Bolívar fue restaurado en 1980 por la Corporación Venezolano de Guayana, bajo la supervisión del arquitecto Graciano Gasparini para ser destinado al Archivo Histórico del Estado Bolívar. En él funcionó el Ircopahidec y el Museo Etnográfico de Guayana conforme a un proyecto elaborado por la antropóloga María Eugenia Villalón.
      En 1951 fue construida una moderna denominaba Cárcel Modelo, después Cárcel Nacional. También Cárcel Nueva y finalmente Cárcel de Vista Hermosa
      El director de Obras Públicas Nacionales en el Estado Bolívar era ese año de 1951 el ingeniero Antonio Burguillos, quien una vez concluida la obra, la presentó como un centro para la seguridad, disciplina y regeneración de presos.   
      Su estructura de cinco cuerpos y dos plantas incluía edificio para la administración. El primer cuerpo destinado a talleres; el segundo, para alojamiento de 60 presos en cada planta, con cuatro dormitorios colectivos y en el piso superior los servicios de mantenimiento. La planta baja con diez celdas individuales y varios dormitorios colectivos. En el tercer cuerpo de una sola planta: la cocina, comedor y lavandería. El cuarto cuerpo de una sola planta, destinado a reclusas, capacidad para veinte mujeres, además de sala de enfermería y farmacia. Y el quinto cuerpo de dos plantas destinado para alojamiento del Alcalde, parte superior, y la de abajo para oficinas.

      Antes de transferir los reclusos de la Cárcel Vieja en pleno casco histórico de la ciudad, entre el Paseo Orinoco y calle Igualdad, la Cárcel de Vista Hermosa fue estrenada por los presos políticos de la dictadura militar del General Marcos Pérez Jiménez, que se hallaban en los campos de concentración de Guasina y Sacupana de la región deltana.

jueves, 28 de enero de 2016

GUASINERO DEL TERCER LOTE

César Octavio Rojas

Cesar Augusto Octavio Rojas, guasinero del tercer y último lote de presos políticos que la dictadura de los años cincuenta arrojó en la desértica y aluvional isla deltana, cuenta su historia que podría ser la misma historia de los que como él y desde el Palenque gomecista, estuvieron en campos de prisioneros políticos, pero con su sello muy particular.


         Este hombre con tres nombres de emperadores romanos pudo no estar contándola, pero ya vemos que sobrevive porque en su oportunidad sobrevivió a las crueldades implantadas en las inhóspitas islas de Guasima y Sacupana, al exilio mexicano, al hacinamiento de las Cárceles de Ciudad Bolívar y Pro Patria, a los choques guerrilleros de los 60 y a las naturales vicisitudes de la existencia humana.    Cesar Augusto, con su mujer Lupita que se trajo del exilio, vivía atendiendo a forasteros en un sitio del crucero llamado “La  Casona” y en sus ratos libres, que son escasos, escribía en su vieja máquina portátil la historia de él y de los otros, los del tercer lote.
         Todo comenzó un día de 1952 en la parroquia San Juan cuando el rojo de la pintura sobre los muros caraqueños parecía ser el único grito de rabia contra los usurpadores de los derechos democráticos de la nación. O tal vez antes, en 1949, cuando derrocaron a Rómulo Gallegos o acaso en 1945 cuando los mismos cabecillas Carlos Delgado Chalbaud, Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Lloverá Paez (guayanés) derrocaron a  Isaias Medina Angarita.
         Lo cierto es que desde 1949 a 1952 cuando los graffitti  explotaron como bombas antes los ojos de los sabuesos  de la Seguridad Nacional, habían ocurrido hechos políticos relevantes como la trágica muerte de Carlos Delgado Chalbaud, el establecimiento de un sistema de represión política feroz, el asesinato del Secretario General de AD en la clandestinidad Leonardo Ruiz Pineda, elecciones para asamblea constituyente sin participación de AD y PCV como partidos y la conversión de Guasina y Sacapanma en campos de concentración de prisioneros políticos. Más de 400 presos políticos habían en 1952 cuando se preparaba entre Valencia y Caracas el tercer lote integrado por aquellos que se negaron a firmar cauciones en las que se comprometerían a no participar en política.
         Cuenta nuestro entrevistado que siendo joven militante del PCV y con motivo del Primero de Mayo, Día Internacional del Trabajador, se hallaba rayando de consignas los muros caraqueños de San José, San Juan y Palos  Grandes cuando fue sorprendido y llevado por tres días a los calabozos del Obispo junto con Luis Navarrete Orta y Angel Raúl Guevara. Luego los pasaron para el Comando de la Seguridad Nacional donde para ablandarlos los recibieron a plan de peinillas y de allí por tres meses a la Cárcel Modelo de Pro- Patria, atestada de presos políticos, entre ellos, Leopoldo Sucre Figarella y sus hermanos Kiko y Guillermo; Antonio Lauro, Manuel Adrianza, Antonio Estevez y Guillermo García  Ponce. Cesar tendría unos 25 años, casi la misma edad de estos hombres que luego con el correr del tiempo destacarían como ministros, embajadores, escritores, compositores y políticos. Qué iba imaginarse él, por ejemplo, que aquel joven huraño y hermético llamado Leopoldo, que pasaba todo el día leyendo, llegaría a ser el hombre fuerte de Guayana. Lo que si entrevía era el porvenir como músicos y compositores de Lauro y Estevez, pues ambos formaron un orfeón  con los presos donde César se descubrió  como barítono igual que Carlos Gardel. El grupo polifónico comenzó por parodiar a “María Moñito”. Después le entraron de lleno a los sonidos protestatarios.
“Si Pedro Estrada muriera / todo el mundo se alegrara / por lo menos los espías / los cabellos se arrancaran ///  Con la alpargata / dale al cabrón / vuélvelo polvo / sin compasión/.
         El 24 de julio, fecha natalicia del  Libertador, la Junta Militar de Gobierno ofrecía la Libertad a aquellos presos que se comprometían bajo caución y ante la Sección respectiva de la SN a no mezclarse en asuntos políticos, no ausentarse de la Ciudad  sin autorización previa y presentarse a control político una vez a la semana hasta llegar el país a la constitucionalidad.  Fue así, por esa caución, que el 24 de julio de 1952 salió de la Cárcel Modelo de Pro- Patria un centenar de presos excepto, los que como Luis Nazarrette, Faustino Rodríguez Bauza, Luis Pérez Lugo y Cesar Octavio Rojas se negaron a firmarla. A los rebeldes  los aguardaba Guasina y a Guasina fueron a tener en un tercer lote de 136 presos de Caracas, Valencia y otras Cárceles del país. Salieron ese mismo mes de julio en autobuses del Ministerio de Educación, rodando de noche por la vieja carretera de La Guaira en cuya rada los aguardaban las oscuras  y sórdidas bodegas del vapor Guayana cargado de materiales de construcción y custodiado por Guardias Nacionales y agentes de la Seguridad Nacional. La navegación fue rápida, algo más de 24 horas, escaseando el agua y la comida bajo la presión de  un calor infernal y con un solo sanitario en cubierta, al cual había que subir uno a uno apuntado por ametralladoras. Las 24 horas, sin embargo, parecían tener la carga opresora de un siglo que terminó por aplastar al más débil, a Luis Vergolla, de 35 años, que gritaba interminable: “No quiero ir a Guasina, no quiero ir a Guasina, no quiero ir a Guasina”.
         En Guasina, a pocos más de 100 kilómetros de Ciudad Guayana, había existido una hacienda de cacao y luego en ella eran retenidos los indocumentados venidos de otros países. A fines de 1951 no sabemos a que genio tenebroso se le ocurrió sugerirla como escarnio con una connotación de campo nazi que sirviera de drenaje a las cárceles de Caracas,  Valencia,  Barcelona, Cumaná y Carúpano atestadas de presos políticos. Lo cierto fue que la isla trascendió y se conoció en el mundo democrático y su nombre en forma de reclamo airado resonó muchas veces en el seno de la Organización de Estados Americanos. Había allí 444 detenidos políticos cuando arribó el Tercer Lote y Cesar Octavio la conceptuó como “un lugar de marañas y bejucos abrazándolo todo”.
         Desde  3 de noviembre  de 1951 que llegó el primer lote de presos políticos la desértica isla de Río Grande comenzó a tener vida, pero qué vida, vida de perro. Al borde de una gabarra que servía de asiento a 40 guardias nacionales y diez efectivos de la SN  y en un área de 200 metros cuadrados cercada con alambre  de púas, sórdidas barracas para más de 400 presos sometidos a trabajos forzados y a otras humillaciones y vejámenes imposibles de borrar de la mente de quienes las padecieron.
         En Agosto de 1952 las crecidas aguas del Orinoco inundaron casi toda la aluvional isla de Guasina y comenzaron a poner en libertad a los presos más  antiguos y los otros, ya con el agua en los tobillos, los trasladaron al caserío de Sacupana ubicado al sur de la isla. Allí continuaron las vicisitudes agravadas con el tifus y la disentería que causaron la muerte de Cosme Damián Peña, Rafael Mamero Chacón y el coronel Roberto Fossi, pues no sólo políticos militantes estaban allí secuestrados sino también militantes como el Teniente Raúl Oviedo, Cronista de Las Fuerzas Armadas Nacionales. Mientras permaneció allí respetaron su jerarquía,  especialmente cuando lo obligaron a que se afeitara. “Quién dio la orden”, preguntó al Distinguido y éste respondió. “Mi Teniente Quiroz”.
         Pues bien, dígale a su Teniente Quiroz que me venga a afeitar él.
         Por supuesto, las cosas no pasaron de allí; sin embargo no ocurrió lo mismo con el resto de los presos que se habían dejado crecer la barba y cuando uno de ellos se quejó que no tenía hojilla, el distinguido Montes ripostó:
         -Yo no se.... En la Cueva del Humo debe haber. Si no la consigues, tienes que afeitarte de todos modos, así sea con un culo de botella.

