Agosto es mes de abundancia.
Al menos en Guayana se desatan las aguas y el pescador logra su mejor
cosecha. Es el mes en que el Orinoco
alcanza la plenitud y el horizonte se delinea más despejado bajo el crepúsculo
y a ras con el verdor inconfundible de la selva. Es el mes preferido de los artistas, hasta
para nacer y morir.
Mes que prefirieron para morir, José
Sánchez Negrón, poeta que vivió enfrentado a la vida y a la muerte y Alejandro
Otero, el pintor de los coloritmos que llegó al empíreo soplado por las
aspas de sus dinámicas estructuras de acero.
También, aquel grupo de valiosos maestros de la Convención Nacional del
Magisterio, arrastrado por las torrenteras del Caroní.
Mes que
eligieron para su advenimiento, el Museo de Arte Moderno Jesús Soto,
lleno de hechos insólitos, impensados, imprevisibles, como bien lo definiera el
ex presidente mexicano Luis Echeverría; y la Casa de la Cultura "Carlos
Raúl Villanueva" que acunó el sueño del pintor. Asimismo, la Negra Isidora, extinta
reina del calipso calloense; Luis
García Morales, el poeta que, según Juan Liscano, "hace sonar
siempre la imaginación, y entrega la razón al delirio" y también "Serenata Guayanesa",
conjunto vocalista que nos convoca en cada ocasión y en cada momento con su muy
particular música de contrapunto que inauguró en agosto de 1971.
Exactamente,
fue en agosto de 1971, con motivo de la II Feria del Orinoco, cuando aquel
cuarteto de muchachos, desprendido como rama de los Gaiteros de la Plaza Miranda,
buscó sembrarse en otra zona fertilizada con los propios nutrientes de su
tierra. Así, por primera vez, el
conjunto vio con reconfortante orgullo lo bien que rotaba su música en los
microsurcos de la discografía. Contrario a la regla general, su primer disco,
de sello institucional, patrocinado por el Gobierno del arquitecto Manuel
Garrido Mendoza, le abrió camino hacia los estadios de la fama. Fue grabado con el sugestivo nombre de "Serenata
Guayanesa", acaso, porque en ese mundo de la serenata y la
parranda venía desde comienzo del siglo habitando el guayanés, siguiendo los
arpegios de músicos y cantores populares como Luis
Tovar , quien cantaba y rasgueaba la
guitarra española, caminando la ciudad de un extremo a otro, vestido de
impecable liquiliqui, con sombrero muy calado y muchas veces montado en
borrico, del Mercado al Morichal y de Perro Seco al Tapón, tocando y cantando
bambucos de honda nostalgia, valses de lento dolor y jarabito mexicano, casi
siempre en parranda o serenata ventanera, "con luna, paliza y ron",
como dice el romance de su pariente Héctor Guillermo Villalobos. De músicos y
cantores populares como el comparsero Merced Ramón Mediavilla y Alejandro Vargas,
autor de la Barca de Oro y la Casta Paloma, aguinaldos de bien
cotizada fama a nivel nacional. De
músicos como Félix Mejías, de figura un tanto juglaresca por aquello de su
sensibilidad no sólo para la melodía sino
por la gracia de sus bromas y ocurrencias. De éstos y muchos otros músicos y cantores
populares, bohemios y serenateros consuetudinarios, nació el nombre de aquel
disco primigenio, adoptado dos meses
después por el cuarteto con la idea feliz de hacerse permanente, dada la
inconstancia en el tiempo del famoso Quinteto Contrapunto, cuyos
integrantes actuaron exitosamente en su patria y fuera de ella, gracias a su
talento, profesionalismo y a la experiencia adquirida en grupos polifónicos.
También los muchachos de la Plaza Miranda
calzaban la experiencia polifónica del "Orfeón de Ciudad Bolívar",
fundado en 1950 por el sacerdote de
nacionalidad italiana, Segundo Ferrero, con estudiantes y docentes del Liceo
Peñalver y del Instituto Dalla
Costa. Asimismo, la experiencia del
Orfeón de la Universidad de los Andes y de la Universidad de Oriente.
El nacimiento
de "Serenata
Guayanesa" provino, si se quiere, de un parto silencioso, que no tuvo repercusión en la prensa local, acaso
porque no se intuía su destino promisorio.
Apenas una nota, mezclada con otras, del columnista autor de Antena
Radial, Geremías Gallardo, dándole la bienvenida a un disco de larga
duración en la que destaca la actuación de los hermanos César e Iván Pérez Rossi. Pero también en el grupo estaban Mauricio
Castro y Hernán Gamboa.
