miércoles, 13 de enero de 2016

SERENATA GUAYANESA


             Agosto es mes de abundancia.  Al menos en Guayana se desatan las aguas y el pescador logra su mejor cosecha.  Es el mes en que el Orinoco alcanza la plenitud y el horizonte se delinea más despejado bajo el crepúsculo y a ras con el verdor inconfundible de la selva.  Es el mes preferido de los artistas, hasta para nacer y morir.

Mes que prefirieron para morir, José Sánchez Negrón, poeta que vivió enfrentado a la vida y a la muerte y Alejandro Otero, el pintor de los coloritmos que llegó al empíreo soplado por las aspas de sus dinámicas estructuras de acero.  También, aquel grupo de valiosos maestros de la Convención Nacional del Magisterio, arrastrado por las torrenteras del Caroní.
            Mes que eligieron para su advenimiento, el Museo de Arte Moderno Jesús Soto, lleno de hechos insólitos, impensados, imprevisibles, como bien lo definiera el ex presidente mexicano Luis Echeverría; y la Casa de la Cultura "Carlos Raúl Villanueva" que acunó el sueño del pintor.  Asimismo, la Negra Isidora, extinta reina del calipso calloense;  Luis García Morales, el poeta que, según Juan Liscano, "hace sonar siempre la imaginación, y entrega la razón al delirio" y también  "Serenata Guayanesa", conjunto vocalista que nos convoca en cada ocasión y en cada momento con su muy particular música de contrapunto que inauguró en agosto de 1971.
            Exactamente, fue en agosto de 1971, con motivo de la II Feria del Orinoco, cuando aquel cuarteto de muchachos, desprendido como rama de los Gaiteros de la Plaza Miranda, buscó sembrarse en otra zona fertilizada con los propios nutrientes de su tierra.  Así, por primera vez, el conjunto vio con reconfortante orgullo lo bien que rotaba su música en los microsurcos de la discografía. Contrario a la regla general, su primer disco, de sello institucional, patrocinado por el Gobierno del arquitecto Manuel Garrido Mendoza, le abrió camino hacia los estadios de la fama.  Fue grabado con el sugestivo nombre de "Serenata Guayanesa", acaso, porque en ese mundo de la serenata y la parranda venía desde comienzo del siglo habitando el guayanés, siguiendo los arpegios de músicos y cantores populares como Luis Tovar, quien cantaba y rasgueaba la guitarra española, caminando la ciudad de un extremo a otro, vestido de impecable liquiliqui, con sombrero muy calado y muchas veces montado en borrico, del Mercado al Morichal y de Perro Seco al Tapón, tocando y cantando bambucos de honda nostalgia, valses de lento dolor y jarabito mexicano, casi siempre en parranda o serenata ventanera, "con luna, paliza y ron", como dice el romance de su pariente Héctor Guillermo Villalobos. De músicos y cantores populares como el comparsero Merced Ramón Mediavilla y Alejandro Vargas, autor de la Barca de Oro y la Casta Paloma, aguinaldos de bien cotizada fama a nivel nacional.  De músicos como Félix Mejías, de figura un tanto juglaresca por aquello de su sensibilidad no sólo para la melodía sino  por la gracia de sus bromas y ocurrencias.  De éstos y muchos otros músicos y cantores populares, bohemios y serenateros consuetudinarios, nació el nombre de aquel disco primigenio,  adoptado dos meses después por el cuarteto con la idea feliz de hacerse permanente, dada la inconstancia en el tiempo del famoso Quinteto Contrapunto, cuyos integrantes actuaron exitosamente en su patria y fuera de ella, gracias a su talento, profesionalismo y a la experiencia adquirida en grupos polifónicos.
También los muchachos de la Plaza Miranda calzaban la experiencia polifónica del "Orfeón de Ciudad Bolívar", fundado en 1950 por  el sacerdote de nacionalidad italiana, Segundo Ferrero, con estudiantes y docentes del Liceo Peñalver y  del Instituto Dalla Costa.  Asimismo, la experiencia del Orfeón de la Universidad de los Andes y de la Universidad de Oriente.
            El nacimiento de "Serenata Guayanesa" provino, si se quiere, de un parto silencioso, que  no tuvo repercusión en la prensa local, acaso porque no se intuía su destino promisorio.  Apenas una nota, mezclada con otras, del columnista autor de Antena Radial, Geremías Gallardo, dándole la bienvenida a un disco de larga duración en la que destaca la actuación de los hermanos César e Iván Pérez Rossi.  Pero también en el grupo estaban Mauricio Castro y Hernán Gamboa.