         A medida que se aproximaba la fecha de las elecciones y ante la presión nacional e internacional, la Junta  Militar iba cediendo a favor de la libertad de los presos políticos, pero sólo a aquellos que firmaban la caución. Los funcionarios civiles que administraban el campo de concentración eran Juan Manuel Payares y Alfredo Martínez. Este último, el encargado de seleccionar y convencer a quienes por tiempo y comportamiento merecían estar en libertad, pero después de la usurpación del triunfo electoral del 7 de diciembre obtenido por URD y la proclamación del General Marcos Pérez Jiménez como “Presidente Constitucional” Martínez ordenó a 198 presos que quedaban, formar fila y pidió a quienes estaban dispuestos a firmar la caución que dieran un pasó al frente. Todos, menos José Martínez Pozo, Martín Horacio Girón, Luis Nazarrete Orta, Ángel Raúl Guevara, Faustino Rodríguez Bauza, Lino Pérez Loyo, Ángel Salazar, Rafael Villareal, Elio Grippa Acuña, Gregorio Tirado Bravo, José Vicente Iro, Alí Terán, Pedro Elías Rodríguez, Juan Arenas, José Guilarte Juan Bautista Lugo, Ramón Escalona, Gustavo Villa Paredes, Eliseo Rodríguez Dellar y Cesar Octavio Rojas. Estos veinte debían quedar en Sacupana y los presos restantes transportados antes de Navidad en el vapor “Guayana” a la Cárcel de Vista Hermosa en Ciudad Bolívar, recién inaugurada para desocupar la vieja Cárcel Colonial en pleno corazón de la ciudad, entre el Paseo  Orinoco y la calle Igualdad. Pero el día 21, fecha fijada para el traslado, los 178 presos amenazaron con amotinarse si no agregaban al grupo los 20 rebeldes. Los carceleros accedieron deseosos ellos también de abandonar el lugar. Se embarcaron todos, Guasina y Sacupana fueron clausuradas y el 23 de diciembre por la tarde el vapor Guayana estaba surto en el Puerto de Ciudad Bolívar aguardando la noche para atracar en los muelles de la Capitanía de Puerto. Desde la Cárcel de Vista Hermosa, graneados le fueron dando la libertad y a los considerados de temer, entre ellos, José Martín Pozo, José de los Santos Gómez, Alberto Nieves, José Marcano Rodríguez y Cesar Octavio Rojas, permanecieron hasta el 22 de diciembre de 1955 que fueron expulsados a México a través de la  Isla de Cuba. Allí permanecieron hasta la caída del dictador en enero de 1958 que volvieron a Venezuela para incursionar en la vida democrática, breve tiempo, pues a poco se desató la guerra  de guerrillas contra el gobierno constitucional de Rómulo Betancourt, donde se vio envuelta la gente de izquierda de AD- MIR y del PCV, entre quienes estaba nuestro entrevistado Cesar Octavio Rojas. Este se deshizo temprano de la situación dado que su contacto, Gregorio Mendoza, se lanzó  o lo lanzaron desde el último piso del edificio de la Digepol en la California. Un amigo upatense se lo trajo a Guayana para trabajar en las Minas del Merey y desde entonces se quedó guayanés este barcelonés con su mexicana esposa Lupita Cárdenas y tres hijas. Desde los 60 se olvidó de la política y subsistió a fuerza de trabajar muy duro él y su mujer, ya como empírico boticario, profesor de inglés, agente de turismo y como posadero en el Crucero de San Francisco de la Paragua, cerca de los silos CVG, en donde le fue relativamente bien, sin quejarse, no obstante una incipiente sordera que le impidía oír los ruidos de una Venezuela que ya ha olvidado a esa Guasina y Sacupana.

miércoles, 27 de enero de 2016

LA POLICÍA DEL ESTADO


Aquí en Guayana, en tiempos de la colonia, no existía propiamente la figura del policía de nuestros días.  Acaso porque la población era reducida y los problemas menos complejos comparados con los de los centros urbanos modernos.  El funcionario encargado de hacer cumplir las disposiciones emanadas de la autoridad municipal y con el cual tenían el deber de colaborar los vecinos, era el Alguacil.  Al Alcalde entonces le correspondía la administración de la justicia y era la primera autoridad policial de la ciudad.