A los cuatro
los unía el afecto de la cotidianidad familiar, el espíritu liceista, la
universidad, la afición por la música, el deporte y el ambiente tan acogedor
del centro antiguo de la ciudad y el río.
Iván, el más morichalero de todos, pues vivía
con su madre Mariangela, un poco fuera del casco urbano e histórico de Ciudad
Bolívar, frente a la Fortaleza de El
Zamuro cuya arquitectura en lugar tan pedregoso lo marcó para seguir la carrera
de ingeniería civil que comenzó en los Andes y terminó en Caracas en 1968. Su hermano
César, odontólogo egresado
de la Universidad de lo Andes, el más apegado al "Bachi Pérez",
quiero decir, al bachiller Ramón Antonio Pérez, maestro
insigne, fundador de escuelas y liceos, vecino estrecho de esa ágora o
foro de la música que fue la Plaza Miranda, desde la cual, por
estar en la parte más alta del peñón angostureño, domina al río y toda la
periferia urbana de la ciudad. Vivía en
ese punto neurálgico de la música al igual que, al frente de su casa, Hernán
Gamboa, egresado del Pedagógico de Caracas, hijo del popular
mandolinista calloense Carmito Gamboa, asesor musical de la Casa de la Cultura
"Carlos Raúl Villanueva"; y Mauricio Castro, estudiante de
sociología de la UDO, residía en las proximidades aunque cuesta abajo,
descendiendo al río por la antigua calle San Cristóbal, hoy calle Carabobo.
Aquel primer disco del sello Venevox
fue cubierto por el lado A con música instrumental de los mandolinistas Carmito
Gamboa, Antonio Padrino, Eduardo Castillo y el cuatrista Hernán Gamboa, referida
a los valses Brisas de mi pueblo, de Telmo Almada; Cielo Guayanés, de Luis Pacheco; El Alcaraván y Nuestras dos
almas, de Félix Mejías; María, de José Antonio Ramírez y el pasaje Morichales
de San Juan, de Eduardo Barreto.
Ya perfilándose como grupo sobresaliente,
graban el lado B, César e Iván Pérez Rossi, Mauricio Castro y Hernán Gamboa,
vocalizando el vals Luisa Teresa, de Julio Añez; el merengue Burro Parrandero,
del Pollo Sifontes; el aguinaldo Dónde está San Nicolás, de Iván Pérez
Rossi y Hernán Gamboa; el merengue Pesca de la Sopara, de Raúl Umanés y Hernán
Gamboa; el vals Ciudad Bolívar, del Pollo Sifontes y el aguinaldo Casta Paloma,
de Alejandro Vargas.
Estos cuatro jóvenes, jamás habían pisado
academia de música alguna, pero los favorecía su fino oído, su sensibilidad
musical, el haber abrevado desde muy temprano en la fuente experimentada de
quienes entonces eran maestros, así como también su experiencia adquirida en
parrandas, coros y orfeones, tanto de su ciudad natal como fuera de ella.
Precisamente, desde Mérida, tan recostada
del sur zuliano, los hermanos Pérez Rossi, siendo estudiantes universitarios,
trajeron a Guayana la Gaita, virtualmente desconocida en Caracas y el resto de
Venezuela, por lo menos hasta los años sesenta, y la interpretaban acaso como
antiguamente en el Empedrado de Maracaibo, tan sólo con tambor y furro, vale
decir, sin guitarra y bajo eléctricos, ni los abultados aparatos amplificadores
de sonidos de ahora.
Por supuesto, que durante las vacaciones de
diciembre, no sólo sonaba la gaita maracucha sino también el aguinaldo de la
parranda guayanesa, reputado como único por estar distanciado del merengue y el
guasón tan común en el Oriente. Los
gaiteros de la Plaza Miranda se distinguían no sólo por lo extraño de ese ritmo
negroide, sino por lo numeroso del grupo que en tiempos no decembrinos se
reducía al mínimo al pie de los altos ventanales y balcones de Angostura,
cuando por las noches había que darle serenatas a la novia más una flor
furtivamente sustraída de los orquidiarios de las pudientes familias bolivarenses.