            A los cuatro los unía el afecto de la cotidianidad familiar, el espíritu liceista, la universidad, la afición por la música, el deporte y el ambiente tan acogedor del centro antiguo de la ciudad y el río.
Iván, el más morichalero de todos, pues vivía con su madre Mariangela, un poco fuera del casco urbano e histórico de Ciudad Bolívar,  frente a la Fortaleza de El Zamuro cuya arquitectura en lugar tan pedregoso lo marcó para seguir la carrera de ingeniería civil que comenzó en los Andes y terminó en Caracas en 1968.  Su hermano  César, odontólogo egresado  de la Universidad de lo Andes, el más apegado al "Bachi Pérez", quiero decir, al bachiller Ramón Antonio Pérez, maestro insigne, fundador de escuelas y liceos, vecino estrecho de esa  ágora o foro de la música que fue la Plaza Miranda, desde la cual, por estar en la parte más alta del peñón angostureño, domina al río y toda la periferia urbana de la ciudad.  Vivía en ese punto neurálgico de la música al igual que, al frente de su casa, Hernán Gamboa, egresado del Pedagógico de Caracas, hijo del popular mandolinista calloense Carmito Gamboa, asesor musical de la Casa de la Cultura "Carlos Raúl Villanueva"; y Mauricio Castro, estudiante de sociología de la UDO, residía en las proximidades aunque cuesta abajo, descendiendo al río por la antigua calle San Cristóbal, hoy calle Carabobo.
Aquel primer disco del sello Venevox fue cubierto por el lado A con música instrumental de los mandolinistas Carmito Gamboa, Antonio Padrino, Eduardo Castillo y el cuatrista Hernán Gamboa, referida a los valses Brisas de mi pueblo, de Telmo Almada; Cielo Guayanés, de  Luis Pacheco; El Alcaraván y Nuestras dos almas, de Félix Mejías; María, de José Antonio Ramírez y el pasaje Morichales de San Juan, de Eduardo Barreto.
Ya perfilándose como grupo sobresaliente, graban el lado B, César e Iván Pérez Rossi, Mauricio Castro y Hernán Gamboa, vocalizando el vals Luisa Teresa, de Julio Añez; el merengue Burro Parrandero, del Pollo Sifontes; el aguinaldo Dónde está  San Nicolás, de Iván Pérez Rossi y Hernán Gamboa; el merengue Pesca de la Sopara, de Raúl Umanés y Hernán Gamboa; el vals Ciudad Bolívar, del Pollo Sifontes y el aguinaldo Casta Paloma, de Alejandro Vargas.
Estos cuatro jóvenes, jamás habían pisado academia de música alguna, pero los favorecía su fino oído, su sensibilidad musical, el haber abrevado desde muy temprano en la fuente experimentada de quienes entonces eran maestros, así como también su experiencia adquirida en parrandas, coros y orfeones, tanto de su ciudad natal como fuera de ella.
Precisamente, desde Mérida, tan recostada del sur zuliano, los hermanos Pérez Rossi, siendo estudiantes universitarios, trajeron a Guayana la Gaita, virtualmente desconocida en Caracas y el resto de Venezuela, por lo menos hasta los años sesenta, y la interpretaban acaso como antiguamente en el Empedrado de Maracaibo, tan sólo con tambor y furro, vale decir, sin guitarra y bajo eléctricos, ni los abultados aparatos amplificadores de sonidos de ahora.
Por supuesto, que durante las vacaciones de diciembre, no sólo sonaba la gaita maracucha sino también el aguinaldo de la parranda guayanesa, reputado como único por estar distanciado del merengue y el guasón tan común en el Oriente.  Los gaiteros de la Plaza Miranda se distinguían no sólo por lo extraño de ese ritmo negroide, sino por lo numeroso del grupo que en tiempos no decembrinos se reducía al mínimo al pie de los altos ventanales y balcones de Angostura, cuando por las noches había que darle serenatas a la novia más una flor furtivamente sustraída de los orquidiarios de las pudientes familias bolivarenses.   