Sustraída Guayana de la larga noche del colonialismo por una pléyade de americanos que venían luchando por la emancipación desde el 19 de abril de 1810, el Libertador, en su calidad de Jefe Supremo, dictó un decreto el 6 de octubre de 1817 restableciendo la Municipalidad de Angostura, cuya función había sido interrumpida desde julio por abandono de los cabildantes de la colonia después del prolongado sitio y toma de Angostura por los patriotas.  Esto - decía el decreto del Jefe Supremo- a fin de que exista "una administración regular de policía municipal".  Entonces el concepto de policía era muy amplio y tenía que ver conforme al significado denotativo del vocablo de origen griego (politeia), con la función y no con un cuerpo uniformado y armado para la represión y prevención, vale decir, tenía que ver con la vida ordenada y organizada de la ciudad (polis) mediante el cumplimiento de sus habitantes y transeúntes de las ordenanzas y disposiciones emanadas de las autoridades correspondientes.
         El 8 de diciembre se practicaron elecciones y la primera Municipalidad republicana de Angostura se instaló el primero de enero de 1818, adoptando la figura de Presidente municipal, con la cual quedó investido Juan Vicente Cardozo, a la sazón Gobernador de la provincia, y la de Vocal para quienes en tiempo de la colonia se llamaban Regidores y que vienen a ser los concejales de la actualidad.
         A cada vocal correspondía una función ejecutiva de acuerdo a su idoneidad.  En este caso de la primigenia Municipalidad de Guayana al inaugurarse la República, correspondió la primera vocalía a  Lorenzo Lezama en calidad de Alguacil Mayor que equivalía a jefe de policía; José Luis Cornieles, segundo vocal - Alcalde Provincial; José Tomás Machado, tercer vocal  - Fiel Ejecutor; Felipe Delepiani, cuarto vocal - Padre de Menores; Guillermo Grillet, quinto vocal - Síndico Procurador; Tomás de Urbina, sexto vocal - Administrador de Rentas, y Casiano Bezares, Secretario.  Todo este conjunto de funciones ejercidas por cada munícipe conformaba en sí el concepto de policía.
Las medidas policiales se disponían por Bandos y el primero que dicta Juan Vicente Cardozo el 6 de febrero de 1818 se refiere a previsiones contra la viruela y a la obligación de los ciudadanos de denunciar los casos ante el Alcalde de barrio, porque los barrios también tenían alcaldes y Angostura que entonces se reducía a lo que es actualmente el casco urbano o centro histórico, tenía seis barrios o arrabales: El Retumbo, El Poblado, Temblador, el Zanjón, La Zapoara y Perro Seco.  También se refería ese primer Bando a las penas contra los falsificadores de monedas y encubridores, al castigo de tres meses de trabajo público que esperaba a quienes extraían madera para hacer leña, de inmuebles abandonados o  desocupados, y a quienes compraran pistolas y sables robados en el almacén de William Anderson así como objetos litúrgicos que habían sido extraídos de la Iglesia Catedral.
         El 22 de diciembre de 1827, para todo el  ámbito de la Gran Colombia que obviamente incluía a la provincia de Guayana como parte del Departamento Orinoco, el Libertador emitió un decreto disponiendo la organización de la policía ya como un cuerpo orgánico, cuyos jefes debían cuidar "...de la seguridad pública, de la vida, del honor y de los bienes de los ciudadanos..." Este decreto establece la Policía de seguridad o alta policía, la Policía del aseo, la Policía del ornato y la Policía de salubridad.  Aún la policía no usaba uniforme, excepto sus jefes que además de uniforme, llevaban bastón, espada y una cucarda nacional en el sombrero.
         Separada Venezuela de la Gran Colombia en 1830, el Congreso de la República que entonces tenía su sede en Valencia, dictó una serie de leyes donde se establecen las funciones de los Consejos Municipales, entre ellas, la de organizar a la Policía como cuerpo encargado de la salubridad, orden, ornato y comodidad pública.
         En 1857 el Congreso de la República le otorga fuerza constitucional a la atribución municipal de "formar los reglamentos que sean necesarios para el arreglo de la policía urbana y rural según lo disponga la leí".  También debía velar sobre su ejecución.
El gobierno regional escasa injerencia tenía en la policía municipal y como responsables de la seguridad pública no disponían sino de las milicias y fuerzas militares, las cuales no resultaban convenientes para guardar el orden ciudadano.  De allí que surgieran el siglo pasado situaciones como la que evidencia el siguiente oficio del Gobernador Manuel Planchart, fechado del 11 de marzo de 1858, y publicado en la Gaceta Municipal que entonces costaba medio chelín, moneda inglesa que circulaba libremente en la provincia.  El oficio decía así: "Señor jefe de este cantón:  Deseando evitar los desórdenes que durante el día pueden ocasionar los vagos, ebrios y perturbadores del orden y sosiego públicos y no existiendo una policía nacional organizada que reprima estos abusos, autorizo para este objeto al Consejo Municipal de su dependencia para que preste este servicio en beneficio de la sociedad.  Igual necesidad se hace sentir respecto a la seguridad que debe prestarse por la noche en una capital como ésta en donde las rondas o patrullas son de grande utilidad, pero al hacer este servicio la policía municipal, si se presta, debe ser bajo mis órdenes por exigirlo así la seguridad pública de la que soy responsable.  Si así se verificare, ella y su comandante pueden venir a la Gobernación desde esta noche a las ocho a recibir el santo y mis instrucciones.  Soy de ustedes atento servidor, Manuel Planchart". 
         La necesidad de una policía nacional a la que alude el oficio anterior, se viene planteando desde entonces.  El Presidente de la República Antonio Guzmán Blanco acarició tal posibilidad sugerida por su jefe de policía en  Caracas, general Hipólito Acosta.  Este militar zuliano fue Jefe de Policía desde 1870 hasta la caída de Cipriano Castro en 1908 y alcanzó tal fama por su sagacidad y conocimiento en el manejo de sus funciones, que los caraqueños decidieron ponerle el nombre de "Casa de Hipólito" a La Rortunda, donde estuvo de carcelero.  Este sabueso solía acompañar él mismo a las personas que apresaba - y este es su mérito - sin que jamás llegara a cometer ultrajes o actos de violencia.
En 1888 presentó a Guzmán Blanco un proyecto de Reglamento Interior de Policía que  fue aprobado y se tiene como el primer esfuerzo realizado en Venezuela para darle a la policía una organización sólida y coherente.
         A partir de entonces, pero relevantemente durante los tiempos de la dictadura gomecista, la policía adquiere presencia como cuerpo coherente, uniformado y organizado, aunque la policía montada creada por Gómez carecía de uniforme.  Se distinguía porque la mayoría de sus integrantes eran andinos llevando un machete en la cintura y un  fusil al hombro.  Los caraqueños, tan apegados al buen humor, inmediatamente la bautizaron como La Sagrada y a sus integrantes apodaron de  chácharos y lecheros.
El Estado Bolívar a partir de la década de 1920 tenía una relación cercana con Caracas no obstante lo escasamente rápido del sistema comunicacional: por tierra se comunicaba a través de la línea de autobuses ARC que tardaba tres días; por río y mar navegando en los barcos de la Venezolana de Navegación que igualmente era tardía y por transporte aéreo en aviones franceses Late - 28 que cubrían la ruta hasta Maracay que era la más rápida pero más costosa.  Esa comunicación le permitía seguir el ejemplo de la metrópoli en muchos aspectos de la vida ciudadana y de la organización urbana y rural. Por ello el Estado Bolívar se gastaba un amplio Código de Policía de 312 artículos dictado por la Asamblea Legislativa de 1926, presidida por el diputado Juan Pablo Carranza y promulgado por el Presidente del Estado José Benigno Rendón.
Este Código conceptuaba a la Policía como un ramo de la administración pública y con unas facultades realmente omnímodas que abarcaban, según su artículo primero, el mantenimiento del "orden social amparando la libertad y la seguridad, la propiedad y los derechos de los ciudadanos y reprimiendo el desorden, la delincuencia, los abusos y los vicios"  Asimismo era de su obligación "guardar la moral, la decencia y las buenas costumbres públicas, custodiar y fomentar la cultura, la sanidad y la urbanización de las poblaciones, prevenir y evitar por cuantos medios a su alcance la comisión de faltas y delitos y aprehender a los delincuentes poniéndolos a la disposición de los tribunales de justicia".
         Estructuralmente el mencionado Código dividía a la Policía del Estado en Administrativa, Judicial y Municipal y esta última en la urbana y rural.  La policía rural a la vez se subdividía en agrícola y pecuaria.
         Las funciones de la Policía administrativa comprendían la jurisdicción de todo el Estado y se referían especialmente a la conservación del orden público, respeto al principio de autoridad, seguridad de los ciudadanos, tranquilidad, confianza social y seguridad general.