El disco de larga duración que los inició
como grupo vocalista, tuvo, aunque escasa acogida por la prensa, sí muy buena
aceptación popular, hasta el punto de haber una emisora local tomado el
merengue Pesca de la Sapoara para fondo de un mensaje comercial, lo cual
suscitó esta nota de Antena Radial: "El compositor apureño
profesor Raúl Umanés se queja de cómo su
obra incluida en el disco "Serenata Guayanesa" es utilizada en una
cuña comercial sin su autorización.
Ojalá Umanés pudiera judicialmente poner las cosas en claro, no
con la intención de perjudicar a nadie, sino para sentar precedente de respeto
a la propiedad intelectual y artística en este país".
Es en 1972,
estimulada por la buena acogida de su disco compartido, cuando "Serenata
Guayanesa" se afirma como grupo vocalista, sin el inconveniente de
la dispersión de sus integrantes por razones de estudios y de ejercicio
profesional. Ellos, en función del
proyecto que han puesto en marcha desde las riberas del Orinoco, tratan de
afincarse en Caracas, la gran metrópoli siempre abierta con todas sus
posibilidades a quienes quieren poner a prueba la voluntad de triunfar. Ivan lo ha hecho desde la ULA a la
Universidad Central al igual que
Mauricio Castro desde el Núcleo Sucre de la Universidad de Oriente. Hernán Gamboa tendrá que dejar su
cátedra de biología y química en el Liceo "Carlos Emiliano Salom" y
César, quien se había recibido de
odontólogo en Mérida se las arreglaría para mantener un pie en el Avila y otro en el Orinoco, alternando no solamente
el ejercicio de la odontología, sino también
la presidencia del Colegio de Odontólogos, con la actuación artística en
el grupo.
Pero no bastaba
destinar Caracas como sede, sino que había que darse a conocer y comenzar
despertando con un buen concierto de música autóctona tradicional y ningún
lugar ideal que el Alma Mater de la Universidad Central, desde donde puede decirse que se catapulta el grupo hacia
la fama. Luego vendrá su primera grabación comercial, de una
extraordinaria aceptación que unida a sus públicas actuaciones, le depara el
Guaicaipuro de Oro, el Canaima de Oro y el Premio Rafael Guinand, así como su
primera presentación en televisión el 3 de octubre de 1972 por el Canal 2 de
Radio Caracas Televisión en el programa "Martes Monumental", cuya
imagen aún no había podido extenderse al Estado Bolívar. Apenas comenzaba a llegar la imagen de
Venezolana de Televisión (CVTV), canal 8, a Ciudad Guayana, a través de una
Estación Repetidora ubicada en Chirica, y a Ciudad Bolivar, Canal 11, a través
de otra situada en Soledad. Entonces se
le tributó a Serenata Guayanesa el primer homenaje - 4 de febrero de 1973 - por
iniciativa en conjunto de la entonces Asociación Venezolana de Periodista que
me tocó presidir en calidad de Secretario General y la Comisión Regional de
Turismo, a cargo de Luis Vicente Guzmán.
Las demás plantas televisoras no llegarían
sino a partir de 1975 cuando Serenata Guayanesa celebró por
primera vez su aniversario, el quinto, con un lleno total en El
Poliedro de Caracas, justo al mes siguiente de haber iniciado su gira
por el exterior con presentaciones en centros culturales del Towson State College,
en Baltimore; del Colegio Interameriano de Defensa, en Washington; de la
Universidad de Nueva York, Organización de Estados Americanos y en el .Teatro
de Bellas Artes de México. Para
entonces, sus grabaciones el Calipso de El Callao, El Sapo y La Mula, estos dos
últimos del cantor tradicional bolivarense, Alejandro Vargas, ocupaban lugares
sobresalientes en el ámbito y mercado de la radiodifusión y la
discografía.
Había comenzado para ellos, desde la misma
provincia, el difícil camino de la fama y habrían podido exclamar como Lord
Bayron en 1812, después de la
publicación de los dos primeros capítulos de su "Childe Harold": "Desperté
una mañana y me encontré famoso".
Había comenzado para ellos el difícil camino de la fama,
afortunadamente, sobre un terreno, el de la música de raíz popular, que ya
venía abonando con ejemplar profesionalismo el Quinteto Contrapunto, desaparecido un año antes del debut de
Serenata. Ahora, el camino, tras un
cuarto de siglo, los ha colocado en este sitial de honor, pero no ha sido fácil
aún con numerosos factores de suerte a su favor como la coyuntura que les abrió
la extinción de Contrapunto y el apoyo irrestricto de una elite prestigiosa de
intelectuales y artistas de todo género como Soto, Antonio Lauro, Manuel
Alfredo Rodríguez, Luis Pastori, Pedro León Zapata, Simón Díaz, Gustavo
Rodríguez y Efrain Subero, entre
muchos. En 1983, Serenata Guayanesa
estuvo a punto de naufragar al separarse Hernán Gamboa, virtuoso del cuatro,
hoy en Miami, resuelto inexorablemente a hacer carrera por su cuenta. Entonces, Miguel Angel Bosch, como tabla de
salvación, vino al encuentro de
Serenata.