El disco de larga duración que los inició como grupo vocalista, tuvo, aunque escasa acogida por la prensa, sí muy buena aceptación popular, hasta el punto de haber una emisora local tomado el merengue Pesca de la Sapoara para fondo de un mensaje comercial, lo cual suscitó esta nota de Antena Radial: "El compositor apureño profesor Raúl Umanés se queja  de cómo su obra incluida en el disco "Serenata Guayanesa" es utilizada en una cuña comercial sin su autorización.  Ojalá  Umanés pudiera judicialmente poner las cosas en claro, no con la intención de perjudicar a nadie, sino para sentar precedente de respeto a la propiedad intelectual y artística en este país". 
            Es en 1972, estimulada por la buena acogida de su disco compartido, cuando "Serenata Guayanesa" se afirma como grupo vocalista, sin el inconveniente de la dispersión de sus integrantes por razones de estudios y de ejercicio profesional.  Ellos, en función del proyecto que han puesto en marcha desde las riberas del Orinoco, tratan de afincarse en Caracas, la gran metrópoli siempre abierta con todas sus posibilidades a quienes quieren poner a prueba la voluntad de triunfar.  Ivan lo ha hecho desde la ULA a la Universidad Central al igual que  Mauricio Castro desde el Núcleo Sucre de la Universidad de Oriente.  Hernán Gamboa tendrá  que dejar su cátedra de biología y química en el Liceo "Carlos Emiliano Salom" y César, quien  se había recibido de odontólogo en Mérida se las arreglaría para mantener un pie en el Avila  y otro en el Orinoco, alternando no solamente el ejercicio de la odontología, sino también  la presidencia del Colegio de Odontólogos, con la actuación artística en el grupo.
            Pero no bastaba destinar Caracas como sede, sino que había que darse a conocer y comenzar despertando con un buen concierto de música autóctona tradicional y ningún lugar ideal que el Alma Mater de la Universidad Central, desde donde  puede decirse que se catapulta el grupo hacia la fama. Luego vendrá  su primera grabación comercial, de una extraordinaria aceptación que unida a sus públicas actuaciones, le depara el Guaicaipuro de Oro, el Canaima de Oro y el Premio Rafael Guinand, así como su primera presentación en televisión el 3 de octubre de 1972 por el Canal 2 de Radio Caracas Televisión en el programa "Martes Monumental", cuya imagen aún no había podido extenderse al Estado Bolívar.  Apenas comenzaba a llegar la imagen de Venezolana de Televisión (CVTV), canal 8, a Ciudad Guayana, a través de una Estación Repetidora ubicada en Chirica, y a Ciudad Bolivar, Canal 11, a través de otra situada en Soledad.  Entonces se le tributó a Serenata Guayanesa el primer homenaje - 4 de febrero de 1973 - por iniciativa en conjunto de la entonces Asociación Venezolana de Periodista que me tocó presidir en calidad de Secretario General y la Comisión Regional de Turismo, a cargo de Luis Vicente Guzmán.
Las demás plantas televisoras no llegarían sino a partir de 1975 cuando Serenata Guayanesa celebró por primera vez su aniversario, el quinto, con un lleno total en El Poliedro de Caracas, justo al mes siguiente de haber iniciado su gira por el exterior con presentaciones en centros culturales del Towson State College, en Baltimore; del Colegio Interameriano de Defensa, en Washington; de la Universidad de Nueva York, Organización de Estados Americanos y en el .Teatro de Bellas Artes de México.  Para entonces, sus grabaciones el Calipso de El Callao, El Sapo y La Mula, estos dos últimos del cantor tradicional bolivarense, Alejandro Vargas, ocupaban lugares sobresalientes en el  ámbito y mercado de la radiodifusión y la discografía.
Había comenzado para ellos, desde la misma provincia, el difícil camino de la fama y habrían podido exclamar como Lord Bayron  en 1812, después de la publicación de los dos primeros capítulos de su "Childe Harold": "Desperté una mañana y me encontré famoso".  Había comenzado para ellos el difícil camino de la fama, afortunadamente, sobre un terreno, el de la música de raíz popular, que ya venía abonando con ejemplar profesionalismo el Quinteto Contrapunto, desaparecido un año antes del debut de Serenata.  Ahora, el camino, tras un cuarto de siglo, los ha colocado en este sitial de honor, pero no ha sido fácil aún con numerosos factores de suerte a su favor como la coyuntura que les abrió la extinción de Contrapunto y el apoyo irrestricto de una elite prestigiosa de intelectuales y artistas de todo género como Soto, Antonio Lauro, Manuel Alfredo Rodríguez, Luis Pastori, Pedro León Zapata, Simón Díaz, Gustavo Rodríguez  y Efrain Subero, entre muchos.  En 1983, Serenata Guayanesa estuvo a punto de naufragar al separarse Hernán Gamboa, virtuoso del cuatro, hoy en Miami, resuelto inexorablemente a hacer carrera por su cuenta.  Entonces, Miguel Angel Bosch, como tabla de salvación, vino al encuentro de  Serenata.
El médico - pediatra, tenor y ejecutante de guitarra y cuatro, encajó perfectamente en el conjunto y Serenata Guayanesa retomó su camino que parecía detenerse, justo mientras grababa un doble disco institucional de larga duración patrocinado por el Gobierno Regional con motivo del Bicentenario del natalicio del Libertador y en el que participaron como solistas, además de Serenata Guayanesa, Antonio Lauro, Jesús Soto y Hernán Gamboa. Asimismo, Gustavo Rodríguez, actor de teatro, cine y televisión, narrando fragmentos del Discurso de Angostura y poemas alusivos a Bolívar.
            Del 83 a esta parte han continuado las grabaciones y presentaciones con la misma constancia, disciplina y entusiasmo, tanto en nuestro país como en el exterior. Estados Unidos y México, los primeros en 1975; Alemania, Bélgica, Suiza, Austria, España, Portugal, Italia, Inglaterra, Jamaica, Puerto Rico, Colombia, Brasil, Argentina y Chile, han estado en el itinerario de las giras de proyección de la música de honda raigambre criolla que subraya su extenso repertorio. La misma editada en 46 títulos discográficos de factura comercial  e institucional, trasunto fiel de los modos y formas como musicalmente se expresa el alma popular en casi todas las regiones de Venezuela.
El calipso, el joropo, el merengue, el vals, la gaita, el aguinaldo, el bambuco, el esribillo, la canción, la polca, el pasaje, la parranda, el polo, el golpe, la guasa,  la fulía, la quirpa, la danza y hasta la canción de cuna, el son infantil y el arrullo, vibran con ardor venezolanista en las voces de este grupo de trovadores que ha sabido conquistar el corazón de los venezolanos.
Juanito Arteta, la ya legendaria Trompeta de Oro de América, el mejor director de Banda Taurina que, según el mito, tiene Venezuela.  Juanito Arteta, ex director de la Banda del Estado Bolívar y fundador de la Orquesta Típica Angostura, me comentó en cierta ocasión lo bien que se acoplan las voces de bajo, tenor lírico y barítono de los integrantes de Serenata Guayanesa.  Y, aunque un tanto inquieto porque el grupo jamás ha tomado en cuenta ninguna de sus numerosas composiciones, elogiaba de inmejorables sus arreglos musicales y lo impecable del contrapunto, la fuga y la armonía, concluyendo en que estos artistas son algo así como los pintores de la música venezolana y lo decía porque, cuando escuchaba sus grabaciones con los ojos cerrados, era como situarse ante una pantalla de imágenes hiperrealistas.
Arteta se ubica en lo cierto y es obvio que así sea, porque estamos ante un grupo de artistas que asimila con las variantes impuestas por los tiempos, el arte trovadoresco, esencialmente musical - narrativo, del cual fue signataria la Europa Occidental desde donde,  por la vía del colonizador hispano, llegó a la América.  Al principio, el trovador era caballero andante.  Después, el arte trovadoresco fue ejercido por gentes de los diversos estratos de la sociedad.  Creaban y le ponían melodía a sus narraciones, casi siempre acompañadas de un instrumento musical como el laúd.  Narraban las proezas de sus héroes de carne y hueso y más tarde Occidente incorporó a las narraciones épicas de los trovadores, el tema del amor, del amor cortesano, del amor ideal, del amor imposible.  A final de cuentas, los trovadores se constituyeron, sin duda, en la primera bohemia artística, sacaron la música y el canto de los templos, se fueron a la calle, a los pueblos, y dieron origen a la clásica serenata con mandolina que desde Italia se propagó por Europa a partir del siglo XVIII, pero por sobre todo, colocaron en perspectiva, a la figura del artista y del compositor modernos.
Uno de los grandes aportes del trovador antiguo es la de haber contribuido a propagar el empleo de las lenguas romances en la composición poética.  El trovador era autor de la letra y de la música de sus propias creaciones, a diferencia de los juglares  cantores que divulgaban canciones ajenas. Serenata Guayanesa, pudiéramos decir entonces, que tiene  de trovador la cualidad de ser autora de la letra y música de unas cuantas composiciones de su repertorio; de juglar, el compromiso de divulgar creaciones de otros autores y, de serenata, la naturaleza de su origen:  Muchachos que dieron sus primeros pasos en el arte de la música y el canto, siguiendo un tanto la huella de los antiguos cantores del pueblo que no solamente se expresaban en momentos culturales especiales, sino que por las noches, con el instrumento de su voz reforzado con  mandolina o cuatro, rendían tributo de admiración a la belleza femenina de Guayana.  Hoy, bajo esa triple condición y desde hace un cuarto de siglo, rinden tributo a la música popular, admirablemente en un tiempo en que la sociedad industrial, la sociedad tecnificada y uniformada, escasamente valora esa manifestación.  Y si en algo la valora, no es por su función social que, en todo caso, es utilitaria como todos los elementos del universo folclórico - canto al trabajo,  canción de cuna, aire ritualístico o de danza- sino por su vinculación con lo étnico.  El canto popular, según las ideas de Juan Jacobo Rousseu, "es una emanación del alma pura e incontaminada del pueblo, el cual es depositario de las virtudes de la raza, mantenidas a través de una inquebrantable fidelidad a la tradición".  Pues bien, esa vinculación de la música y el canto populares con lo étnico, está  condenada al desvanecimiento en la medida que el influjo uniformado de los medios de comunicación social, siempre a tono con las novedades de la ciencia electrónica, vaya penetrando a las poblaciones marginadas o distanciadas de los grandes núcleos del desarrollo urbano.
            La sociedad industrial, la sociedad tecnificada, la sociedad culturalmente homogeneizada por el cine, la radio y la televisión, tiende hacia otros valores musicales y culturales, estimulados por los instrumentos electrónicos.  Y si  todavía una buena parte de la sociedad experimenta afecto por el canto y la música populares e incentiva con su presencia los espectáculos y compra las grabaciones, es, en buena parte, por el temor de su desaparición, por creer que lo popular está  en trance de extinguirse y actúa como la última generación testiga.
            No creo mucho en esa onda nacionalista que nos condujo recientemente a fijar calcomanías de la bandera nacional en las zonas más visibles de los automotores. Un nacionalismo oloroso a chauvinismo del cual hay una experiencia lamentable en la Argentina cuando el nacionalismo populista de Juan Domingo Perón, tratando de cohesionar al pueblo y algunos sectores de la burguesía nacional contra la oligarquía caracterizada como antinación, promovió el tango y la poesía popular bajo la égida del Estado como valores prevalencientes sobre cualesquiera otros en tiempo y lugar.  Ciertamente, se logró un gran movimiento de la cultura popular, como bien lo analiza el ensayista sureño, Néstor García Canclini, pero desvaneció  a los pocos días, esencialmente por una caracterización inadecuada de lo popular, entendido  como el conjunto de gustos, hábitos sensibles e intelectuales del pueblo.  La equivocación del nacionalismo populista es el chauvinismo, el patrioterismo, soslayando valores no autóctonos que de alguna manera están insertados en el habitus y gusto de la gran masa. No  se debe ignorar la realidad de otros valores no autóctonos a la hora de promover campañas o implementar políticas  en función del ser nacional o de la llamada identidad nacional.  En todo caso, debemos competir con nuestros propios valores, con talento y esfuerzo, estimulando y reconociendo como lo hizo el anterior Congreso, a grupos de extraordinaria calidad como Serenata Guayanesa, cuya escasez sucesorial, nos está  preocupando bajo una atmósfera que ya respira el aire de las saudades.  Porque ni siquiera y como última instancia, y para reducir la brecha que separa a la música culta de la popular, ha surgido en Venezuela con la misma fuerza y trascendencia de Carlos Chavez, en México; Alberto Ginestera, en Argentina y Heytor Villa-Lobos, en Brasil, quien alimenta a la llamada música culta o clásica con las formas musicales autóctonas de nuestro país.  Esto no quiere decir que ignoremos la contribución de Vicente Emilio Sojo al enriquecimiento de nuestro acervo lírico popular ni  ensayos válidos de varios de sus alumnos como Antonio Estevez con la "Cantante Criolla" en 1954, realmente importante dentro de la corriente nacionalista.
De manera, que lo que mueve a tanta gente a conciertos de música popular como ha venido ocurriendo en la sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño, para celebrar los aniversarios de Serenata Guayanes, no es esa campaña del nacionalismo populista, sino la nostalgia por lo que se ha venido desvaneciendo a través de los nuevos tiempos, los valores y virtudes étnicos mantenidos a través de la tradición y a los cuales está  asociado el arte popular  como la artesanía de la hamaca para el descanso, la cesta para  la recolección del fruto, el metate para la molienda, el sebucán para exprimir la yuca, el cacharro para el agua, el canto con el cual el labriego labra la tierra y el llanero ordeña a la madre del becerro, el sonido instrumental para el ritual de las deidades, el batir del sonajero para espantar los malos espíritus, el percutir del tambor de alerta ante el peligro, en fin, tantos modos y formas utilitarios legados y escasamente conservados y defendidos.
Lo utilitario, en el caso de la música,  no niega otros valores que la hacen interesante o agradable como la inmutabilidad de su forma o estructura a través de los tiempos.  Ella no evoluciona como las otras manifestaciones del arte, pero varía y en la invariabilidad está  su misterio, el atractivo que le imprime la transmisión oral de la melodía a falta de fijación escrita.
Esa variabilidad de la música popular - popular por su extracción rústica- manteniendo su estructura, es lo que ha permitido y permite a Serenata Guayanesa difundir exitosamente  este género de música en casi todos los estratos de la sociedad.  En ello, obviamente, intervienen, y de allí su mérito, la sonoridad especial de los instrumentos utilizados, como el cuatro, único soporte, y circunstancialmente el tambor y las maracas, así como el timbre rítmico y la inflexión vocal de sus integrantes, todo lo cual se traduce en una totalidad de contrapunto, fuga y armonía, llena de imágenes sugerentes que atrapan y conducen a la añoranza de un paisaje humano y natural que a duras penas se mantiene y que en gran parte ha sido desintegrado por el impacto socioeconómico de la explotación petrolera, del hierro, de la bauxita, del oro, del diamante y, en fin, de la tecnología avanzada y otros elementos relativos a la transculturación a la que estamos expuestos.
"Nosotros los venezolanos y Venezuela, estamos expuestos a una transculturación que nos viene con la inmigración y a través de la radio, del cine, de la televisión y de la prensa.  Esa transculturación influye necesariamente sobre los elementos primitivos de nuestra cultura, especialmente los elementos  hablados y cantados por nuestro pueblo",  afirmó el maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa al tratar el tema del folklore en la educación nacional a propósito de la Ley de julio de 1980 que hace señalamientos de los objetivos de la educación y fija al folklore como instrumento adecuado para el aprendizaje de una consciente nacionalidad.
En ese sentido también se había expresado  Antonio Pasquali, en su libro "Comprender la Comunicación" al afirmar que los Medios de Comunicación de Masas "actúan en la mayor parte del mundo como los principales factores heterodirigidos y alienantes de los valores abstractos de las culturas nacionales".
Contra ese proceso de transculturación que venimos aceptando desde que despertamos a la ambición de alcanzar los niveles de desarrollo cultural de países occidentales avanzados como Francia, y especialmente cuando escritores de la talla de Domingo Faustino Sarmiento y Rómulo Gallegos plantearon en sus novelas "Facundo" y "Doña Bárbara", la necesidad de rescatar la civilización contra la barbarie, vale decir, la cultura moderna contra la cultura primitiva, fue difícil reaccionar, por lo menos, hasta hace pocos años cuando se planteó la perentoriedad de una cultura con rasgos propios, estimulando las formas originales  y autóctonas  venezolanas que ahora señala entre sus objetivos la Ley de Educación, pero las cuales venían tomando cuerpo en las investigaciones que desde 1946  realizaba el Instituto Nacional del Folklore bajo la dirección del poeta Juan Liscano y de la etnofolklórologa, Isabel Aretz así como otras instituciones  privadas y del estado.

Dentro de ese contexto surgieron grupos afiliados a la cultura popular como Contrapunto, Un sólo Pueblo,  Serenata Guayanesa, Jesús Sevillano y su Sexteto y Ensamble Gurrufío que espiritualmente son patrimonio cultural de Venezuela.

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