Quienes se han dedicado y se dedican a la investigación de realidades antropológicas nos ofrecen versiones distintas sobre el origen y nombre del Carnaval: Sostienen unos que esta fiesta colectiva del mundo occidental nos viene de Grecia y Roma y tiene mucho que ver con los rituales paganos; aseguran otros que el Carnaval se remonta a la época de los Faraones, y los más recientes afirman que nació con la máscara primitiva utilizada para espantar los malos espíritus.
Nos
inclinamos por quienes sostienen que el Carnaval tiene su origen en la máscara
primitiva que el hechicero utiliza para espantar a los espíritus malignos
aunque el Canaima de nuestros indios es un ser que se disfraza, no para
espantar sino para invocar la deidad del mal y satisfacer una venganza. De todas maneras también es una forma de
espantar, de alejar, pero en términos definitivos, no un espíritu irreal sino
uno que es de carne y hueso. La máscara o careta, aparentemente frágil, tiene
ese mágico poder. Es como el arma que
insufla valor a quien la posee y maneja con destreza. Sin ella, quien sufra debilidades, moriría de
miedo. De allí que Lorenzo Batallán, en
un ensayo, haya dicho que el Carnaval es la Fiesta del Miedo o
de la Cobardía, toda vez que
sus ingredientes básicos e irremplazables son dos: el Hombre y
la Máscara.
El
Carnaval es la Fiesta de la Cobardía, - dice Batallán. Se presume que sus protagonistas
estarían dispuestos a realizar acciones rigurosamente antípodas a su
comportamiento habitual y aún extremas, hasta llegar al crimen incluso, bajo el
amparo de algo tan aparentemente frágil como es una máscara que demuestra ser
capaz de potenciar hasta la línea roja ese gigantesco dinamo de lo pasional,
sentimiento o afectiva.
De
cualquier manera y dentro de esos mismos parámetros, el Carnaval es alegría,
alegría extrema durante tres precisos días limitados por la reflexión cristiana
del Miércoles
de Ceniza, cuando el sacerdote en la Iglesia nos recuerda que polvo
somos puesto que del polvo venimos y al polvo regresaremos. Con máscara o sin máscara. A partir de esa simbólica cruz de ceniza en
la frente, comienza la Cuaresma, la época del recogimiento, la época de la
reflexión y la meditación cristianas.
Atrás queda entonces el Carnivale.
Y así como duda existe con respecto al origen del Carnaval, también la hay con
respecto al origen del nombre.
Algunos
estudiosos dicen que el vocablo Carnaval deriva de la expresión
latina Carni Vale (Adiós a la carne).
Afirman otros que proviene de Carnem Lavare (Abstinencia de la
carne), expresión convenida para el término de la fiesta y primer día de la
Cuaresma. De igual manera se le atribuye
la procedencia de Carrus Navakus, carroza en forma de barco que recorría las
calles de la Roma imperial durante tres días de fiesta luego del período de
abstinencia, tradición que conservan algunos pueblos islámicos. También al Carnaval se le dice Carnestolendas
que proviene del latín Carnis Tollere que es algo así como
la tolerancia a las debilidades del cuerpo, esas que cuando las atenemos
estrictamente a los mandamientos religiosos, reprimimos, llevándonos esto, si
no somos capaces de sublimarlo, a la condición de neuróticos.
Cualquiera
que sea su origen y la raíz de su nombre, lo cierto es su autenticidad como
fiesta popular y su permanencia en el tiempo respondiendo a una continuidad
histórica en aquellos pueblos que desde siempre cultivaron y alimentaron con sus
aportes.
Persiste
sobremanera en países como Brasil, Niza y Nueva Orleans, donde el Estado ha
intervenido para hacer de estas fiestas colectivas un atractivo turístico
generador de divisas. En Venezuela el
Carnaval es más libre y espontáneo. Se
juega con agua y en la última mitad del presente siglo ha recibido marcada
influencia antillana localizada en la danza, la música y el atuendo.
El
porqué en Guayana y muchos otros lugares de Venezuela jugamos el carnaval con
agua, a la cual por exceso se añaden otros ingredientes, posiblemente tenga que
ver con las lágrimas de la diosa Isis que desbordaban al Nilo produciendo la
alegría de la fertilidad y abundancia. El
Carnaval de Ciudad Bolívar que trascendió en un tiempo por la
fastuosidad que le imprimió la economía del balatá y el oro, no siempre fue un
Carnaval suntuoso y de fantasía sino que tenía su contraparte en el popular
juego con agua y otros elementos nada gratos para la salud del cuerpo.
Jugar
el Carnaval con agua, negro de humo, almagre, almidón, maizina y azulillo, nos
viene desde los días del Capitán General de la Provincia de Venezuela,
Francisco Cañas y Merino, quien cometió excesos condenados públicamente por la Iglesia. Se llegó a decir que lanzó al río Guaire y
ultrajó a una muchacha por haberlo embadurnado de azulillo.
El
diplomático ingles en Venezuela, Sir Robert Ker Portes, da cuenta en sus
Memorias de un episodio carnavalesco en la Caracas de 1827 en el que se ve al
Libertador en plena faena acuática. El
diplomático califica de “barbara” la forma como los caraqueños se desenfrenaban
con la llegada del Rey Momo y confiesa que él siempre fue renuente a exponerse
a un baño de totuma y jeringa.