El médico - pediatra, tenor y ejecutante de
guitarra y cuatro, encajó perfectamente en el conjunto y Serenata Guayanesa retomó
su camino que parecía detenerse, justo mientras grababa un doble disco
institucional de larga duración patrocinado por el Gobierno Regional con motivo
del Bicentenario del natalicio del Libertador y en el que participaron como
solistas, además de Serenata Guayanesa, Antonio Lauro, Jesús Soto y Hernán Gamboa.
Asimismo, Gustavo Rodríguez, actor de teatro, cine y televisión, narrando
fragmentos del Discurso de Angostura y poemas alusivos a Bolívar.
Del 83 a esta
parte han continuado las grabaciones y presentaciones con la misma constancia,
disciplina y entusiasmo, tanto en nuestro país como en el exterior. Estados
Unidos y México, los primeros en 1975; Alemania, Bélgica, Suiza, Austria,
España, Portugal, Italia, Inglaterra, Jamaica, Puerto Rico, Colombia, Brasil,
Argentina y Chile, han estado en el itinerario de las giras de proyección de la
música de honda raigambre criolla que subraya su extenso repertorio. La misma
editada en 46 títulos discográficos de factura comercial e institucional, trasunto fiel de los modos y
formas como musicalmente se expresa el alma popular en casi todas las regiones
de Venezuela.
El calipso, el joropo, el merengue, el
vals, la gaita, el aguinaldo, el bambuco, el esribillo, la canción, la polca,
el pasaje, la parranda, el polo, el golpe, la guasa, la fulía, la quirpa, la danza y hasta la
canción de cuna, el son infantil y el arrullo, vibran con ardor venezolanista
en las voces de este grupo de trovadores que ha sabido conquistar el corazón de
los venezolanos.
Juanito Arteta, la ya legendaria Trompeta
de Oro de América, el mejor director de Banda Taurina que, según el mito, tiene
Venezuela. Juanito Arteta, ex director
de la Banda del Estado Bolívar y fundador de la Orquesta Típica Angostura,
me comentó en cierta ocasión lo bien que se acoplan las voces de bajo, tenor
lírico y barítono de los integrantes de Serenata Guayanesa. Y, aunque un tanto inquieto porque el grupo
jamás ha tomado en cuenta ninguna de sus numerosas composiciones, elogiaba de
inmejorables sus arreglos musicales y lo impecable del contrapunto, la fuga y
la armonía, concluyendo en que estos artistas son algo así como los pintores de
la música venezolana y lo decía porque, cuando escuchaba sus grabaciones con
los ojos cerrados, era como situarse ante una pantalla de imágenes
hiperrealistas.
Arteta se ubica en lo cierto y es obvio que
así sea, porque estamos ante un grupo de artistas que asimila con las variantes
impuestas por los tiempos, el arte trovadoresco, esencialmente musical -
narrativo, del cual fue signataria la Europa Occidental desde donde, por la vía del colonizador hispano, llegó a
la América. Al principio, el trovador
era caballero andante. Después, el arte
trovadoresco fue ejercido por gentes de los diversos estratos de la
sociedad. Creaban y le ponían melodía a
sus narraciones, casi siempre acompañadas de un instrumento musical como el
laúd. Narraban las proezas de sus héroes
de carne y hueso y más tarde Occidente incorporó a las narraciones épicas de
los trovadores, el tema del amor, del amor cortesano, del amor ideal, del amor
imposible. A final de cuentas, los
trovadores se constituyeron, sin duda, en la primera bohemia artística, sacaron
la música y el canto de los templos, se fueron a la calle, a los pueblos, y
dieron origen a la clásica serenata con mandolina que desde Italia se propagó
por Europa a partir del siglo XVIII, pero por sobre todo, colocaron en
perspectiva, a la figura del artista y del compositor modernos.
Uno de los grandes aportes del trovador
antiguo es la de haber contribuido a propagar el empleo de las lenguas romances
en la composición poética. El trovador
era autor de la letra y de la música de sus propias creaciones, a diferencia de
los juglares cantores que divulgaban
canciones ajenas. Serenata Guayanesa, pudiéramos decir entonces, que tiene de trovador la cualidad de ser autora de la
letra y música de unas cuantas composiciones de su repertorio; de juglar, el
compromiso de divulgar creaciones de otros autores y, de serenata, la
naturaleza de su origen: Muchachos que
dieron sus primeros pasos en el arte de la música y el canto, siguiendo un
tanto la huella de los antiguos cantores del pueblo que no solamente se
expresaban en momentos culturales especiales, sino que por las noches, con el
instrumento de su voz reforzado con
mandolina o cuatro, rendían tributo de admiración a la belleza femenina
de Guayana. Hoy, bajo esa triple
condición y desde hace un cuarto de siglo, rinden tributo a la música popular,
admirablemente en un tiempo en que la sociedad industrial, la sociedad
tecnificada y uniformada, escasamente valora esa manifestación. Y si en algo la valora, no es por su función
social que, en todo caso, es utilitaria como todos los elementos del universo
folclórico - canto al trabajo, canción
de cuna, aire ritualístico o de danza- sino por su vinculación con lo
étnico. El canto popular, según las
ideas de Juan Jacobo Rousseu, "es una emanación del alma pura e
incontaminada del pueblo, el cual es depositario de las virtudes de la raza,
mantenidas a través de una inquebrantable fidelidad a la tradición". Pues bien, esa vinculación de la música y el
canto populares con lo étnico, está condenada al desvanecimiento en la
medida que el influjo uniformado de los medios de comunicación social, siempre
a tono con las novedades de la ciencia electrónica, vaya penetrando a las
poblaciones marginadas o distanciadas de los grandes núcleos del desarrollo
urbano.
La sociedad
industrial, la sociedad tecnificada, la sociedad culturalmente homogeneizada
por el cine, la radio y la televisión, tiende hacia otros valores musicales y
culturales, estimulados por los instrumentos electrónicos. Y si
todavía una buena parte de la sociedad experimenta afecto por el canto y
la música populares e incentiva con su presencia los espectáculos y compra las
grabaciones, es, en buena parte, por el temor de su desaparición, por creer que
lo popular está en trance de extinguirse y actúa como la última
generación testiga.
No creo mucho
en esa onda nacionalista que nos condujo recientemente a fijar calcomanías de
la bandera nacional en las zonas más visibles de los automotores. Un
nacionalismo oloroso a chauvinismo del cual hay una experiencia lamentable en
la Argentina cuando el nacionalismo populista de Juan Domingo Perón, tratando
de cohesionar al pueblo y algunos sectores de la burguesía nacional contra la
oligarquía caracterizada como antinación, promovió el tango y la poesía popular
bajo la égida del Estado como valores prevalencientes sobre cualesquiera otros
en tiempo y lugar. Ciertamente, se logró
un gran movimiento de la cultura popular, como bien lo analiza el ensayista
sureño, Néstor García Canclini, pero desvaneció
a los pocos días, esencialmente por una caracterización inadecuada de lo
popular, entendido como el conjunto de
gustos, hábitos sensibles e intelectuales del pueblo. La equivocación del nacionalismo populista es
el chauvinismo, el patrioterismo, soslayando valores no autóctonos que de
alguna manera están insertados en el habitus y gusto de la gran masa. No se debe ignorar la realidad de otros valores
no autóctonos a la hora de promover campañas o implementar políticas en función del ser nacional o de la llamada
identidad nacional. En todo caso,
debemos competir con nuestros propios valores, con talento y esfuerzo,
estimulando y reconociendo como lo hizo el anterior Congreso, a grupos de
extraordinaria calidad como Serenata Guayanesa, cuya escasez
sucesorial, nos está preocupando bajo una atmósfera que ya respira el
aire de las saudades. Porque ni siquiera
y como última instancia, y para reducir la brecha que separa a la música culta
de la popular, ha surgido en Venezuela con la misma fuerza y trascendencia de
Carlos Chavez, en México; Alberto Ginestera, en Argentina y Heytor Villa-Lobos,
en Brasil, quien alimenta a la llamada música culta o clásica con las formas
musicales autóctonas de nuestro país.
Esto no quiere decir que ignoremos la contribución de Vicente Emilio
Sojo al enriquecimiento de nuestro acervo lírico popular ni ensayos válidos de varios de sus alumnos como
Antonio Estevez con la "Cantante Criolla" en 1954, realmente
importante dentro de la corriente nacionalista.