La Policía Judicial se ocupaba de iniciar los sumarios respecto de todo hecho punible de acción pública, es decir, no enjuiciables por acción privada o a instancia del Ministerio Público en la forma expresada en el Código de enjuiciamiento criminal.
La Policía Municipal Urbana comprendía los ramos de orden público, higiene y salubridad generales, moral y decencia, abastos y mercados públicos, vagancia, calamidades y epidemias, libertad y seguridad en el tránsito de las vías, instrucción pública, conservación y cuido de las calles, plazas, puentes, calzadas y fuentes, aparatos de servicios públicos, orden y disciplina de los hospitales y demás establecimientos de beneficencias, alumbrado, aseo y ornato, asistencia escolar, diversiones, fiestas, espectáculos, protección de animales y mendicidad.
A la Policía Municipal Rural se le atribuía la conservación y cuido de carreteras, caminos y picas públicas, acequias de riego, vertientes de agua potable, lechos y estacadas de ríos, rosas y sabanas, cortes de madera y leña, empadronamiento de hierros, pesca y caza, cerca de terrenos cultivados, potreros, hierra de animales, siembras de agricultura, extravíos de animales, perjuicios que causan los animales en terrenos agrícolas, protección de indígenas, libertad de tráfico y todos los demás pautadas en las leyes de Llano, de pesca y caza, bosques,  agua y minas.
         Este Código de Policía de 1926 fue reformado el 4 de enero de 1939, con el objeto de eliminarle 62 artículos.  Esto para ponerlo en sintonía  con las nuevas leyes nacionales sancionadas por el Congreso que presidió el ascenso al poder, tras la muerte de Gómez, del general Eleazar López Contreras, magistrado cuya gestión puso énfasis en el mejoramiento de la institución policial creando la Escuela de aspirantes a policía que significó indudablemente un avance en la formación y capacitación técnica de los cuerpos policiales integrados hasta entonces en su mayoría por analfabetas.  Asimismo, el 4 de agosto de 1937, creó el Servicio Nacional de Seguridad, el cual era un organismo que dependía del Ministerio de Relaciones Interiores en lo administrativo y del de Guerra y Marina, en lo concerniente a instrucción y material de guerra.  Posteriormente, fue adscrito al Ejército como un servicio de éste con el nombre de Guardia Nacional.  Hoy constituye las Fuerzas Armadas de Cooperación (FAC), uno de los componentes de las Fuerzas Nacionales, con misiones muy variadas que incluyen entre otras la cobertura de servicios que antes estuvieron bajo la égida de la Policía Municipal, como seguridad de puerto y aeropuertos, seguridad industrial, guardería de bosques y aguas, seguridad carcelaria, represión del contrabando y control del tránsito.
         Pero en 1941, año en que termina el período gubernamental de López Contreras y se inicia el del general Isaias Medina Angarita, es cuando comienza a transformarse a fondo la policía en toda Venezuela con los cursos de formación de agentes, los cuales se dotan de uniformes, armamentos y vehículos y se establece un ordenamiento de los aspectos que deben regir sus acciones. Esto da lugar a una nueva reforma del Código de Policía el 4 de febrero de 1943, por parte de la Asamblea Legislativa que entonces presidía el diputado Matías Carrasco.
A raíz del golpe de estado del 18 de octubre de 1945 que da al traste con el gobierno constitucional de Medina Angarita, la Junta Cívico Militar de gobierno presidida por Rómulo Betancourt, elimina  la policía municipal uniformada para darle paso en agosto del año siguiente a la Seguridad Nacional, cuerpo investigador  y policía política asesorada por de la Seguridad Nacional de Francia (Súret‚ Nationale de Francia) y cuyo primer director fue Ramón Cordido Salom.
Tras el derrocamiento del gobierno constitucional y democrático de Rómulo Gallegos, 11 de noviembre de 1948, se inicia un proceso de reorganización de la Seguridad Nacional bajo la dirección de Jorge Maldonado Parilli, pero ya con la asesoría de la Scotland Yard, una de las policías más antiguas y famosas del mundo. Entonces la policía municipal vuelve por sus fueros y es reestructurada y mejorada, pero se va militarizando progresivamente  y termina por acoplarse con la Seguridad Nacional  en  labores de carácter político que afectaron sus funciones legítimas.  Esto ocurre a partir de 1951 cuando la dirección de la SN es confiada por el Presidente Marcos Pérez Jiménez a su amigo el guireño Pedro Estrada, quien la transforma en un organismo represivo, de persecución implacable, adicta a métodos violentos que incluían la tortura.
El 29 de junio de 1954, la Asamblea Legislativa, entonces presidida por el médico Fernando Huncal y a solicitud del gobernador  Eduardo Sánchez Lanz, decidió derogar el Código de Policía del 43, hasta entonces vigente, y sustituirlo por otro que le dio al Gobierno Regional la facultad de organizar la policía en todo el Estado y establecer requisitos para su ingreso al cuerpo hasta entonces no contemplados en los Códigos anteriores, entre ellos, el de saber leer y escribir y darle preferencia a quienes hubiesen prestado el servicio militar obligatorio. Pero la Policía continuaba siendo sostenida como el primer día con los tradicionalmente escuálidos recursos del municipio.
Tras el derrocamiento de Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958, la Seguridad Nacional fue objeto de asalto por el pueblo y destruida al igual que la Bastilla de París en 1789.  Disuelta la Seguridad Nacional e implantado el actual régimen de derecho basado en los principios democráticos, se inició una reestructuración de la Policía a nivel de todos los municipios con la asesoría de una misión de carabineros facilitados por el gobierno democrático de Chile.
         Para ese año de 1958, el Gobierno Regional sólo contribuía al sostenimiento de la Policía Municipal del Distrito Heres con 124 mil bolívares, y 12 mil  para el sostenimiento del cuerpo policial de Maripa. Las Policías Municipales de Roscio, Cedeño y Piar no recibían ayuda alguna del gobierno del Estado.
         Esta situación cambia a partir de 1969 cuando las Policías Municipales pasaron a depender del Estado de manera integral. Entonces se inauguran nuevas Escuelas de formación de agentes y de formación de oficiales en diferentes regiones del país, incluyendo al Estado Bolívar.  Se crea la Policía Femenina y las Brigadas Especiales, todo lo cual ha contribuido a elevar el grado de tecnificación de la policía y a poner en práctica en la medida de sus posibilidades,  métodos de prevención del delito y resguardo del orden y la seguridad del ciudadano.
         Paralelamente, a partir de 1958, se crearon varios organismos policiales cuyas funciones ya no eran de prevención sino de investigación.  Tales, el Cuerpo Técnico de la Policía Judicial (PTJ), adscrito al Ministerio de Justicia y la Dirección General de Policía (Digepol), adscrita al Ministerio de Relaciones Interiores.  En 1969, primer gobierno de Rafael Caldera, la Digepol fue reemplazada por la Dirección de Servicios de Inteligencia Policial (Disip).  Posteriormente fueron creadas unas brigadas especiales de carácter paramilitar, adscritas a la PTJ, Disip y Guardia Nacional, con funciones especiales para la prevención del delito.
La creación de la Guardia Nacional, PTJ y Disip, aliviaron sustancialmente la carga de la Policía que secularmente y desde la Colonia estuvo sostenida por el Municipio y que, como ya lo señalamos, pasó en 1969 a depender integralmente del Poder Ejecutivo Regional  dando lugar en el caso del Estado Bolívar, a que la Asamblea Legislativa decretara el 28 de abril de 1971 un nuevo Código donde ya la Policía con la denominación de Estatal se define como una institución armada, obediente, disciplinada, técnica y profesional que vela por el estricto cumplimiento de las leyes, el mantenimiento del orden público,  de la moralidad y buenas costumbres, por la salubridad pública de acuerdo  a expresas disposiciones legales y por ejecutar y hacer ejecutar las órdenes emanadas del Poder Ejecutivo y del Poder Judicial.
Ahora para ser policía no solamente se exige ser venezolano, mayor de edad, gozar de buena reputación, sino que se requiere por lo menos haber aprobado la educación básica, tener una hoja de servicio impecable donde quiera que lo haya prestado y gozar de buena salud física y mental y preferiblemente haber prestado servicio militar en cualquiera de las ramas de las Fuerzas Armadas Nacionales.
El Código ha sido reglamentado para regular los ascensos, establecer las funciones jerárquicas, ampliar los requisitos de ingreso al cuerpo de acuerdo con las exigencias de la dinámica social,  establecer sus derechos y deberes y de igual manera el r‚gimen disciplinario.    
Desde enero de 1985 existe la Ley de Previsión y Seguridad Social de las Fuerzas Armadas Policiales del Estado Bolívar que ha venido progresivamente elevando el status socioeconómico de sus integrantes así como perfeccionando el sistema de protección  que comprende cuidado de la salud, pensiones, viviendas, comisares y otras prestaciones.

         En fin, la Policía tiene hoy otro status, otro semblante, aunque nunca exenta de las críticas y  la admonición públicas, justas o injustas.  Lo cierto es que la sociedad del mundo y particularmente la sociedad nuestra de este lado del Río, le debe siglos de servicio a la policía y las críticas severas que suelen hacérsele, ignorándose muchas veces que en la viña del Señor hay malezas inevitables, pero erradicables, no mellan la dignidad de su presencia necesaria.  Nuestra Policía actual responde con mayor idoneidad y capacidad técnica a las exigencias de una sociedad cada vez más  dinámica y compleja.  Y a la par de ese fenómeno el cuerpo policial ha venido creciendo y ha venido definiendo su perfil, gracias, fundamentalmente, a que el Estado venezolano tiene una conciencia más democrática del rol que ese cuerpo desempeña.  Los avances de la ciencia y la tecnología en el campo de la criminología y de la criminalidad le han sido de una grande e invalorable ayuda.  Los sistemas de comunicación, por otra parte, le han permitido y permite extender su acción y hacerla más eficiente:  automóviles y motocicletas provistas de radio, reciben órdenes y trasmiten informes y en caso de necesidad la Policía regional colabora solidariamente con las otras policías de rango nacional y converge con ellas al instante en cualquier problema delictivo o en cualquier lugar determinado, siempre, con el objetivo común de servir a la comunidad, de mantener el orden y velar por la seguridad de los ciudadanos, siempre dispuesta a detener a quienes violen la ley, a quienes transgreden normas y principios, siempre apta para restringir la mendicidad, la prostitución, la vagancia, y aprehender a quienes corrompen a la juventud y trafican con la droga de la muerte.  La Policía siempre está  bien dispuesta y alerta, no importa el riesgo ni el lugar, no importa que sea, si se quiere, el Monte Carmelo.  Allí, por supuesto, estaría más a sus anchas y segura.  Valga su patrona y su creencia.

martes, 26 de enero de 2016

EL COLEGIO DE FARMACÉUTICOS


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El Centro Farmacéutico Venezolano el antecedente más cercano del Colegio del estado Bolívar fundado en septiembre de 1949

