Cesar Augusto Octavio Rojas, guasinero del tercer y último lote de presos políticos que la dictadura de los años cincuenta arrojó en la desértica y aluvional isla deltana, cuenta su historia que podría ser la misma historia de los que como él y desde el Palenque gomecista, estuvieron en campos de prisioneros políticos, pero con su sello muy particular.
Este hombre con tres nombres de emperadores romanos
pudo no estar contándola, pero ya vemos que sobrevive porque en su oportunidad
sobrevivió a las crueldades implantadas en las inhóspitas islas de Guasima y
Sacupana, al exilio mexicano, al hacinamiento de las Cárceles de Ciudad Bolívar
y Pro Patria, a los choques guerrilleros de los 60 y a las naturales
vicisitudes de la existencia humana.
Cesar Augusto, con su mujer Lupita que se trajo del exilio, vivía
atendiendo a forasteros en un sitio del crucero llamado “La Casona” y en sus ratos libres, que son
escasos, escribía en su vieja máquina portátil la historia de él y de los
otros, los del tercer lote.
Todo comenzó un día de 1952 en la parroquia San Juan cuando
el rojo de la pintura sobre los muros caraqueños parecía ser el único grito de
rabia contra los usurpadores de los derechos democráticos de la nación. O tal
vez antes, en 1949, cuando derrocaron a Rómulo Gallegos o acaso en 1945 cuando
los mismos cabecillas Carlos Delgado Chalbaud, Marcos Pérez Jiménez y Luis
Felipe Lloverá Paez (guayanés) derrocaron a
Isaias Medina Angarita.
Lo cierto es que desde 1949 a 1952 cuando los graffitti explotaron como bombas antes los ojos de los
sabuesos de la Seguridad Nacional,
habían ocurrido hechos políticos relevantes como la trágica muerte de Carlos
Delgado Chalbaud, el establecimiento de un sistema de represión política feroz,
el asesinato del Secretario General de AD en la clandestinidad Leonardo Ruiz
Pineda, elecciones para asamblea constituyente sin participación de AD y PCV
como partidos y la conversión de Guasina y Sacapanma en campos de concentración
de prisioneros políticos. Más de 400 presos políticos habían en 1952 cuando se
preparaba entre Valencia y Caracas el tercer lote integrado por aquellos que se
negaron a firmar cauciones en las que se comprometerían a no participar en
política.
Cuenta nuestro entrevistado que siendo joven militante del
PCV y con motivo del Primero de Mayo, Día Internacional del Trabajador, se
hallaba rayando de consignas los muros caraqueños de San José, San Juan y
Palos Grandes cuando fue sorprendido y
llevado por tres días a los calabozos del Obispo junto con Luis Navarrete Orta
y Angel Raúl Guevara. Luego los pasaron para el Comando de la Seguridad
Nacional donde para ablandarlos los recibieron a plan de peinillas y de allí
por tres meses a la Cárcel Modelo de Pro- Patria, atestada de presos políticos,
entre ellos, Leopoldo Sucre Figarella y sus hermanos Kiko y Guillermo; Antonio
Lauro, Manuel Adrianza, Antonio Estevez y Guillermo García Ponce. Cesar tendría unos 25 años, casi la
misma edad de estos hombres que luego con el correr del tiempo destacarían como
ministros, embajadores, escritores, compositores y políticos. Qué iba
imaginarse él, por ejemplo, que aquel joven huraño y hermético llamado
Leopoldo, que pasaba todo el día leyendo, llegaría a ser el hombre fuerte de
Guayana. Lo que si entrevía era el porvenir como músicos y compositores de
Lauro y Estevez, pues ambos formaron un orfeón
con los presos donde César se descubrió
como barítono igual que Carlos Gardel. El grupo polifónico comenzó por
parodiar a “María Moñito”. Después le entraron de lleno a los sonidos
protestatarios.
“Si Pedro
Estrada muriera / todo el mundo se alegrara / por lo menos los espías / los
cabellos se arrancaran /// Con la
alpargata / dale al cabrón / vuélvelo polvo / sin compasión/.