De manera, que lo que mueve a tanta gente a
conciertos de música popular como ha venido ocurriendo en la sala Ríos Reyna
del Teatro Teresa Carreño, para celebrar los aniversarios de Serenata Guayanes,
no es esa campaña del nacionalismo populista, sino la nostalgia por lo que se
ha venido desvaneciendo a través de los nuevos tiempos, los valores y virtudes
étnicos mantenidos a través de la tradición y a los cuales está asociado
el arte popular como la artesanía de la
hamaca para el descanso, la cesta para
la recolección del fruto, el metate para la molienda, el sebucán para
exprimir la yuca, el cacharro para el agua, el canto con el cual el labriego
labra la tierra y el llanero ordeña a la madre del becerro, el sonido
instrumental para el ritual de las deidades, el batir del sonajero para
espantar los malos espíritus, el percutir del tambor de alerta ante el peligro,
en fin, tantos modos y formas utilitarios legados y escasamente conservados y
defendidos.
Lo utilitario, en el caso de la
música, no niega otros valores que la
hacen interesante o agradable como la inmutabilidad de su forma o estructura a
través de los tiempos. Ella no
evoluciona como las otras manifestaciones del arte, pero varía y en la
invariabilidad está su misterio, el atractivo que le imprime la
transmisión oral de la melodía a falta de fijación escrita.
Esa variabilidad de la música popular -
popular por su extracción rústica- manteniendo su estructura, es lo que ha
permitido y permite a Serenata Guayanesa
difundir exitosamente este género de
música en casi todos los estratos de la sociedad. En ello, obviamente, intervienen, y de allí
su mérito, la sonoridad especial de los instrumentos utilizados, como el
cuatro, único soporte, y circunstancialmente el tambor y las maracas, así como
el timbre rítmico y la inflexión vocal de sus integrantes, todo lo cual se
traduce en una totalidad de contrapunto, fuga y armonía, llena de imágenes
sugerentes que atrapan y conducen a la añoranza de un paisaje humano y natural
que a duras penas se mantiene y que en gran parte ha sido desintegrado por el
impacto socioeconómico de la explotación petrolera, del hierro, de la bauxita,
del oro, del diamante y, en fin, de la tecnología avanzada y otros elementos
relativos a la transculturación a la que estamos expuestos.
"Nosotros los venezolanos y Venezuela,
estamos expuestos a una transculturación que nos viene con la inmigración y a
través de la radio, del cine, de la televisión y de la prensa. Esa transculturación influye necesariamente
sobre los elementos primitivos de nuestra cultura, especialmente los
elementos hablados y cantados por
nuestro pueblo", afirmó el maestro Luis Beltrán Prieto
Figueroa al tratar el tema del folklore en la educación nacional a propósito de
la Ley de julio de 1980 que hace señalamientos de los objetivos de la educación
y fija al folklore como instrumento adecuado para el aprendizaje de una
consciente nacionalidad.
En ese sentido también se había
expresado Antonio Pasquali, en su libro
"Comprender la Comunicación" al afirmar que los Medios de
Comunicación de Masas "actúan en la mayor parte del mundo como los
principales factores heterodirigidos y alienantes de los valores abstractos de
las culturas nacionales".
Contra ese proceso de transculturación que
venimos aceptando desde que despertamos a la ambición de alcanzar los niveles
de desarrollo cultural de países occidentales avanzados como Francia, y
especialmente cuando escritores de la talla de Domingo Faustino Sarmiento y
Rómulo Gallegos plantearon en sus novelas "Facundo" y "Doña
Bárbara", la necesidad de rescatar la civilización contra la barbarie,
vale decir, la cultura moderna contra la cultura primitiva, fue difícil
reaccionar, por lo menos, hasta hace pocos años cuando se planteó la
perentoriedad de una cultura con rasgos propios, estimulando las formas
originales y autóctonas venezolanas que ahora señala entre sus
objetivos la Ley de Educación, pero las cuales venían tomando cuerpo en las
investigaciones que desde 1946 realizaba
el Instituto Nacional del Folklore bajo la dirección del poeta Juan Liscano y
de la etnofolklórologa, Isabel Aretz así como otras instituciones privadas y del estado.
Dentro de ese contexto surgieron grupos
afiliados a la cultura popular como Contrapunto, Un sólo Pueblo, Serenata Guayanesa, Jesús Sevillano y su
Sexteto y Ensamble Gurrufío que espiritualmente son patrimonio cultural de
Venezuela.
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