Los farmacéuticos comenzaron a agremiarse en 1882 bajo la Sociedad Farmacéutica de Venezuela, presidida por Teodoro Sturup. Entonces los títulos farmacéuticos se otorgaban a los médicos que cubrieran ciertos requisitos. Pero esa Sociedad tuvo un largo receso hasta que se extinguió y se fundó en 1894 la Sociedad Farmacéutica de Caracas y Venezuela, presidida por Enrique García, año en que comenzaron en forma los estudios universitarios de farmacia. Esta sociedad corrió la misma suerte de la anterior tal que en 1909 se creó el Centro Farmacéutico Venezolano que más tarde tuvo su Seccional en Ciudad Bolívar bajo la presidencia del doctor Antonio Lecuna Bejarano, farmacéutico valenciano que ejerció en Ciudad Bolívar por espacio de veinte años y el cual se hizo famosos por lograr sintetizar el Babandi en gotas para curar la impotencia sexual.
         El gremio de farmacéuticos se convierte en Colegio a partir de 1978 que es decretada la Ley de Colegiación Obligatoria. Entonces se legaliza la Federación Farmacéutica Venezolana y es aprobado el Código de Ética y Moral Farmacéutica. Ya existía el servicio nocturno de farmacia por turno en Ciudad Bolívar, desde 1927 que lo solicitaron formalmente Behrens y Cia, Ochoa Pacheco y Cia. Luis Vicentini y Carranzas y Cia, quienes entonces controlaban las farmacias de la ciudad.
         El Colegio de Farmacéuticos del Estado Bolívar no se constituye sino en 1949, específicamente el 11 de septiembre.  Para entonces mandaba en Venezuela una Junta Militar presidida por el coronel Carlos Delgado Chalbaud e integrada por los coroneles Marcos Pérez Jiménez y Lis Felipe Llovera Páez, este último nativo de Ciudad Bolívar.  El Gobernador del estado era José Barceló Vidal desde diciembre del 48.
         Ese día 11 de noviembre de 1949, se reunieron en el local de la Farmacia “Del Valle” los doctores J. M. Montes Ávila, en representación propia y de Manssur Raíz; F. Crespo, J. Loreto Rodríguez, Raúl Gambas, Juan Requesens, Corina Atías, Miguel Salmerón Gómez, Hernán Meinhard hijo, Fermín Bello Dalla Costa y Luis S. Carrasqueño, para constituir el Colegio y designar la Junta Directiva, la cual quedó  presidida por el doctor Herman Meinhard hijo; Secretario, doctor Luis S. Carrasqero y Tesorero, doctor Fermín Bello Dalla Costa.  El Tribunal Disciplinario quedó diferido hasta tanto se formalizara la inscripción total de los farmacéuticos activos en el Estado, lo cual se cumplió en la sesión del 10 de enero del año siguiente cuando al fin se nombró el Tribunal integrado por los doctores M. A. Salmerón Gómez, J. A. Montes Ávila y Corina Atías.
         El doctor Fermín Bello no se aguantó mucho tiempo en la Tesorería por lo que en la tercera sesión del Colegio renunció y en su lugar fue nombrado el doctor M. A. Salmerón.
         Así con esta Junta Directiva se inició el Colegio de Farmacéuticos del Estado Bolívar y por ella han pasado en calidad de Presidentes, además del primero Hernán Meinhard; los doctores Juan Requesens, Fermín Bello Dalla Costa, Ramón Castro, Alfredo Hernández, Andrés Bello Bilancieri, Miguel Guevara Madrid,  Pedro M. Casado Esteves, Orlando Urdaneta, Paúl  von Buren, Jesús Martínez,  Gilberto León, Diana Hernández, Bismark Ortiz, Saúl Gutiérrez, Marina López Mendoza, Maria Elena Moar,
         Aunque hasta 1949 no había Colegio de Farmacéuticos en Bolívar si que había boticas y boticrios desde los mismos tiempos de la colonia.  Sólo que los médicos se doblaban en farmacéuticos.  Los primeros, entre 1766 y 1817 que feneció la época colonial fueron los médicos Andrés Caballero, Pedro Goudet y Martín Farreras (el primero nacido en Angostura); los cirujanos José Andrés de Guerra y José Troch y el farmacéutico, también cirujano, Juan Adolfo von Rosen, quien hacía trueque de medicamentos por becerros, mulas y tabacos.
         De 1817 a 1821 que los poderes de la República tuvieron su asiento en Angostura, se conocieron como médicos y cirujanos de la plaza a David Adolfo Burtón, Pedro Nolasco Carías, Juan Montes y Juan Teófilo Benjamín Siegert. Este último ejerció en Angostura y montó una botica, activa hasta muy avanzado el siglo diecinueve. Siegert tuvo boticas (simple boticas, sin nombres) en Angostura y Upata. En ellas comenzó a preparar en formula medicinal el Amargo Angostura que luego industrializó y se hizo famoso en el mundo.
         Juan Montes Salas, hijo de Juan Montes, cirujano mayor de la Plaza de Angostura en 1821 y coordinador de las campañas de vacunación contra la viruela. Montes Salas, quien tuvo dos hijos farmacéuticos (Andrés de Jesús Montes Cornieles y Juan Montes Dávila), fundó en 1830 la “Botica Boliviana”.
         Continuaron esta labor de farmacéuticos en Angostura, sus hijos los dos doctores Andrés de Jesús Montes Cornieles, Juan Montes Dávila; Juan Bautista Vallée y José Félix Armas, este último nativo de Cumana, cuya persistencia se le debe la realidad del Teatro Bolívar.
         De la Universidad de Guayana egresaron entre 1897 y 1904, los farmacéuticos Carlos Schneider, Vicente Llovera Solano, Gustavo Vautrai, Eladio Burgos, Jesús Cedeño, Juan A. Montes Galindo, Guillermo Lange, Luis Ascanio Serrano, Luis Magín Alcalá, Juan Domingo Pérez, Julio César Forero y Jorge Urbano Taylor.

         Los Farmacéuticos han venido de más a menos en los últimos años; podríamos decir para ser exacto, desde 1993 que se reformó varias veces el Reglamento de la Ley del Ejercicio de la Farmacia  que prácticamente alteró el espíritu, propósito y razón de ser de la Ley.  Una de esas reformas acabó con el turno farmacéutico y para agravar la situación, el Gobierno, según Gaceta Oficial del 7 de enero de 1999, decretó la “venta de medicamentos sin prescripción facultativa fuera de las farmacias”.

lunes, 25 de enero de 2016

EL AMARGO DE ANGOSTURA

         Este preparado de abolenga raíz indígena, científicamente formulado por un médico alemán enrolado en la causa emancipadora, se fabrica en Trinidad desde fines del siglo pasado por causa de los gravámenes que había decidido imponerle el gobierno de Guzmán Blanco.

         De manera que lo que era nuestro, ahora no lo es y en el fondo los bolivarenses no saben a  quién responsabilizar, si al Gobierno guzmancista por incrementar las obligaciones impositivas que siempre están en la agenda del día o a los descendientes de Siegert por buscarle una salida tan enteramente crematística al problema.
         Habría que pensar que si Juan Teófilo Benjamín Siegert, inventor y fabricante del Amargo Angostura, no hubiera muerto el 13 de septiembre de 1870, habría hecho cualquier cosa, menos llevarse de Angostura el amargo que le había dado fama tanto a él como a la capital de Guayana en el mundo entero.
         La aromática como aperitiva y febrífuga bebida tenía gran demanda tanto en Venezuela como en todo el concierto de las Antillas, Estados Unidos, Inglaterra e importantes ciudades del resto de Europa.
         Mister Winston Churchill era adicto al amargo y los turistas que visitan el “Ron Q” de Puerto Rico lo hacen atraídos por los deliciosos coktails equilibrados con las oscuras gotas del “Angostura Bitter”. Lo igual puede decirse de algunos sitios de Alemania donde asombrosamente existe un cuadro denominado “Monumento al Amargo Angostura” conservado en uno de los Museos de Berlín. En Hong Kong, por ejemplo, uno de sus avisos publicitarios gigantes, está destinado a promocionar la legitimidad del amargo en consideración a que existe diversidad de imitaciones.
         Aquí mismo en Ciudad Bolívar, Teodoro Minhard en 1875 y los Hermanos Mathison, en 1885, trataron de llenar el vacío fabricando productos similares, pero éstos jamás pudieron competir. El Amargo Angostura de Siegert, mudado a la vecina Isla de Trinidad, seguía y sigue mandando en el mundo a pesar de que ya no utiliza la corteza de una variedad de quina que se producía en las Misiones del Caroní. De todas maneras se prepara con arreglo a la fórmula original, en Puerto España, por la Compañía Bitters (Dr. JGB Siegert & Sons) Litd Sucesores.
         J. T. B. Siegert, médico cirujano berlinés que sirvió en el ejército de su país en guerra contra Napoleón, llego a la Angostura del Orinoco el primero de agosto de 1820 para integrarse como médico cirujano al ejército patriota que luchaba para independizarse del colonialismo español.
         Siegert tenía entonces 24 años de edad y antes de llegar a Angostura había estado cinco meses en al isla San Thomas, a donde arribó el 25 de febrero de 1820 después de haber embarcado en Hamburgo junto con el Barón Von Eben, amigo de Luis López Méndez, agente diplomático de los patriotas en Londres y quien recomendó a Siegert que deseaba venirse a América después de un problema con su hermano Juan Teófilo por cuestiones de dinero.
         Angostura para esa fecha tenía una Guarnición de 100 hombres y 200 milicianos. Sus zonas de mayor movimiento eran la calle El Comercio, la Plaza Angostura y el Hospital Militar que funcionaba donde está hoy la Plaza Centurión, en área del abandonado Convento Franciscano. Aquí en este Hospital comenzó a trabajar Siegert como médico traumatólogo con un sueldo de 80 pesos mensuales y bajo la dirección del doctor Burton. Tres años después, el 4 de julio de 1823, adquirió la ciudadanía grancolombiana. Para ese año ya Venezuela era un país totalmente libre y Angostura, menos agobiada por los asuntos de la guerra y la política, comenzaba a fortalecerse como plaza comercial del sur y tercer puerto más importante del país.
         Las transacciones comerciales se hacían prácticamente en las arenosas playas orinoquenses. Con un peso se podía comprar 30 libras de carne de res y 3 libras de casabe por medio centavo. Una tortuga de 120 libras costaba dos pesos y con medio centavo se podía comprar 30 libras de carne de res y 3 libras de casabe por medio centavo. Una tortuga de 120 libras costaba dos pesos y con medio centavo se podía comprar una cesta de 15 zapoaras. Abundaba la carne de animales de caza como venado, faisanes y patos, pero también abundaban enfermedades terribles de la selva como la malaria y la fiebre amarilla que los guayaneses trataban con corteza de quina macerada con ron y que más tarde con otros ingredientes botánicos Siegert convertiría en su famoso Amarga Angostura.
         Angostura para la época de Siegert no llegaba a los cinco mil habitantes. El distrito capital apenas si doblaba la cifra. El Alto Orinoco acusaba un censo de 569 habitantes y 740 en todo Río Negro y Casiquiare como se llamaba entonces al hoy Territorio Federal Amazonas, pero el puerto angostureño siempre estaba animado de fragatas, goletas, falcas, piraguas y balandras. En el Barrancón N° 8 como se llamaba la parte oriental del Paseo Orinoco se remataban esclavos negros bozales de ambos sexos traídos por barcos negreros de la costa africana.
         Angostura tenía fácil comunicación con Europa y Las Antillas, dada su proximidad fluvial con el Atlántico. Esta circunstancia estratégica la favorecía en el comercio de importación y exportación con influencia directa tanto en la propia provincia de Guayana como sobre la parte suroriental y suroccidental de Venezuela.
         Los veleros de ultramar tomaban entre 18 y 20 días en cubrir la ruta Europa Angostura y de regreso la travesía era más penosa, tardaba hasta un mes. El comercio interno con Barinas era bastante movido. Con destino a la Angostura la occidental provincia despachaba ganado mular, cacao, añil, algodón, azúcar y de regreso iban los productos manufacturados que provenientes de Europa se receptaban en Angostura. El llamado eje fluvial era entonces superactivo. Se remontaba el Orinoco hasta Cabruta, luego se subía el río Apure vía san Vicente y finalmente se tomaba el río Santo Domingo para llegar a Barinas. Siegert muchas veces hizo esa navegación para cumplir con sus obligaciones asistenciales y explorar las posibilidades de la medicina botánica.
         Los angostureños y demás habitantes del Orinoco sentían entrañable respeto por el médico alemán hasta el punto de llamarlo “Padre”. Lo consideraban un patriarca. El propio Siegert lo confiesa en una carta que guardan celosamente sus descendientes directos María Siegert Grus y Hilda Siegert Mariani, toda una vida conectadas ambas con la C. A. Electricidad de Ciudad Bolívar.
         Siegert, quien además de alemán hablaba francés, castellano e inglés se casó en Angostura, primero en 1827 con María del Pilar Araujo y luego en segundas nupcias con la diecisieteañera Bonifacia Gómez Saa, en 1830. Este año llegó a ser director del Hospital, posición que ocupó durante largo tiempo. De los dos matrimonios nacieron Carolina de Las Nieves, María Carlota, Juan Benjamín, María del Carmen, María Bonifacia, Trinidad, Carlos, Luis y Alfredo. Los tres últimos fueron quienes decidieron reubicar la fábrica del Amargo Angostura en Trinidad.
         En 1833, Siegert fue admitido como miembro del Concejo de Médico Real de Halbertadt, al cual ya pertenecía su hermano Juan Teófilo, médico cirujano como él y con quien al parecer nunca pudo reconciliarse, aún después de 1932 cuando decidió reanudar las relaciones con su familia, de la que permanecía desconectado.
          Como Teniente Coronel que era, solía este médico alemán uniformarse haciendo resaltar su aire prusiano. En las ocasiones especiales vestía casaca de tela azul oscura con cuello y ribetes bordados de plata, espada al cinto y sombrero; pantalones azul oscuro de cachemira blanca con galones plateados a lo largo de la pierna, guantes de cuero blanco y un bastón con empuñadura dorada. Montaba caballo y tenía buenos ejemplares de carrera. Le gustaba tomar cerveza importada de Inglaterra y Norteamérica. Le atraía el baile y la música que ejecutaba en una pianola forte que había hecho traer de Lubeck por 300 pesos. Era muy amigo de Dalla Costa y George Blohm. En 1867 presidió la Junta que promovió los fondos para erigir la estatua del Libertador en la plaza mayor de Angostura. Mucho antes, 1848, el Gobierno de José Tadeo Monagas lo había distinguido con el título de “Médico Cirujano de los Ejércitos de la República” y concedido licencia indefinida con el goce que las dos terceras partes del sueldo. Siegert ejerció la medicina hasta 1858 cuando se retiró a la vida privada para morir doce años después.
         No obstante sus méritos como médico cirujano, traumatólogo, farmacéutico y hombre de importantes iniciativas cívicas, JTB Siegert es más conocido por su Amargo Angostura, producto que es difícil decir  que lo inventó, pues de alguna forma ya era conocido en todo la provincia. El lo que hizo en todo caso, fue patentizarlo y perfeccionarlo científicamente.
         Siegert había estudiado los beneficiosos efectos de la corteza del quino, prodigioso árbol de la altas regiones de los Andes americanos cuyas propiedades medicinales los aborígenes ocultaron por mucho tiempo a los españoles.
         Había estudiado la corteza del quino y sabía también de muchas otras plantas medicinales observadas y relacionadas por botánicos que exploraban las selvas americanas. Por eso, cuando se alistó como teniente coronel del ejército patriota y cirujano mayor del Hospital de Angostura, entabló relaciones con su sobrino Kunzel, gran botánico de Berlín, para proponerle un plan de recolección y estudio de plantas medicinales con fines farmacológicos.
         Durante sus periódicas visitas a los pueblos del interior de Guayana tratando enfermos y buscando plantas, Siegert verificó lo que le habría comunicado su esposa, que en las misiones del Caroní los nativos utilizaban la corteza de la cuspa contra las fiebres.
         Esta corteza llamada también “Corteza de Angostura”, “Quina de las Misiones del Caroní” y “Cúspira Febrífuga” la utilizaban los nativos después de cocida, por vía oral, contra la fiebre, cólicos, y en baños contra las úlceras y hemorroides. Interesado por este preparado casero, estudió por un tiempo la planta y luego con otros aditamentos logró una fórmula más completa que al principio regalaba y posteriormente vendía en sus boticas de Ciudad Bolívar y Upata, las primeras fundadas en estos lados del Orinoco.
         Rápidamente el “Amargo Angostura” Tomó cuerpo y fama como bebida aromática, aperitiva y febrífuga. Su demanda no se hizo esperar en el resto de Venezuela y puertos extranjeros con los cuales la capital de la provincia tenía fluida comunicación.
         En una noble casona, la marcada con el número 29 de la calle Igualdad, frente a la Catedral, hoy abandonada y solariega, estaban las instalaciones del Amargo Angostura, desmanteladas en tiempos de Guzmán Blanco para desde la vecina isla de las colibríes continuar agradando el paladar de los catadores del mundo.   
La mudanza de la planta del “ Amargo Angostura” a Trinidad  dio pie para que surgieran en Guayana otros  preparados similares como el Amargo de Guayana, 1875, de Teodoro Meinhard; Amargo Aromático de Guayana, 1835, de Mathison Hermanos; Amargo de Ciudad Bolívar, de Guillermo Eugenio Monch, premiado con la Medalla de Oro en la Exposición Industrial y Artística de Valencia (España) y en abril de 1901 en Roma; Amargo Venezolano de Angostura, 1887, de Carlos F. Schneider; Amargo del Caroní, 1910, de Froilán Montes; Amargo Armas, del farmacéucio José Féliz Armas;  Amargo Imperial de Guayana, 1914, de Caballero & D’ Enjoy y Amargo Aromático de Ciudad Bolivar, formula de José Gaspar Machado Siegert, premiada en la Exposición de Sevilla en 1929 y en la de Lieja en 1930, fabricado por Julio Cesar Tovar. Ninguno de estos amargos perduró en el mercado debido a la competencia y fama indestronable del  “Amargo Angostura”.


domingo, 24 de enero de 2016

LA UNIVERSIDAD DE GUAYANA

         El 9 de marzo de 1982 el Presidente de la República, doctor Luis Herrera Campíns, previa aprobación del Consejo Nacional de Universidades, puso el ejecútese, al decreto por el cual se creaba la Universidad Nacional Experimental de Guayana.
         Quedaba así materializada de manera oficial una legítima aspiración de los bolivarenses,  reivindicatoria de un derecho adquirido en ardoroso proceso de trabajo educacional de alta calidad durante la segunda mitad del siglo diecinueve, pero interrumpido en mala hora por la autocracia del General Cipriano Castro que en aquel momento sólo le preocupaba reducir gastos en función de la guerra interna que ensangrentaba al país en aras del Poder.
         La liquidación de la Universidad por voluntad autoritaria de Cipriano Castro obligaba a los bolivarenses a separarse de sus hijos para eviarlos a Caracas u otra parte a fin de darles instrucción y formación profesional a costa de grandes sacrificios o simplemente se quedaban estancados por falta de recursos. Así que la lucha por la Universidad se reanudó como en los primeros tiempos y se acentuó en los años cincuenta aprovechando que un bolivarense, el General Luis Felipe Llovera Páez, formaba parte de la Junta Militar de Gobierno, pero desde las alturas del Poder éste poco pudo hacer en ese sentido y no fue sino el 21 de noviembre de 1958 cuando otro gobierno, producto del 23 de enero, decretó la creación de la Universidad de Oriente integrada por escuelas repartidas entre los Estados de acuerdo con  su realidad económica y social, pero con sede central en Cumaná. Al Estado Bolívar, dada su condición minera  en desarrollo, correspondió las Escuelas de Medicina y Geología y Minas, bajo la promesa apaciguadora de integrarlas en una Universidad propia y autónoma del Estado al cabo de un tiempo que se hizo interminable y obligó de nuevo a los bolivarenses a insistir por una universidad total centrada en la capital histórica.
         Entonces se organizó un Foro público en el auditorio de la Unidad Sanitaria presidido por el Gobernador arquitecto Manuel Garrido Mendoza y al cual asistieron la Presidenta de la Legislatura, doctora Stella Cabrera; el Rector de la UDO, doctor Víctor Manuel Fossi Belloso; el director del Núcleo Bolívar de la UDO, doctor Carlos Pérez Cañas; el escritor Manuel Alfredo Rodríguez, el doctor Camilo Perfetti, Renny Ottolina, animador de radio y televisión,  y  el coordinador del Foro doctor José Eugenio Sánchez Negrón. El foro tenía por objeto  nombrar un Comité que trabajara por lograr convertir el Núcleo Bolívar de la UDO en la Universidad de Guayana, autónoma e independiente de la Universidad de Oriente.
         Renny Ottolina, a quien se invitó muy especialmente dada su gran influencia mediática,  trajo de Caracas un papel escrito respaldando esa idea y agregando la de trabajar igualmente por un Teatro, una Biblioteca y una Escuela de Artes Plásticas, subrayando que el futuro de Ciudad Bolívar le importaba tanto como Coro, Mérida y Margarita y que era su decisión trabajar para que la ciudad se convirtiera en la Capital Cultural de Guayana.
         Días después, específicamente el seis de septiembre de 1972, una asamblea  muy representativa de la ciudad, convocada por iniciativa de la  Asociación de Damas del Colegio de Médicos,  eligió un Comité Promotor y le encomendó la gran tarea de aunar esfuerzos e iniciativas convenientes, dirigidos a convertir a Ciudad Bolívar en la capital Universitaria del Sur.
         Dicho Comité lo formaron entonces el Dr. Carlos Grúber en calidad de Presidente; Vicepresidente, Dr. José Nancy Perfetti; Secretario Ejecutivo, Dr. Carlos Pérez Cañas.  Vocales: Dr. Eíias Inaty, Celina Díaz de Perfetti, Dr. José Sánchez Negrón, Sr. Joaquín Porras Lander, Br. Argenis Rodríguez.  Asesor, Manuel Alfredo Rodríguez y Presidente Honorario, Reinaldo José Ottolina Pinto, mejor conocido como Renne Ottolina.
         La primera labor de este comité fue la de solicitar del Concejo Municipal, la donación de los terrenos necesarios para la construcción de las instalaciones y edificaciones indispensables a la Universidad y un Complejo Cultural. Igualmente la destinación de los terrenos donde funciona el Aeropuerto  que entonces pensaban cambiar de lugar, a los efectos de construir en él un Jardín Botánico que serviría de campo experimental a una futura Escuela de Ingeniería Forestal; y al Ejecutivo Nacional, la creación de una Universidad con sede en Ciudad Bolívar, cuya estructura como polo del movimiento cultural y  desarrollo de la región, debía tomar como punto de partida el Núcleo Bolívar  de la UDO, el cual sería absorbido por la nueva Universidad.
         El movimiento en pro de lo que entonces se llamaba Universidad del Sur, tuvo resonancia en las alturas del Poder Central y el 28 de agosto de 1973 el doctor Enrique Pérez Olivares anunció en  el curso de una visita a esta ciudad que el Ministerio de Educación a su cargo, dentro del estudio de la regionalización de la educación superior, había dado prioridad a la creación de la Universidad del Sur y que a esa altura el proyecto estaba lo suficientemente adelantado.
         Pero este anuncio, muy bien recibido por los bolivarenses, tenía el inconveniente de haberse hecho en vísperas de una campaña electoral que al final derivó en un nuevo gobierno de signo contrario al que había sido receptivo.  Decía Arturo Graf, un poeta y literato italiano, autor de Ecce Homo, que “la política es demasiado frecuentemente el arte de traicionar los intereses reales y legítimos, y crearse otros imaginarios e injustos”.  De allí tal vez la falta muchas veces de continuidad administrativa tan peculiar en la democracia venezolana.       
         Lo cierto es que por la reivindicación de ese derecho, hubo que esperar seis años más.  El 24 de julio de 1979, el Presidente de la República, por Decreto 182, creo un equipo de trabajo para estudiar y determinar la factibilidad, planificación y organización de una Universidad para Guayana
         El equipo presidido por el doctor Aníbal La Riva e integrado además por Pedro Álvarez, Obdulio Álvarez, Luis Emilio Ibarra, Roberto Machado, Sócrates Medina, Alcides Sánchez Negrón, Moris Valery, Antonio Villasmil y el director del Instituto Politécnico de Ciudad Guayana, tenía como tarea estudiar y definir en el término de 180 días en qué forma la Universidad de Guayana contribuiría al establecimiento del subsistema regional integrado de educación superior, a fin de articular y armonizar los esfuerzos de docencia, de investigación, de extensión y administración de las instituciones universitarias de la Región Guayana. 
         La juramentación por el Ministro de Educación, doctor Rafael Fernández Heres, tuvo lugar en este mismo inmueble, ágora al segundo Congreso Constituyente de Venezuela y sede hasta el siglo pasado del Colegio Federal al mismo tiempo que de la Universidad de Guayana, clausurada en 1904.
         Fue indudablemente un paso muy importante, conducente a la creación para Guayana de una Universidad total, integral y suya, porque como bien lo dijo en su oportunidad Alfonso D´ Santiago, su crecimiento de población y de modo especial, su desarrollo así lo reclamaban como lo reclamaba también el país por estar la economía de Guayana inexorablemente vinculada a la estrategia y manejo de los ingentes recursos naturales de la región.
         Pocos días después los integrantes del equipo iniciaron el trabajo y de acuerdo a la información estadística analizada, necesidades y demandas planteadas a la Educación Superior por el proceso de desarrollo de la Región Guayana, concluyeron en que el proyecto de la Universidad no era solo deseable sino que estaba ampliamente  justificado.
         La Comisión llegó a acuerdos básicos que subrayaban la calidad de una Universidad experimental proyectada en tres aspectos: uno externo que vinculara a la Universidad con el resto de las instituciones de tercer nivel en aras del subsistema regional, lo cual ofrecería ventajas en cuanto a optimización de los recursos humanos, financieros y físicos disponibles para la educación superior en la región; el interno,  referente a la capacidad de adaptación a nuevas situaciones exigidas por la dinámica de la realidad nacional y, finalmente, el aspecto de relación con las industrias básicas de la región en función de proyectos de investigación, cursos, seminarios y los cambios que habría de requerir la actualización de los planes de estudios.
         El informe rendido en el término de 180 días, permitió que fuese aprobada por el CNU la creación de la Universidad de Guayana, decretada luego por el Presidente de la República el 9 de marzo de 1982 y, por resolución del Ministro de Educación, designados el doctor Sócrates Medina, en calidad de Rector; Vice-Rector académico, Licenciado Santiago Ollaquindia; Vice-Rector Administrativo, doctor Juan Vicente Arévalo Hernández y Secretario, doctor Obdulio Álvarez.
         La juramentación del equipo rectoral por parte del Presidente de la República de entonces, doctor Luis Herrera Campíns, tuvo lugar el 3 de agosto de 1982, en este mismo recinto donde nos hallamos reunidos esta mañana para conmemorar el décimo noveno aniversario del decreto de creación de la siempre anhelada Universidad de los guayaneses.
         Estuvieron presentes en aquel acto solemne y trascendental, el Gobernador Alcides Sánchez Negrón; el Ministro de Educación, Felipe Montilla; el Ministro de la Defensa, Vicente Luis Narváez Churión; el alto mando militar en pleno, los Presidentes de las empresas básicas así como representantes de otras universidades, poderes públicos, cuerpo consular, clero e instituciones culturales y científicas.
         La nueva Universidad, sostenida insoslayablemente en los principios de las disposiciones fundamentales de la Ley de Universidades, debía operar como un sistema regional de núcleos en las principales cabeceras de municipios, con profunda vocación humanística,  posibilidades de expansión en las ciencias de la ingeniería y, en especial,  en las relacionadas con los aspectos ambientales toda vez que la característica de los suelos de Guayana, la fragilidad de sus bosques y los recursos hídricos, obligan a la formación de profesionales para su control y desarrollo.
         El 14 de diciembre del año siguiente (1983) por Resolución 424 se dictó el Reglamento General de la  naciente Universidad Nacional Experimental de Guayana que no obstante haber reventado en flor con tanta solemnidad, se la dejó a la buena de Dios, sin los recursos suficientes ni instalaciones propias adecuadas para emprender la gran aventura del conocimiento. Arrancó con cursos de postgrados tendentes a formar los futuros docentes del pre-grado, pero el inmediato cambio de gobierno, por los consabidos prejuicios de índole político-partidista, entrabó o aplazó hasta 1986 la creación de las carreras previstas y, por lo tanto, la consolidación del proyecto.  Entonces, por Decreto 1397 del Presidente de la República, Jaime Lusinchi, fue derogado el Reglamento General, para poner en vigencia otro que formula un nuevo modelo de Universidad, absolutamente distinto al tradicional.  Con una estructura diferente de gran flexibilidad conforme a la tesis de la nueva rectora Aline Lampe Joubert, nombrada el 16 de octubre de ese año y juramentada junto con el vice-rector académico Leopoldo Machado, por el Ministro de Educación de entonces, el doctor Luis Manuel Carbonel.  El cambio de estructura de la  Universidad implicó incluso ubicar su centro en Ciudad Guayana, no obstante ser Ciudad Bolívar su asiento principal de acuerdo con el decreto de creación.
A partir de la reforma del Reglamento, la Universidad de Guayana, conforme al proyecto educativo de la rectora Aline Lampe Joubert, adopta un modelo curricular que le permite cambiar de carreras de acuerdo con las necesidades que requiera el aparato productivo del país, lo cual la convierte  en un caso único, pues pasaba a funcionar como toda una empresa con gerencia de proyectos.  Nada del decano tradicional ni del “magíster dixit”.
El curso introductorio se inició en Ciudad Guayana el 16 de noviembre del 87 con una matrícula de 620 alumnos en instalaciones arrendadas en la urbanización Villa Asia. Para entonces se anunciaron las carreras de Administración, Ingeniería industrial, Ingeniería de sistemas y Educación integral.
Los citadinos no se quedaron tranquilos y bombardearon por todos los medios.  Entonces la Rectora Aline Lampe declaró como provisional  el traslado de las oficinas administrativas a Ciudad Guayana hasta tanto el Gobierno le entregara la prometida Casa de las Doce Ventanas en proceso de restauración.  Lo cierto es que dicho inmueble le fue entregado y más tarde la Casa Liccioni contigua, abarcando ambos toda una cuadra frente al Orinoco.  Aquí se instaló la sede de la UNEG Ciudad Bolívar en 1990, bajo la responsabilidad del Licenciado Marco Tulio Cardozo.   Por la misma han pasado desde entonces los licenciados Alexander Manzutti, Eddy Orozco y desde el mes anterior, Indira Rodríguez Moreno, en calidad de responsable encargada.
Ciudad Bolívar sigue esperando porque su nuevo rol frente a Ciudad Guayana como centro minero, industrial y energético, es la de Capital y, por lo tanto, centro de los Poderes Públicos estatales y de las dependencias nacionales, centro de la Armada Fluvial y de la V División de Infantería Selva, centro financiero, histórico, turístico, universitario y cultural y en esa dirección entendemos que están obligados a trabajar Gobernación y Alcaldía y demás instituciones sin dejar que se tuerzan esas líneas.  Además, es una aberración querer concentrar todas las industrias y servicios en Ciudad Guayana en detrimento de los demás municipios.
Tras una situación de conflicto tanto de profesores como de estudiantes que ameritó la designación de una comisión de notables integrada por Andrés Pastrana, Eduardo Castillo y Héctor Silva Michelena, con el fin de efectuar una evaluación integral de la Universidad en lo académico, administrativo y financiero,  fue nombrado en 1992, Rector de la Universidad, el doctor Oswaldo del Castillo Saume, bajo cuya gestión se abrieron en Ciudad Bolívar las Escuelas proyectos de Administración, Contaduría y Educación Integral.  El curso introductorio fue abierto en marzo de 1996 en instalaciones prestadas de la Unidad Educativa Carmen Luna Lezama. Los estudios continuaron luego en la Columba Silva Bolívar y actualmente en instalaciones de la UDO.  Cuentan dichas escuelas con una matrícula de 600 estudiantes a graduarse posiblemente en agosto del 2002, sin llegan a normalizarse las clases pues actualmente se hallan paralizadas por parte de la comunidad estudiantil que presiona de esa manera para obligar al Gobierno Regional a cumplir cabalmente con la promesa de construcción de la sede en los predios del Jardín Botánico, pues la inestabilidad itinerante por carencia de instalaciones propias la perjudica.  La sede la inició el Gobierno anterior y el actual ha prometido entregar, por lo menos, uno de sus nueve módulos, el venidero 25 de marzo.
Además de los cursos de Ciudad Bolívar, bajo la gestión del equipo rectoral presidido por el doctor Oswaldo del Castillo, se abrieron las escuelas: de ingeniería forestal en Upata, y de administración y contaduría en El Callao y Guasipati.  Mediante un convenio con Brasil se dicto una licenciatura en letras en Santa Elena de Uairén.
En 1994, la sede de la Uneg en Puerto Ordaz comenzó a ser una realidad al tener lugar el 19 de mayo el primer vaciado de concreto.  Con esa acción se inicio la construcción del primer edificio de la sede universitaria ubicada en las inmediaciones de la avenida Atlántico.
Hecho importante de la gestión del rectorado anterior es, indudablemente, el logro de la autonomía universitaria que permitió en septiembre del año pasado la elección  por el voto de la comunidad universitaria del actual equipo rectoral presidido por el doctor Amadís Flores Pettit, docente de altos y amplios estudios universitarios dentro y fuera del país, que ha prometido la consolidación definitiva de esta máxima casa de estudios e incluso reivindicarla, situándola en el sitio que por ley le corresponde.
El vigente gobierno universitario tiene en sus manos además, elevar la calidad de los estudios y apelar a la inteligencia, al espíritu creativo de docentes y estudiantes, para mejorar el rendimiento y, en síntesis, seguir el ejemplo de la Universidad de ayer, la que en medio de la más dura estrechez concibió Ramón Isidro Montes y toda una cáfila de intelectuales y científicos venezolanos que pasaron por sus aulas.