El 24 de julio, fecha natalicia del Libertador, la Junta Militar de Gobierno
ofrecía la Libertad a aquellos presos que se comprometían bajo caución y ante
la Sección respectiva de la SN a no mezclarse en asuntos políticos, no
ausentarse de la Ciudad sin autorización
previa y presentarse a control político una vez a la semana hasta llegar el país
a la constitucionalidad. Fue así, por
esa caución, que el 24 de julio de 1952 salió de la Cárcel Modelo de Pro-
Patria un centenar de presos excepto, los que como Luis Nazarrette, Faustino
Rodríguez Bauza, Luis Pérez Lugo y Cesar Octavio Rojas se negaron a firmarla. A
los rebeldes los aguardaba Guasina y a
Guasina fueron a tener en un tercer lote de 136 presos de Caracas, Valencia y
otras Cárceles del país. Salieron ese mismo mes de julio en autobuses del
Ministerio de Educación, rodando de noche por la vieja carretera de La Guaira
en cuya rada los aguardaban las oscuras
y sórdidas bodegas del vapor Guayana cargado de materiales de
construcción y custodiado por Guardias Nacionales y agentes de la Seguridad
Nacional. La navegación fue rápida, algo más de 24 horas, escaseando el agua y
la comida bajo la presión de un calor
infernal y con un solo sanitario en cubierta, al cual había que subir uno a uno
apuntado por ametralladoras. Las 24 horas, sin embargo, parecían tener la carga
opresora de un siglo que terminó por aplastar al más débil, a Luis Vergolla, de
35 años, que gritaba interminable: “No quiero ir a Guasina, no quiero ir a
Guasina, no quiero ir a Guasina”.
En Guasina, a pocos más de 100 kilómetros de Ciudad Guayana,
había existido una hacienda de cacao y luego en ella eran retenidos los
indocumentados venidos de otros países. A fines de 1951 no sabemos a que genio
tenebroso se le ocurrió sugerirla como escarnio con una connotación de campo
nazi que sirviera de drenaje a las cárceles de Caracas, Valencia,
Barcelona, Cumaná y Carúpano atestadas de presos políticos. Lo cierto
fue que la isla trascendió y se conoció en el mundo democrático y su nombre en
forma de reclamo airado resonó muchas veces en el seno de la Organización
de Estados Americanos. Había allí 444 detenidos políticos cuando arribó
el Tercer Lote y Cesar Octavio la conceptuó como “un lugar de marañas y bejucos
abrazándolo todo”.
Desde 3 de
noviembre de 1951 que llegó el primer
lote de presos políticos la desértica isla de Río Grande comenzó a tener vida,
pero qué vida, vida de perro. Al borde de una gabarra que servía de asiento a
40 guardias nacionales y diez efectivos de la SN y en un área de 200 metros cuadrados cercada
con alambre de púas, sórdidas barracas
para más de 400 presos sometidos a trabajos forzados y a otras humillaciones y
vejámenes imposibles de borrar de la mente de quienes las padecieron.
En Agosto de 1952 las crecidas aguas del Orinoco inundaron
casi toda la aluvional isla de Guasina y comenzaron a poner en libertad a los
presos más antiguos y los otros, ya con
el agua en los tobillos, los trasladaron al caserío de Sacupana ubicado al sur
de la isla. Allí continuaron las vicisitudes agravadas con el tifus y la
disentería que causaron la muerte de Cosme Damián Peña, Rafael Mamero Chacón y
el coronel Roberto Fossi, pues no sólo políticos militantes estaban allí
secuestrados sino también militantes como el Teniente Raúl Oviedo, Cronista de
Las Fuerzas Armadas Nacionales. Mientras permaneció allí respetaron su jerarquía, especialmente cuando lo obligaron a que se
afeitara. “Quién dio la orden”, preguntó al Distinguido y éste
respondió. “Mi Teniente Quiroz”.
Pues bien, dígale a su Teniente Quiroz que me venga a
afeitar él.