En
su libro “Creciente”, el poeta Rafael Pineda dedica una crónica al
Carnaval de Ciudad Bolívar, tal vez de la década del treinta que se cree fueron
realmente atractivos. Dice que ha pesar
de la prohibición, la gente encopetada de la ciudad, de común acuerdo con la
esposa del Presidente del Estado, asaltaba la Casa de Gobierno para dar un buen
remojo al Magistrado. A partir de ese
momento y al grito de “Al agua, pato”, se desataban
batallas campales de agua, huevo podrido, mango, merey y hasta piedras. Luego, a partir de las cuatro de la tarde,
todo el mudo se enseriaba a lo largo del
Paseo Falcón y de las avenidas principales para ver desfilar las carrozas y
comparsas en las cuales nunca dejaban de faltar la clásica burriquita, el
Maremare, el Pájaro Guarandol y el Sebucán.
Esta
estampa del Carnaval bolivarense del que nos habla Pineda en su libro “Creciente”
se mantuvo casi inalterable hasta la década de los cincuenta. Luego comenzó a sufrir una metamorfosis
degradante subrayada por los excesos derivados del alto consumo de cerveza en
los templetes con saldos de raptos, hechos de sangre y la visión al día
siguiente de una ciudad sórdida, con las calles asquerosas y llenas de
potes. De manera que el Carnaval de hoy
es diferente. Podríamos decir que los
excesos y disparates de las Juntas acabaron con un atractivo turístico de
importancia, no obstante la antigua y sana tradición, un lindo Paseo de desfile
frente al río más grande de Venezuela e importantes recursos creativos. Se ha perdido un buen tiempo, ahora bordeado
por una crisis económica que aleja toda esperanza de rescate de una tradición
que parece haber perdido toda su significación.
Los
Carnavales de Ciudad Bolívar, como nos comentaron en cierta ocasión los
profesores universitarios, arquitectos José Rivas Gutiérrez, sociólogo Angel B.
Coraspe y antropólogo Alfredo Inaty, han perdido su imagen y su espíritu y lo
que hemos venido viendo últimamente no es más que una parodia.
Según
el arquitecto Rivas, los Carnavales de Ciudad Bolívar hasta el año 1957, fueron
fiestas donde se ponía de manifiesto el espíritu folklórico y pagano en el
marco de una sociedad reprimida por la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. La creación de comparsas costumbrista como el
Merey, el Sebucán, el Carite, la Burriquita y otros de género dramático como
“La mujer sin alma”, evidenciaban los contenidos anímicos de los autores en su
búsqueda de una estimulación colectiva frente a la insoslayable realidad
de la opresión y la pérdida de los
derechos fundamentales del hombre. Hoy,
paradójicamente, el Carnaval tiene el significado que le imprime la ideología
dominante para atenuar en gran parte los sentimientos de cuestionamiento que
alientan los individuos frente a la crisis actual.
Para
Coraspe lo único bueno del Carnaval es que el contagio social que propicia
permite liberar tensiones y afianzar la solidaridad humana, pues por lo demás
nadie niega que deja una secuela de muchos traumas afectivos.
Por
su parte, Inaty cree que el Carnaval sólo es bueno para el sistema, para los
comerciantes, para los artistas y otras personas con severas perturbaciones de
la personalidad, pero para la comunidad es negativo, toda vez que lejos de
servir para enaltecer valores culturales autóctonos, sólo acarrea una evasión
infructuosa y deteriorante, un incremento del sentimiento consumista y una
mayor dependencia de los vicios y aberraciones del sistema. Pero mientras los Carnavales de Ciudad
Bolívar han disminuido su calidad en el tiempo reciente, vienen surgiendo los
de Ciudad Guayana con impulso prometedor y los del El Callao como herencia
antillana de sus pobladores al calor de la explotación aurífera, se convierten
en atractivo nacional. El Carnaval de El
Callao está consustanciado con el Calipso y su expresión coreográfica
característica, como lo está el vecino carnaval carioca con la samba. Ambos elementos culturales han penetrado los
Carnavales de Ciudad Bolívar, pero sin máscara, la gracia, el espíritu negroide
del primero y sin la suntuosa y alucinante fantasía del segundo. Guardando la
distancia y las realidades demográficas, ambos Carnavales como tradición
cultural vernácula se asemejan. Brasil
tiene los dos elementos básicos del éxito internacional de su Carnaval: la Samba como ritmo propio y catorce clubes
de samba con tres mil miembros cada uno y nada menos que un sambódromo diseñado
por Oscar Niemeyer, el mejor arquitecto del país y quien también diseño
Brasilia a finales de los años cincuenta.
El Callao igualmente tiene ritmo propio:
el Calipso y una semejanza de los clubes brasileros que son las
comparsas.
Pero
el Calypso de El Callao, no obstante ser herencia antillana tiene aportes de la
realidad venezolana. Es un ritmo que se
diferencia. Los materiales del Calipso
calloense como en una ocasión nos dijo el doctor en música Leopoldo Billi,
tiene como característica el golpe del tambor, diferente al antillano que tiene
al steel band. Predomina además la voz,
en cambio que en las Antillas no cantan, es puro instrumento.
Los
instrumentos de Calipso de El Callao son Bumbac, Maracas, Cencerro, Bajo,
Guitarra y Rayo. Una solista y un coro
seguido por la gente que danza detrás de las comparsas. Los disfraces, de reminiscencia o ancestro
africano, distingue los Carnavales de las otras fiestas tradicionales del
lugar.
Comparsa
popular de El Callao fue desde su fundación en 1956 la de la Negra
Isidora. Poco antes de morir quedó
disuelta y sus miembros se disgregaron en otras comparsas, entre ellas, la
conocida Renovación de Chuo; Nueva
Onda, de los Hermanos Clark; Creación, de Miguel Gadlardi; Agricultura, de
Jesús Lugo y Protesta, de Ray Rodríguez.
Actualmen destaca The same people.
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