Por supuesto, las cosas no pasaron de allí; sin embargo no
ocurrió lo mismo con el resto de los presos que se habían dejado crecer la
barba y cuando uno de ellos se quejó que no tenía hojilla, el distinguido
Montes ripostó:
-Yo no se.... En la Cueva del Humo debe haber. Si no la consigues,
tienes que afeitarte de todos modos, así sea con un culo de botella.
A medida que se aproximaba la fecha de las elecciones y ante
la presión nacional e internacional, la Junta
Militar iba cediendo a favor de la libertad de los presos políticos,
pero sólo a aquellos que firmaban la caución. Los funcionarios civiles que
administraban el campo de concentración eran Juan Manuel Payares y Alfredo
Martínez. Este último, el encargado de seleccionar y convencer a quienes por
tiempo y comportamiento merecían estar en libertad, pero después de la
usurpación del triunfo electoral del 7 de diciembre obtenido por URD y la
proclamación del General Marcos Pérez Jiménez como “Presidente Constitucional”
Martínez ordenó a 198 presos que quedaban, formar fila y pidió a quienes estaban
dispuestos a firmar la caución que dieran un pasó al frente. Todos, menos José
Martínez Pozo, Martín Horacio Girón, Luis Nazarrete Orta, Ángel Raúl Guevara,
Faustino Rodríguez Bauza, Lino Pérez Loyo, Ángel Salazar, Rafael Villareal,
Elio Grippa Acuña, Gregorio Tirado Bravo, José Vicente Iro, Alí Terán, Pedro
Elías Rodríguez, Juan Arenas, José Guilarte Juan Bautista Lugo, Ramón Escalona,
Gustavo Villa Paredes, Eliseo Rodríguez Dellar y Cesar Octavio Rojas. Estos
veinte debían quedar en Sacupana y los presos restantes transportados antes de
Navidad en el vapor “Guayana” a la Cárcel de Vista Hermosa en Ciudad Bolívar,
recién inaugurada para desocupar la vieja Cárcel Colonial en pleno corazón de
la ciudad, entre el Paseo Orinoco y la
calle Igualdad. Pero el día 21, fecha fijada para el traslado, los 178 presos
amenazaron con amotinarse si no agregaban al grupo los 20 rebeldes. Los
carceleros accedieron deseosos ellos también de abandonar el lugar. Se
embarcaron todos, Guasina y Sacupana fueron clausuradas y el 23 de diciembre
por la tarde el vapor Guayana estaba surto en el Puerto de Ciudad Bolívar
aguardando la noche para atracar en los muelles de la Capitanía de Puerto.
Desde la Cárcel de Vista Hermosa, graneados le fueron dando la libertad y a los
considerados de temer, entre ellos, José Martín Pozo, José de los Santos Gómez,
Alberto Nieves, José Marcano Rodríguez y Cesar Octavio Rojas, permanecieron
hasta el 22 de diciembre de 1955 que fueron expulsados a México a través de la Isla de Cuba. Allí permanecieron hasta la
caída del dictador en enero de 1958 que volvieron a Venezuela para incursionar
en la vida democrática, breve tiempo, pues a poco se desató la guerra de guerrillas contra el gobierno
constitucional de Rómulo Betancourt, donde se vio envuelta la gente de
izquierda de AD- MIR y del PCV, entre quienes estaba nuestro entrevistado Cesar
Octavio Rojas. Este se deshizo temprano de la situación dado que su contacto,
Gregorio Mendoza, se lanzó o lo lanzaron
desde el último piso del edificio de la Digepol en la California. Un amigo
upatense se lo trajo a Guayana para trabajar en las Minas del Merey y desde
entonces se quedó guayanés este barcelonés con su mexicana esposa Lupita
Cárdenas y tres hijas. Desde los 60 se olvidó de la política y subsistió a fuerza
de trabajar muy duro él y su mujer, ya como empírico boticario, profesor de
inglés, agente de turismo y como posadero en el Crucero de San Francisco de la
Paragua, cerca de los silos CVG, en donde le fue relativamente bien, sin
quejarse, no obstante una incipiente sordera que le impidía oír los ruidos de
una Venezuela que ya ha olvidado a esa Guasina y Sacupana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario